domingo, 17 de diciembre de 2017

Starbucks y el de las seis cuarenta y ocho

  La clave son las persianas del Starbucks que se encuentra en los pasillos de la conexión de las líneas B, C y D. Marcan el pulso a seguir para llegar al semi-rápido de las 6:48 andén 8 que pasa por Lomas de Zamora. Trazando una diagonal a su izquierda, El Noble mantiene sus persiana bajas. Lo mismo vale para la panchería Wini Dog, flanqueada por dos escaleras que suben al andén de la línea verde. Dos columnas al centro, un mural a la izquierda sobre azulejos blanco y negro, una tercera columna con publicidad en pantallas, un local de osos y carteras junto a un link de banco ciudad a la derecha.
  Si las persianas están bajas y se ve movimiento en su interior, puedo caminar tranquilo (a esas horas de la mañana se puede caminar tranquilo en el subte y conseguir lugar cómodamente) hasta la línea C a Constitución. Incluso es probable que una vez en la cabecera del Roca tenga unos minutos de espera en el andén hasta que llegue el tren y se vacíe de gente que viene de zona sur.

  Ese tiempo suele ser utilizado en lecturas o en pequeñisimas siestas cuando el sueño nocturno no fue suficiente. Una tercer opción es darle lugar a uno de los tantos juegos que utilizo para entretenerme en la vía publica: estar atento a la mayor cantidad posible de información de lo que ocurre a mi alrededor. Palomas durmiendo en los techos agujereados que se llueven cuando llueve y los sin techo durmiendo en los bancos de los andenes, las vendedoras de chipa a diez pesos y churros rellenos que deben estar ahí desde la salida del primer tren del día, los vendedores de café para los dormidos del tren y los trasnochados, pancherias y hamburgueserias que van calentando aguas y planchas, puestos de diarios terminando de acomodar las ultimas revistas mientras se toma mate con personal ferroviario y comentan el partido de anoche de Lanús, algún que otro perro esquelético y probablemente rengo producto de un accidente que nadie registro ni lamento deambulando entre andenes en busca de restos de, silbatos y anuncios de destinos que solo conozco de nombres y que me pregunto si alguna vez conoceré como cuando sin pensarlo y sin buscarlo termine conociendo y viviendo Lomas, Banfield y Lanús. Y no es solo conocer el lugar sino también a su gente, proyectando las fronteras mas allá hacia lugares no explorados como Temperley, Burzaco, Adrogue o Glew.

  Trenes llenos que se vacían y trenes casi vacíos que parten para invertir la ecuación por la tarde.

  Todo esto es apenas una ínfima parte de lo que ocurre y transcurre bajo el techo de la estación Constitución mientras espero sentado en el anden 8 el servicio de las seis y cuarenta y ocho, mientras vagabundeo sin mas propósito que atar cabos de tiempo y espacio en su incesante deshilachar. Todo esto ocurre cuando paso frente a Starbucks y sus persianas aun no fueron levantadas.

  Y esas mismas persianas son otra historia cuando están arriba, con sus empleados acomodando productos en los escaparates y ultimando detalles para la jornada. En ese caso es probable que llegue a Constitución con el tren ya aguardando en el anden y yo salmón contra la marea sureña que se moviliza a trabajar. El punto de conflicto radica en el menor margen para desperfectos o perdidas de subtes en las narices. Cuando ocurre que una formación se clava por cinco minutos en una estación sin mayores explicaciones (cosa no poco frecuente) estoy jugado para llegar al de las seis y cuarenta y ocho. Aun así, la escena esbozada permanece, aunque multiplicada por miles y a otras velocidades. Apenas puedo prestarme al vagabundeo lúdico para captar esquirlas de un instante estallado en mil pedazos que invade, oprime, asfixia; hasta el salvador sonido de un silbato, una chicharra, puertas que se cierran, un libro que se abre y todo vuelve a la calma de un tren casi vació con destino sur.

  Pero todo se puede complicar. Si cuando atravieso ese pasillo de conexiones, ese punto exacto en que el sector pertenece a todas y a ninguna linea, me doy con la persiana del Starbucks completamente levantada y dos o tres personas esperando su pedido. Casi con seguridad que estoy chau. Eso significa que no llego ni de casualidad al semi-rápido. Pero la cosa no queda ahí. Esos pocos minutos de diferencia llevan consigo dos caras de Constitución. De semi vacío a casi reventado. Y uno que sigue en formato salmón, con más corriente en contra y mayor retraso. En estas ocasiones, la mañana se torna un poquito cuesta arriba. Repasar la cartelera en busca del servicio mas inmediato, moverme en piloto automático entre la gente esquivando anhelos, esperanzas y frustraciones, encontrar algún molinete libre, llegar a Lomas y acelerar el paso en el camino hasta el colegio, no poder tomar eso mates en sala de profesores hasta que suene el timbre.

  En el fondo la cuestión es tan simple como que me gusta el semi-rápido. Recuerdo el día que lo descubrí, medio por accidente medio por curioso, que muchas veces van de la mano. Volvía de mi jornada laboral. Llegando a la estación empecé a cuestionarme el supuesto hecho de que de los cuatro andenes tan sólo uno, el numero cuatro, es decir, el más alejado hacia el lado de Hipólito Yrigoyen, fuese hacia Constitución. Ese día no cruce la vía como debía hacer. Doble a la izquierda bordeando el andén uno, el que viene de capital. En los molinetes pregunte por el próximo servicio a Constitución, aunque todos los que figuraban en mi celular partían del último anden.

-¿A constitución? Tenes un semi-rápido en tres minutos, anden central. Y así fue. No solo descubri ese servicio, sino que tambien note que el mismo no aparecia en la aplicacion de TBA. Se lo comenté a otro profe que viene de capital hace ya siete años y desconocía su existencia, así que me lo agradeció.

  En ese primer viaje note al instante la diferencia, y no me refiero tan solo a los diez minutos con el servicio normal que implica no parar en tres estaciones. El traqueteo de una par de minutos entre la estación Avellaneda y Lanús le dan al traslado un breve aire a viaje. Sentado, mirando por la ventana, leyendo un libro o durmiendo, ese rato del traslado entre mi casa y mi lugar de trabajo se transforma sin la interrupción constante de cada estación. Eso es lo que más me gusta de este servicio, mucho más que los diez minutos menos. El olor a viaje, a despedida, a reflexiones sobre rieles sin la interrupción de chicharras y empujones de bajada y subida.

  Volviendo a lo que nos convoca. Dentro de esa ley de la persiana de Starbucks hay algo que permanece constante, casi inmutable. Llegue al servicio de las 6:48 o no, con la oleada de gente llegando a Constitución o aun sin ella, entre los pasillos de la combinación del C al Roca los negocios tienen un aire de eterno retorno. No sé cuál es su horario de apertura, siempre que paso, a la hora que sea, están ahí, persianas arriba. Con cualquiera de las opciones de Starbucks, atravesando los molinetes en el primer pasillo a mano izquierda el pibe de pelito corto rapado al costado sentado sobre una banqueta esta firme, con la mirada al frente y a la nada; también el grandote de rastas remera negra y pantalón camuflado escuchando metal sentado en un banquito matero en la puerta de su local de venta de todo-lo-que-uno-pueda-llegar-a-necesitar. Los vendedores de café, las pancherías y los "free shop" de panificados en el hall central. Todo permanece, todo se repite siempre igual. Recién por estas fechas festivas se notan cambios: los decorativos y el merchandising navideño.

  Toda esta cuestión de la ley de la persiana dejaría de tener sentido, o perdería su impronta, si me limitase a ver la hora en el celular cuando llego al pasillo. Incluso parecería ser mucho más simple que andar especulando con la persiana de un negocio. Y así, no solo no tendría sentido la persiana, sino tampoco todo esto. Es mucho lo que se perdería, mucho más que el simple hecho reloj-o-persiana. Perdería una parte esencial de la transformación de lo cotidiano en algo lúdico, esos pequeños juegos que uno se inventa mientras va por la calle. Calcular una velocidad de caminata para enganchar onda verde con los semáforos peatonales sobre avenida Corrientes entre la estación Pasteur y Carlos Gardel (nunca lo logre), pararme frente a donde creo que va a haber una puerta del subte, acertar los tres kilos de naranja a veinte pesos, mirar a través de la ventanilla alguna cara esperando en el andén de enfrente para que se crucen y perderse en preguntas sin respuestas. Eso es lo que perdería si llegado al pasillo me limito a ver la hora en mi celular y saber con ese atajo sí estoy bien o si me tengo que apurar.

El atajo, en muchos casos, recorta la imaginación, censura el juego, anula la experiencia.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Apuntes sobre papel de pizzeria

Doblo por Lavalle y no por Corrientes como suelo hacer. Es sábado, y se nota. En la esquina de Jean Jaures miro a la derecha antes de cruzar y me doy con la calle cortada, apenas más allá, pasando el pasaje. Luces que iluminan la cuadra y tango que suena a todo volumen me atraen. Hacia allá me dirijo. El sueño, el cansancio y las ganas de cama pueden esperar un rato. Una parrilla humeante, mesas en la calle con manteles plásticos floreados, vinos y sodas en sifón decoran la escena. Gente, mucha. De un lado, en fila, esperando para entrar al museo-casa de Carlos Gardel que permanecerá abierta hasta altas horas de la noche. Del otro lado, un semicírculo de vereda a vereda oficia de platea para una pareja que baila en el centro. Me busco un hueco, me acomodo, miro a mi alrededor los personajes que participan de la escena y, finalmente, a la pareja bailando.

Timbre que suena. Cierro el libro, lavo los platos, vacío de un trago la solitaria copa de vino que me acompaño durante la cena y salgo al encuentro de. Otro ángulo, otra perspectiva, todo multiplicado a través de un prisma, se desvanece el tiempo, se hace agua la vida. Y entonces ocurre la magia. ¿Magia?

Subte línea H. Retomo el libro, ¿dónde estaba? Ah sí, Lucas y su patriotismo. Estación Las Heras, chau Lucas. Y un auditórium en el sótano de una biblioteca, música latinoamericana, piano y voz, y Ecuador, y Uruguay, y Argentina. Y yo y mi prima, la del timbre que me cerro el libro, platos, vino, me vine y me expulso a la vida.

Salgo, salimos. Gente, mucha gente que circula y habla y grita y ruido de colectivos y autos. Debate de política en la parada del 93. Mi prima se sube, se va a un cumpleaños. El 118 no aparece y el movimiento le gana al inmovilismo. Empiezo a caminar, por Pueyrredón. Y camino, olvidándome del 118, del sótano y de Lucas, pensando en caminar para llegar a dormir, tal vez comer algo. Me dio hambre. La gente alrededor me indica que es noche de helado o de cerveza. Me tienta la última idea. Tengo sed. Sigo caminando, siempre Pueyrredón. Mucha familia en la calle. Camino y pienso, pienso y camino; no sé cuál me lleva a cual, ¿camino porque necesito pensar? ¿En qué? ¿O pienso porque me largue a caminar? No importa, me da lo mismo. El aire está fresco, está despejado, noviembre, y luna casi llena. Derecho, siempre derecho, hasta Lavalle que doblo a la derecha en dirección al Abasto. Y sin pensarlo, sin quererlo, termino frente a la casa de Carlos Gardel.

Termina la pareja que baila. Se apaga el tango. Se desvanece el semicírculo, solo queda la fila que espera su turno para entrar a la casa. Ahora sí, me digo, ya es hora. Doy media vuelta y me dispongo a subir por el pasaje Zelaya. Pero no llego a dar más que unos pasos. En la esquina saludo a Piter, el negro que atiende la pizzería en español con acento francés y siempre una sonrisa dibujada. Charlamos un rato. Me estoy por ir y le pregunto a cuanto la lata de cerveza. Para el camino, para sacarme las ganas nomas. Cuarenta me dice, pero a vos te dejo la de litro a cincuenta. Vamos con esa. Y una empanada, ya que estamos.


Me siento afuera y me sirvo una cerveza helada. Le pido una birome y un papel. Me alcanza ambas cosas, siempre sonriendo, siempre alegre. Y comienzo a escribir. No sé sobre qué, pero tenía la necesidad. De espacio y tiempos, de futuros prometidos ensalzados en recuerdos, de tangos y gardeles, de filas esperando a la una de la mañana, de olores a churrascos envueltos en humo, del tacto de manteles plásticos con manchas de vino sobre mesas enclenques, del tango devenido en redondos para acabar con Gilda a las dos de la mañana, una grande de muzza y media de carne, que la cuenta, que otra cerveza, que estoy desde las once de la mañana y la sonrisa se va dibujando de cansancio. ¿De dónde vendrá? ¿Dónde estarán sus raíces? ¿Su infancia, su vida, sus orígenes? Muchos misterios por detrás de esa figura. Vuelvo a llenar el vaso. ¿Estas usándola? No no, llevala tranquilo. Que gracias, que no hay de qué. Y la birome que llega a una gran mancha de grasa sobre el papel que me presto Piter y me pregunto si no será hora de irme a dormir.

domingo, 27 de agosto de 2017

Rabia Roja

Mire la hora mientras doblaba a la izquierda para subir por Córdoba. 20:21 decía el reloj. Llegaba justo. A mitad de cuadra vi a decenas de personas sobre la vereda, a la altura del cartel vertical. “Regio”… extraño nombre para un teatro. No me gustaba. A la palabra me refiero, al teatro no lo conocía, aun. A medida que me acercaba note que casi todos tenían una copa de vino. Me llamo la atención. Me asome al hall de ingreso. Atestado de gente. Todos tomando vino. Entré. A la izquierda, en un rincón bajo la escalera, una mesa, dos mozos. Primera función. Tome una copa. Subí las escaleras hasta el descanso. Me acomode en un escalón, di una mirada general al salón. Abrí mi libro, necesitaba saber urgente si Michel Marini se encontraba con Cecile o no. La novela había llegado a mis manos unas semanas atrás, un fortuito regalo. Desde entonces no puedo dejar de leerla. Tren, subte, e incluso en los colectivos, medio que nunca me resultó de mi agrado para la lectura. Ahora también en el hall de teatros. Pero no me iba a enterar de ese encuentro en las páginas que quedaban para terminar el capítulo, así que lo cerré.

El hall se llenaba, el vino circulaba, y a la gente se la notaba muy distendida. Estaban disfrutando del momento, de la previa del estreno del espectáculo. El vino ayudaba, siempre ayuda. Desde mi posición en las escaleras tenía una panorámica especial. Podía ver prácticamente todo. Fauna interesante. Mucho/a freak artista intelectual pequebu. Tengo seria limitaciones en cuanto a la descripción de vestimentas, que no es más que la expresión de mi ignorancia en materia ropa. Pero cualquiera que entienda del asunto se hacía un festín por las combinaciones y formas extrañas que rondaban la escena. Claro, la obra había arrancado afuera. “Rabia Roja” no iba a empezar hasta después de las 21 por lo menos. Deje mi copa vacía, tome otra, volví a mi lugar. Por los alta voces, tras una señal, una voz femenina de cigarros y copas comunicaba a los señores espectadores que la sala ya se encontraba habilitada para el ingreso, y que una vez comenzada la función se cerraban las puertas y ya nadie ingresaba. No pareció importar mucho, la atención estaba puesta en los mozos. No pregunté que marca era, estaba rico. Está claro que alguien que califica a un vino de “rico” es porque entiende tanto de vinos como de ropa. Para mí hay dos categorías de vinos: los que me gustan y los que no volvería a comprar. No volver a comprar no significa que no lo volvería a tomar, hay circunstancias que superan nuestros paladares. Esto se puede aplicar a muchos aspectos de la vida. Sí, a ese también.

De a poco la gente comenzó a ingresar. No por casualidad, estaban levantando la mesa del vino. Es como cuando van prendiendo las luces en la fiesta de casamiento, al tiempo que ponen esos temas de mierda sentimentaloides que usan justamente para rajarte discretamente. Funciono. Hasta se estaba formando una fila. Terminada una obra comenzaría en breve aquella otra que nos convocaba.

Mientras miraba la escena de gente desesperada por llegar a las ultimas botellas me hacia la idea de cruzar la mirada con una mujer solitaria, tomando su copa y perdida entre la fauna. Dos miradas solitarias que se encuentran y se hablan, que se terminan sentando juntos, que a la salida se van a un bar a tomar algo y a discutir diversas interpretaciones de la obra, y que las diferencias en ese aspecto las terminan resolviendo en un garche salvaje en el departamento de ella que vive por la zona. Pero nada de eso pasa en la realidad. Me levante y me dispuse a entrar.

Mi ubicación era en el primer piso. Subí las escaleras (había bajado para devolver mi copa, en otra época quizá me hubiese planteado llevarla como suvenir, pero no era el momento ni el ambiente para semejante acto de incivilización). Arriba había un balcón circular que daba al hall. Se tenía una visión exquisita de toda la escena, era como ser dios mirando al mundo, o como la perspectiva de algunos juegos de pc. No me distraje más. Enfile a la puerta. Para mi sorpresa no había nadie para presentarle la entrada. Espere un segundo. Mire a mí alrededor. Nada. Entre con el característico pensamiento argento, “para que chota pague la entrada, hubiese podido entrar gratis”. Ese pensamiento se puede aplicar a todas las instancias de transporte público, si no te ponen una gorra adelante la mayoría no pagaría un céntimo. Y que se caguen.

Había algunas personas ya ubicadas, pero eran muy pocas y el pulman era grande. De boludo nomas me tome el trabajo de mirar mi ubicación. Busque la fila, la butaca. Fue ahí que note mi estupidez. Me senté donde me pareció que tenía mejor vista. Saque el libro y seguí leyendo unas páginas. Había poca luz, forzaba mucho la vista. Cerré el libro. La entrada intacta, impoluta, con el troquel perfecto, ahora funciona de señalador. De a poco se iba llenando. Dos chicas se sentaron adelante mío. Ya las había visto en el hall. Mis sospechas fueron confirmadas. Se dieron unos besitos jugando con sus manos. Me gusto presenciarlo desde atrás.

La obra arranco pasadas las 21. Aunque un balance o critica de la misma no es el eje de todo esto (no sé cuál es el eje de todo esto) en términos generales me gusto. Salvadora Medina Onrubia, poeta, ensayista, anarquista, madre soltera, directora de un diario, presa política, es retratada por cuatro actrices y un texto que es bien llevado a partir de fragmentos tomados de la propia Salvadora: cartas, poemas, fragmentos de obras.


Las luces se encienden, suben al escenario todos aquellos que tuvieron algo que ver con la realización de la obra. Noto la presencia de muchos de los personajes freaks que vi en el hall. La gente aplaude, se entrega un ramo de flores a la directora. Agarro mis cosas y parto. “Ni dios, ni patrón, ni marido”, en tonos rojos, sigue sonando mientras busco la parada del 168. Camino bajo una llovizna que no se termina de decidir y me muero de ganas de mear. Por suerte el bondi llego rápido.

viernes, 19 de mayo de 2017

Cartas: N° 8

Querida amiga;

Esta es la octava carta que escribo en el transcurso de casi un año. No hace falta que te diga que no recibí respuesta alguna. No es que estuviese esperando una, ni pretendo exigirte nada semejante después del tiempo que me tomo a mí mismo responderte. Aun así, no puedo ocultar que anduve con una pequeña esperanza de encontrar un sobre con tu nombre en mi buzón. Pero lo único que se precipita en su interior son boletas y publicidades. Extraño aquellos tiempos en que llegaban hojas cargadas de tintas y noticias lejanas. De igual modo, no puedo negar las veces que desee otra aparición tuya en mi celular. En el tren, en la calle, en mi casa… en vano.

Pienso también si no será un error mío enviarte cartas a tu domicilio y no a tu e-mail. ¿Que por qué lo hago? No tengo una respuesta, tal vez me gusta esa ínfima dosis de incertidumbre al imaginar todo el recorrido de la carta a través de bolsas, bolsones, dependencias y camionetas atravesando un país. Un descuido, un desvío, un viento que sopló en el momento exacto. El hecho de depositar la carta y no saber cuándo te llegara (no me gustan esos códigos que te dan para el rastreo) es un motivo para mantener el pulso.

Claro que existe la posibilidad de que te hayas mudado y que yo no esté al tanto. En ese caso tal vez haya alguien leyéndome, leyéndote, conociéndonos, deduciendo y llenando baches de nuestra historia. Si de elegir se trata, escojo esta opción antes que pensar que no me querés responder. ¿O acaso recibís las cartas y las tiras sin siquiera leerlas? Eso sería aún más doloroso. Pero claro, no lo sé, ni una cosa ni la otra. Tan solo silencio. Tendrás tus motivos. Yo me aferro a la mudanza.

Entonces ¿porque no te envío todo esto a tu mail?, sería la pregunta lógica y consecuente. Y de nuevo, no tengo repuesta, pero sé que no lo quiero hacer, que quiero el papel, la tinta, el sobre, el correo y el cartero, imaginar ese viaje, mi nombre de un lado y el tuyo del otro, un sello, una mano extendiéndose y otra recibiendo, mi letra en tinta azul de la birome que sostengo en mi mano derecha cobrando forma sentido ante tu mirada, una pequeña mancha en la hoja (abajo a la derecha) del mate amargo que estoy tomando y me pareció apropiado dejarla. Todo eso está presente y ojala pudiese viajar también el aroma a nostalgia que me acompaña cada vez que me siento a escribirte y el cielo de la tarde que ingresa por la ventana. Todo eso se pierde en un mail… así que tal vez ahí este la respuesta.


 Y si no eres tú quien lee todo esto, querida amiga, no te culpo por querer seguir conociendo esta historia. 

domingo, 30 de abril de 2017

Cartas: N° 7

Querida;

Como te habrás dado cuenta, hoy decidí encabezar esta carta de otro modo. ¿Viste el impacto que genera el hecho de eliminar tan solo una palabra? Ese “querida” en solitario cobra todo su peso sin un “amiga” que lo acompañe. Mejor dicho, cobra otro peso. Se puede pensar que el carácter de la carta será otro, que es otro el vínculo con el destinatario, que es otra la historia que se esconde por detrás… con solo eliminar una palabra.

No dejas de ser una amiga, no cambia el carácter de esta carta, eso lo sabemos nosotros dos. Pero si llegara por equivocación a las manos de cualquier otra persona que no fueras tú, otra historia sería la que se esconde en estas líneas. ¿Te diste cuenta, además, qué cercano está el “querida amiga” de “querida mía”? Dos letras nomas, apenas, para construir dos mundos completamente diferentes, dos historias con todas las variantes de lo que pudiera haber sido sí, pero no fue por. Como aquella vez que te hablaba del mar, ¿te acordás?

Esperá, no te ofendas, no quiero que lo mal interpretes. Fue tan solo un simple juego frente a  monótono encabezamiento que se viene descascarando despacito ante el sutil riego de tu silencio desde la primera carta que te escribi. Acaso surgió como respuesta a ese silencio, un mosquito que susurra y pica para despertarnos del letargo de una siesta veraniega. O tal vez por el simple hecho de sentarme a escribir sin saber qué tenía para contarte.

Después de escribir “querida” me llamo la atención el protagonismo que tomaba ante el espacio en blanco que se abría hasta el final del renglón, como éste la rodeaba, y eso me gusto. ¿Qué necesidad de ubicar algo al lado? ¿Por qué no dejarlo? Así fue que sentí el impulso del punto y coma ahí nomás, solo con el querida.


Pero soy consciente, y no creas que no lo he notado, que de este modo se diluye esa amistad que nos une por todo lo que compartimos y se hace presente ese pasado compartido. Lo vivido que emerge como presente por un mínimo cambio en el encabezado. Otro pañuelo de la galera, otro truco del mago. Uno más. Y no es que esa sea mi intención, para nada, querida amiga. Pero a medida que salían estas líneas no pude dejar de notar que las cosas que permanecen en el tiempo son muchas más de las que suponemos. A veces, incluso, muchas mas de las que uno quisiera…

domingo, 16 de abril de 2017

Cartas: N° 6

Querida amiga;

Hoy te vi. Yo subía las escaleras de la estación Juramento cargando mi mochila, mis pies, mi día,  tú descendías liviana y perdida entre caras apretadas en la escalera mecánica. Todo parecía mecanico ese dia hasta que te apareciste para darle vitalidad. Yo quería escapar de las fauces de la tierra para respirar ese viciado aire fresco de la ciudad, tú te sumergías en ellas.

Allí estabas, tan perdida como radiante. Fue un instante en que levante la mirada para ver el cielo que comenzaba a asomarse y me topé con tu lento descender. Pude ver cierto espanto en tu rostro, recuerdo como le temías a todo aquello que connotara un descenso. Tu mirada se asemejaba mas a una no-mirada, ni siquiera estaba distraída en tu celular.

Y así pasaste a mi lado sin notarlo, siempre en esa suavidad mecánica. No giraste tu rostro para que se encuentre con el mío. Desde tu inmutable fijeza ignorabas todo lo que ocurría a tu alrededor, no solamente a mí. A vos que tanto te gustan, no viste al niño sobre los brazos de su madre que a escasos centímetros tuyos te miraba fijo, algo en ti la hipnotizaba, ¿tal vez ese estado fantasmal que irradiabas? A tu espalda una pareja se besaba de modo apasionado sin importarle quien ni dónde ni cuándo ni cómo. Solo besarse, solo amarse. Más abajo un hombre hablando a los gritos por su celular, contando los pormenores de su vida que a nadie más le interesaban salvo a él y a su interlocutor. Y vos gracias. Tu única presencia era el hecho físico de la materia que ocupa un espacio.

Ante tu aparición tuve que detener mi andar en medio de la escalera, en ese limbo entre vaho subterráneo y frescura del smog que se mece con el aire que se niega a descender. Gente que subía comenzó a amontonarse detrás de mí y hacia esfuerzos por esquivarme. De frente venían los que no elijen la escalera mecánica ya sea por ansiedad, por andar apurados o por claustrofobia de las horas pico. Cuando me di vuelta para observarte una vez más, tal vez para ir a tu encuentro, tal vez para seguirte con la mirada, tal vez para llamarte, entre tal veces te me perdiste, ya nada quedaba de ti más que una vaga idea de haber participado de tu mundo alguna vez.

No me animé a volver sobre mis pasos y emprender tu búsqueda entre la gente. Tenía miedo de no encontrarte en ningún rostro (era lo más probable, lo sé), así que opte por aferrarme a ese encuentro fugaz, no hacía falta ponerlo a prueba. Continué mi día con la seguridad de ese parpadeo. Y no me importa que me digas que es imposible, que estoy equivocado, que estás a más de mil kilómetros. Ahí estabas, ahí estuviste, lo sé.

Fue hermoso haberte visto y perdido en la fragilidad del instante. Quizá, sin saberlo, te tomaste unos minutos de tu infaltable siesta para darte una vuelta y hacerte presente en ese pie de página.


Insisto, fue hermoso haberte visto, y tan solo quería contártelo para que la próxima vez no tengas miedo de voltear tu mirada y que nuestros ojos se encuentren en un silencioso abrazo de amigos.

lunes, 10 de abril de 2017

Sin titulo

Les comparto un texto que salio de un taller de escritura que realice en el verano. No tiene nombre, pero la consigna era escribir partiendo de la premisa "amor de verano". (Ya volveremos con la serie "cartas")

Insistís con explicaciones que no se si puedo darte. Ni siquiera tengo certeza de poder explicármelo a mí mismo. No sé cómo llegamos a este punto, a esta instancia. Las cartas estaban sobre la mesa, desde el principio. ¿No las entendiste? ¿No quisiste entenderlas? ¿Tal vez no fui claro? Y acá estoy, buscando las piezas de un rompecabezas que se fue al piso. Como si fuese tan fácil. Sabes que me cuestan las respuestas simples. Y sé que la complejidad te aburre, que desarma tu simpleza y te deja en las manos de un mundo azaroso al cual le huis. ¿Por qué no escapaste de mí? ¿Por qué nos acercamos sabiéndonos tan distintos?

Horacio hizo algunas anotaciones en su cuaderno. Tachó y volvió a escribir. Trataba de convencerse de que todo partía de un malentendido que él mismo no se lograba explicar. Pero esta vez no barajaba la opción de borrarse, de desaparecer y ya. No, no esta vez.
Releyó el ultimo renglón: -¿Por qué nos acercamos sabiéndonos tan distintos?- Y la respuesta era el silencio y un resto de hojas en blanco que se tornaba insoportable. Todo se le estaba volviendo insoportable, ni su propia vida se aguantaba ya. Y por un momento envidió la simpleza, esa sencillez que a veces lo exasperaba. Y el solo pensarlo le dio miedo. ¿Y si se estaba equivocando?


-Ay Horacio…, ese estúpido raciocinio al que te aferras para buscar una justificación al accionar de dos cuerpos buscándose un verano, ¿no te das cuenta que es tu principal problema? ¿Por qué no simplemente dejarlo así? Es que sabés que esa posibilidad no existe, que se esfumó en el mismo momento en que te extraño de ese modo que significaba haber atravesado una barrera, ese mensaje al cual no supiste o no quisiste responder. Vos no querías atravesarla –Horacio-, lo sabias desde el principio. Fuiste a su encuentro habiendo levantado un muro. Pero, ¿de quién te protegías? ¿De ella, o de vos mismo? Y te zambulliste en ese juego con un encendedor en la mano, convencido de que tan solo prendías un cigarro que se consumía en minutos. Y provocaste un incendio –Horacio- siempre acabas provocando un incendio. Y el que se consume ahora sos vos-.


-¡Basta! Ya es suficiente- se dijo Horacio arrojándole un salvavidas a su propio naufragio. -No me importa lo que ella piense, se lo tengo que decir. En definitiva, la que entendió todo mal fue ella, yo se lo aclaré desde el principio-. Y en un arranque de falsa seguridad volvió a agarrar su cuaderno y comenzó a redactar una historia que mientras más avanzaba más dudas le dejaba. El fruto supuestamente maduro del argumento que tranquiliza la existencia comenzó a pudrirse entre sus manos.


-¿Se lo aclare desde el principio? Ay Horacio… a veces me pareces tan infantil. ¿Eso es todo lo que tenés? Solo tratas de escabullirte de la sorpresa, la inquietud y el miedo que te generó el reconocerte invadido por su presencia. De pronto había alguien en ese territorio tan reservado. Horacio, podés teorizar mucho y buscarle todas las vueltas que quieras, pero hay un punto –y lo sabes muy bien- en que tu castillito de naipes se derrumba con tu propio aliento mientras lo construís. Tu teoría es como papel higiénico ante una gota de agua-.

Temblás –Horacio- sé que temblás cuando recordás esa primera noche que quiso ir a tu departamento en el once. Cuando recordás cómo fue ella quien tomo la iniciativa con sus manos apenas cerraste la puerta después de haberse sentido infinitos en los espejos del ascensor. Sí –Horacio- cerrá ese cuaderno, porque también recordás cómo bajó el cierre y continuo con su boca. Y vos, inmóvil, aun contra la puerta. Y el clima estaba denso, caliente, pegajoso como dos caramelos sugus en el fondo de una mochila. Y entonces continuaste con el juego –Horacio-  porque era eso nada más.


Ese día no había mucho por sacar, mucho por descubrir; las bondades del verano que atentan contra la imaginación, contra el erotismo, contra la sorpresa. Lo explícito – ¿o no que pensaste todo eso, Horacio?-. Bastaban mínimos movimientos para enfrentarse a la desnudes marina. Nada de malabaristas esta vez, nada de acrobacias.

Apenas un ventilador de pie en un esfuerzo inútil por no avivar las llamas sobre la cama. Las sabanas que se empaparon. El pelo que se pegaba, los cuerpos que se pegaban. Gemidos y suspiros apenas lograron penetrar en ese caldo de 35 grados – ¿te acordás, Horacio?- pero la penetración llega, finalmente. Y ese caldo se revuelve. El ventilador, presagiando el desenlace, mira hacia un lado y otro. No quiere ser testigo. La almohada en el piso, las sábanas en un rincón, las ropas aun en la puerta esperando.

No te aflijas –Horacio-, acostate, descansá.

Y el sudor no cesaba porque el calor no cedía, y estaba bien que así sea. El ruido de afuera se perdía entre las aspas del ventilador. Solo escuchabas sus gemidos, de espalda, arrodillada; vos sintiendo con tus manos el sudor de su vientre que después los dos relamían, juntos –oh sí que te gustaba, ¿eh Horacio?- Ella estirando sus brazos por detrás tomando casi tironeando tu pelo, y vos disfrutabas de esa cercanía al dolor saliendo de su mano, porque sabías que era su reacción al juego de tus inquietos dedos, a esas palabras que pronunciabas lento suave pesado húmedo sobre húmedo al oído, mientras un rio se derretía entre tu pecho y su espalda. Y ella suspiraba gimiendo temblando, y los pies de ambos se buscaban y se encontraban por detrás en su propio juego a ciegas.


¿La sentís, Horacio, la ves? Un clavel enlazado a tu memoria, a tu vida. ¿Por qué podar lo que está floreciendo? Dejá ya de pensar tanto, de recordar. Tirá esas estupideces que escribiste en tu cuaderno. Quizá con un poco de tiempo. Tal vez el otoño. La densidad del aire no te está ayudando –Horacio-, refracta tus sentimientos dormidos entre sábanas transpiradas, distorsiona esos cuadros de tu departamento en el once, envejece de modo prematuro al amor. La alquimia del verano –Horacio-, quizás así, lo inexplicable acabe en la sencillez del gesto de un ramo de flores.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Cartas: N° 5

Querida amiga;

Hablar de recuerdos y memoria es  meter la mano en la galera de un mago, revolver su interior, y comenzar a tirar de sus pañuelos anudados. Algunos son de color verde, otros celestes, también los hay rosas, negros y rojos y, sobre todo, uno no sabe cuándo se acaba. Sus caprichos nos lleva y nos trae a los lugares más recónditos e inesperados, tal es la anarquía temporal por la que se rige. ¿En serio almacenaste aquella tarde insignificante?

Desde que te escribí aquella primera carta la galera no deja de escupir pañuelos de todos los colores. Comienzo a preguntarme si se acabara esto algún día, si existe algún recuerdo solitario, aislado, que no arrastre tras de sí otro pañuelo, otro color.

Algún recuerdo solitario… ¿o sería mejor decir: algún recuerdo “en” solitario? Querida amiga, ¿Te preguntaste alguna vez por la soledad? Recuerdo que le tenías cierto temor, le huías como le huye una presa a su predador. Pero la soledad no es ninguna predadora (aunque no esté exenta de llegar a serlo). Tampoco es una cuestión de individualidad (en un sentido físico, espacial). A mí me gusta pensarla como una soledad de a dos, compartida. Compartida con alguien más, o conmigo. Yo y mi fiel compañera soledad. Quizás eso te molestaba, que yo invocara a quien considerabas tu perseguidor.

Cuando era pequeño y llegó a mis manos “El Principito” una conversación quedaría registrada para siempre, latiendo en mi inocente espíritu de niño solitario. El principito le cuenta a la serpiente que se siente muy solo en ese desierto, a lo que ella le responde –También podes estar solo entre la gente…-. La frase me produjo escalofríos, aun lo hace, por su contenido y por su emisario, pero sobre todo por lo que se desnudaba frente a mí. Inocente niño encerrado en su habitación que comenzaba a jugar con piedras filosofales. Y cuánto más agobiante, desesperante, debe ser la soledad vivida entre millones de personas, pensaba y sigo pensando. Pero la soledad, querida amiga, tiene dos caras: puede ser tan dura y penosa como suave, receptora y protectora; y las dos son grandes maestras para la vida, no lo dudes, no le temas, no le huyas. Son dos caras que se complementan y necesitan. Cuanto más dura y compleja es la coraza externa, más frágil y vital es lo que contiene.

Pero… ¿Qué mecanismos nos protegen de nuestros propios recuerdos?

Y mientras pienso esto el cartel de “Banfield” se asoma por la ventana del tren (porque ahí me encuentro mientras escribo estas líneas aunque tú no lo sepas cuando las tengas en tus manos si es que llegan a ellas, aunque yo me encuentre en cualquier otro lado mientras tú las leas, aunque éste paisaje ferroviario del conurbano bonaerense sur no quede impregnado en el papel que viajara hasta tu presencia, aunque todo eso me encuentro sentado en un tren con una libreta en mis manos mientras el cartel de “Banfield” me saluda por la ventana). Y ese nombre ingles entre tanta porteñidad resuena en mí como el golpe de un bombo murguero. Y me acuerdo de ese chiquito en una casa del barrio y la inocencia del primer amor. La pesadez del verano y la hora de la siesta, las hormigas invadiendo el jardín, y el veneno para acabar con todo. Con TODO. La magia de Cortázar, quien vivió ahí cerquita de donde estoy pasando en este momento (aunque este momento haya dejado de ser este momento), lo inmortalizó en un bellísimo cuento de infancia. Y para cerrar el círculo con un nuevo impulso recuerdo que a Julio lo conocí cuando te conocí a ti. ¿Otro pañuelo de la galera? ¿Una broma del mago? Un espiral de humo se eleva a los cielos. Que fácil y escandalosamente aburrida seria la vida sin esos condimentos que tanto dolor causan.


El tren ya abandonó la estación, y yo sé que alguna vez me tendré que bajar allí. Quizás encuentre una galera vacía esperando ser llenada, de pañuelos, de conejos, de pájaros, de amor, de vida.

sábado, 18 de marzo de 2017

Cartas: N° 4

Querida amiga;

¿Por qué esa insistencia en aparecer a cuenta gotas? Oscuro laberinto el de la memoria que encierra su minotauro. ¿A quién tendrá cada uno encerrado? La vida nos enfrenta a descubrimientos y desafíos que ni siquiera andamos buscando, ¿Qué hacer con ellos? Como veras, son muchas las preguntas que me persiguen y son pocas las certezas, pero una pregunta bien formulada vale tanto o más que el hallazgo de su respuesta, son faros necesarios para el transcurso de la vida sin importar si tocamos puerto. Un aparente viaje a la deriva bien timoneado y con un norte cambiante.

Hoy caminaba y pensaba en cómo con paciencia todos los caminos que uno fue tomando van cobrando forma y sentido con el transcurso del tiempo (otra vez el tiempo, ¿tendré acaso una obsesión con él? ¿Qué es lo que tanto me atrapa? Pero sería poco honesto no contarte también el vértigo miedo adrenalina incertidumbre que causa el no tenerlo todo claro y trazado con tiza blanca sobre una pizarra negra. Algunos granitos de la sal de la vida radican en esa incertidumbre, ¿no te parece? Es que cuando uno no sabe cuál es su camino no hay más que entregarse de lleno a los vaivenes de aquellos que vallan apareciendo. Tarde o temprano la bolilla deja de rodar y cae en algún casillero con un número y color que alguien canta. Pero esa caída solo cobra sentido si se transforma en trampolín para nuevos giros, giros que deben ir a contramano del de todos esos cuadraditos que obedientes se mueven acompasados hacia el mismo lado. Sería muy aburrido quedarse para siempre estancado en el negro 17, ¿Por qué no saltar a la siguiente docena y ver que hay?

Es entonces que el camino se bifurca constantemente insistentemente cada día en cada esquina. Esa pequeña e insignificante decisión sobre si tomar el 29 o caminar hasta el línea D. Ir a hablar con esa chica que mira en la otra punta de la barra y tener una noche de abrazos y olvido o permanecer indiferente ensimismado en pensamientos que duran tanto como la espuma de la cerveza que tengo en mi mano. ¿O podría decir tanto como ese abrazo y olvido en una noche sin luna sin estrellas sin nubes sin ser sin nada?


Pero todo busca refugio en algún recóndito rincón que sale intempestivamente a nuestro encuentro al encender un insignificante fósforo al oler un apretado perfume en el subte al pasar frente a una disquería. Al hacer orden de carpetas viejas es cuando más fuerte golpeas oh esquiva memoria empecinada en archivar lo que se te antoja, porque ahí el golpe es de puño y letra, de viva imagen escondida detrás de un amarillento papel de diario. Y la piel se eriza y el corazón late y las fichas del domino empiezan a caer una detrás de otra a toda velocidad pegando giros y bifurcaciones para volver a encontrarse en un beso perdido y trenzado en lágrimas, y una última ficha con dos solitarios puntitos negros separados y enfrentados por una línea cae al vacío. Y el domino detiene su andar en el centro de un jardín de invierno cuando afuera comienza a florecer la primavera. Adentro llueve rocío.

jueves, 9 de marzo de 2017

Cartas: N° 3

Querida amiga;

Hoy te escribo brevemente. Me quede pensando mucho en el asunto de la dispersión, y fue solo entonces que me di cuenta que buena parte de mí se fue contigo y con aquellos paisajes, y fue también entonces que sentí otra gran parte mía fluyendo libremente con el mar. ¿Acaso algo similar fue lo que movió a Alfonsina?


El mar. Tres letras bastan para nombrar una inmensidad, ¿lo habías notado? La “eme” que concentra su oleaje y sus corrientes subterráneas, la “a” en la que va cobrando forma la ola para constituirse definitivamente con la “ere” y así, luego, desarmarse en la orilla del espacio. Tres letras que nos ocultan todo lo que se podría haber nombrado con las otras 24, así como la simpleza del agua salada y la espuma ocultan todo lo que ocurre debajo. Mejor aún, ante lo desconocido es que abunda el alimento para el espíritu y la materia para la poesía. ¿Sera por eso que el ser humano se empecina tanto en escribir sobre el amor? Tal vez.

viernes, 24 de febrero de 2017

Cartas: N° 2

Querida amiga;

Esta mañana mientras caminaba hacia el tren no podía dejar de pensar en la carta del otro día, como si algo de mi hubiese partido junto a ella, permaneciendo en el ambiente tan solo el cálido olor de la vela recién consumida.

Algo de nosotros se queda en cada rincón visitado, en cada experiencia vivida, en cada persona amada y cada persona perdida. Pero nosotros no somos la suma de todas esas partes desparramadas sino justamente lo contrario, es la dispersión acaso azarosa de nuestro ser a lo largo de nuestra vida la que nos constituye en lo que somos hoy. Esos pedacitos nuestros que van desprendiéndose para seguir su propio rumbo sin saberlo, sin quererlo, nos permiten ser nosotros. ¿Sentiste que una parte tuya se quedó en una montaña tal vez, en un viaje o en una larga noche con amigos? A veces podemos llegar a reconocer el lugar y el instante en que ese desprendimiento se produce sin poder hacer nada al respecto, son fuerzas más fuertes que nosotros. La mayoría de las veces, en cambio, no somos conscientes de ello, se producen a nuestras espaldas y en sigilo, y solo notamos que una parte nuestra quedo vagando por ahí cuando algo se despierta repentinamente ante un inocente estimulo: una foto, un olor, una canción, un nombre.


Es lindo salir al encuentro de aquellos que somos conscientes, damos con algo nuestro que andaba perdido y una energía nueva nos invade, un soplido de vitalidad. ¿Nunca lo intentaste? Proba, es una sensación hermosa. Pero también es cierto que no siempre lo que emerja de ese encuentro nos resulte agradable, al menos no en ese exacto momento. Puede ocurrir que esa energía restituida repentinamente sea de una magnitud tal que no la podamos dominar y lo que ella carga nos domina a nosotros. Por unos segundos nos desestabiliza, nos sacuden sensaciones y sentimientos dormidos, olvidados y despertados de su letargo, como ese mail tuyo que leí en el tren. Todo espíritu y energía más poderosa se vuelve con el correr del tiempo. Aun así vale la pena el ejercicio, con la óptica del tiempo todos los hechos adquieren otro cariz.

sábado, 18 de febrero de 2017

Cartas: N° 1

Querida amiga (¿puedo llamarte así?);

Ya son varios los meses que transcurrieron desde que recibiera tu carta, ¿un año tal vez? Las cartas de hoy tienen la particularidad de aterrizar en el vaivén del día de forma imprevista, a contramano a veces, como una repentina lluvia de verano que sale a tu encuentro en la calle sin paraguas. Y no queda más que seguir caminando y mojarse.

Me acababa de sentar en el tren. El cansancio que arrastraba de la jornada laboral fue olvidado en cuanto leí que eras tú la dueña del mail recién ingresado. Lo leí de corrido, con temor, con nostalgia de un tiempo de lavandas y lapachos. Una vez. Dos veces. No me quedo más remedio que una mirada perdida en la ventana esforzándose por no pestañar. Es que no quería precipitar lo que ya se asomaba. Lo único que quise en ese momento fue viajar, teletransportarme -como uno desea cuando es niño- a la soledad de una playa para sentir el peso de cada una de tus palabras posarse sobre mi espalda, trepar por mis hombros y dejar que resuenen en mí con el eco de tu lejana voz. Fue entonces que tuve la certeza de que había algo tuyo grabado dentro mío para siempre.

Querida amiga (no te molesta que te llame así, ¿verdad?), desconozco si me escribiste esperando una pronta respuesta. Es probable que todo aquel que envía una carta la espere, aun aquellos que digan lo contrario. En ese caso te habrás preguntado porque nunca lo hice. Tal vez hasta pudiste sentir bronca, odio, impotencia. -Un cobarde- pensaste. Puede ser, parece una respuesta evidente y no la niego. Siempre me acobarde ante el amor, desde pequeño. Peligroso abismo para andar asomándose, al que uno debe lanzarse sin paracaídas y sin tener idea de qué lo espera debajo. Es como cuando era pequeño y lanzaba muñequitos al vacío desde la ventana de mi cuarto. Para mí, la bolsa a la que iban atados era un perfecto paracaídas, pero solo algunos disfrutaban de un suave descenso. La mayoría -para mi tristeza- se reventaban contra el piso de cemento. Pero ese resultado lo podía conocer una vez lanzados, no antes. Así es como me siento ante el amor, como esos pequeños muñequitos cayendo en paracaídas de nylon.

Muchas vueltas la di a la respuesta, muchas palabras buscadas y nada concreto surgía, nada que llegase ni siquiera un poquito cerca de lo que intentaba decir, de lo que sentía. ¿Es que no fue capaz el ser humano de inventar un lenguaje específico para expresar los sentimientos? Cada respuesta ensayada era destruida con la amargura, la impotencia, de no poder expresarme, de saber que jamás se podrá explicar verdaderamente lo que a uno le ocurre, eso solamente lo sabe uno mismo, lo sabe quién lo siente. Cierto es que podría escribir líneas y líneas buscando dar con aquellas palabras que al menos se acerquen, que llenen una parte del vacío intentando mostrar algo que en realidad quedara siempre oculto para la razón. Fue ahí cuando comprendí que las cuestiones del espíritu huyen a las palabras, que ese vacío tiene un sentido específico y superior: ser penetrado por el espíritu dejando de lado la razón y el pensamiento.


Comprendido esto pude romper ese dique y escribir tranquilo sin intentar explicar lo inexplicable. Simplemente escribir-te. Como habrás adivinado, con estas palabras no intento decir nada, pero tal vez los vacíos que dejo de aquello que exhibo sin decir vallan siendo llenados a cuentagotas por tu espíritu, como piezas de un gran rompecabezas que va siendo completado muy paulatinamente y a lo largo del tiempo que sea necesario.
 Ese es mi deseo para ti.

martes, 14 de febrero de 2017

La Maga

Recostado sobre el enorme tronco de un árbol en Parque Centenario un domingo por la tarde, entre pelotas de niños y partidos de futbol, guitarras batucadas y bandas, ofertas de budines muffins y galletas veganas, parejas amándose y amigos queriéndose, perros corriendo detrás de una felicidad invisible, yoguis haciendo yoga y sanadores imponiendo manos tras el sutil golpe de dos campanitas fui, finalmente, atrapado por la Maga.

martes, 7 de febrero de 2017

Andres Rivera, El verdugo...

Estaba en el tren cuando finalice el libro. Un nudo en el pecho que apretaba hasta el alma después de esa última página. Vamos a aprender juntos, Reedson, sé que así es. Por los millones que se mueren de hambre frente a depósitos rebalsados; por los millones que se cagan de frio mientras el abrigo permanece guardado; por los millones que duermen en las calles llenas de viviendas deshabitadas; por los millones que se mueren de sed mientras el agua aguarda embotellada; por los miles de millones que cada día salen a laburar para ver migajas en sus manos; por los perseguidos encerrados y asesinados. Por todos ellos, Reedson, vamos a aprender. Por todos ellos y por el propio ser humano, antes de que se devore a sí mismo. El verdugo tiene los pies en el umbral, Reedson, y enceguecido se asoma al precipicio creyéndolo su salvación.