Querida amiga;
Esta es la octava carta que escribo en el transcurso de casi
un año. No hace falta que te diga que no recibí respuesta alguna. No es que
estuviese esperando una, ni pretendo exigirte nada semejante después del tiempo
que me tomo a mí mismo responderte. Aun así, no puedo ocultar que anduve con una
pequeña esperanza de encontrar un sobre con tu nombre en mi buzón. Pero lo
único que se precipita en su interior son boletas y publicidades. Extraño
aquellos tiempos en que llegaban hojas cargadas de tintas y noticias lejanas.
De igual modo, no puedo negar las veces que desee otra aparición tuya en mi
celular. En el tren, en la calle, en mi casa… en vano.
Pienso también si no será un error mío enviarte cartas a tu
domicilio y no a tu e-mail. ¿Que por qué lo hago? No tengo una respuesta, tal
vez me gusta esa ínfima dosis de incertidumbre al imaginar todo el recorrido de
la carta a través de bolsas, bolsones, dependencias y camionetas atravesando un
país. Un descuido, un desvío, un viento que sopló en el momento exacto. El
hecho de depositar la carta y no saber cuándo te llegara (no me gustan esos códigos
que te dan para el rastreo) es un motivo para mantener el pulso.
Claro que existe la posibilidad de que te hayas mudado y que
yo no esté al tanto. En ese caso tal vez haya alguien leyéndome, leyéndote, conociéndonos,
deduciendo y llenando baches de nuestra historia. Si de elegir se trata, escojo
esta opción antes que pensar que no me querés responder. ¿O acaso recibís las
cartas y las tiras sin siquiera leerlas? Eso sería aún más doloroso. Pero
claro, no lo sé, ni una cosa ni la otra. Tan solo silencio. Tendrás tus motivos.
Yo me aferro a la mudanza.
Entonces ¿porque no te envío todo esto a tu mail?, sería la
pregunta lógica y consecuente. Y de nuevo, no tengo repuesta, pero sé que no lo
quiero hacer, que quiero el papel, la tinta, el sobre, el correo y el cartero,
imaginar ese viaje, mi nombre de un lado y el tuyo del otro, un sello, una mano
extendiéndose y otra recibiendo, mi letra en tinta azul de la birome que
sostengo en mi mano derecha cobrando forma sentido ante tu mirada, una pequeña
mancha en la hoja (abajo a la derecha) del mate amargo que estoy tomando y me pareció
apropiado dejarla. Todo eso está presente y ojala pudiese viajar también el
aroma a nostalgia que me acompaña cada vez que me siento a escribirte y el
cielo de la tarde que ingresa por la ventana. Todo eso se pierde en un mail… así
que tal vez ahí este la respuesta.
Y si no eres tú quien
lee todo esto, querida amiga, no te culpo por querer seguir conociendo esta
historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario