sábado, 18 de marzo de 2017

Cartas: N° 4

Querida amiga;

¿Por qué esa insistencia en aparecer a cuenta gotas? Oscuro laberinto el de la memoria que encierra su minotauro. ¿A quién tendrá cada uno encerrado? La vida nos enfrenta a descubrimientos y desafíos que ni siquiera andamos buscando, ¿Qué hacer con ellos? Como veras, son muchas las preguntas que me persiguen y son pocas las certezas, pero una pregunta bien formulada vale tanto o más que el hallazgo de su respuesta, son faros necesarios para el transcurso de la vida sin importar si tocamos puerto. Un aparente viaje a la deriva bien timoneado y con un norte cambiante.

Hoy caminaba y pensaba en cómo con paciencia todos los caminos que uno fue tomando van cobrando forma y sentido con el transcurso del tiempo (otra vez el tiempo, ¿tendré acaso una obsesión con él? ¿Qué es lo que tanto me atrapa? Pero sería poco honesto no contarte también el vértigo miedo adrenalina incertidumbre que causa el no tenerlo todo claro y trazado con tiza blanca sobre una pizarra negra. Algunos granitos de la sal de la vida radican en esa incertidumbre, ¿no te parece? Es que cuando uno no sabe cuál es su camino no hay más que entregarse de lleno a los vaivenes de aquellos que vallan apareciendo. Tarde o temprano la bolilla deja de rodar y cae en algún casillero con un número y color que alguien canta. Pero esa caída solo cobra sentido si se transforma en trampolín para nuevos giros, giros que deben ir a contramano del de todos esos cuadraditos que obedientes se mueven acompasados hacia el mismo lado. Sería muy aburrido quedarse para siempre estancado en el negro 17, ¿Por qué no saltar a la siguiente docena y ver que hay?

Es entonces que el camino se bifurca constantemente insistentemente cada día en cada esquina. Esa pequeña e insignificante decisión sobre si tomar el 29 o caminar hasta el línea D. Ir a hablar con esa chica que mira en la otra punta de la barra y tener una noche de abrazos y olvido o permanecer indiferente ensimismado en pensamientos que duran tanto como la espuma de la cerveza que tengo en mi mano. ¿O podría decir tanto como ese abrazo y olvido en una noche sin luna sin estrellas sin nubes sin ser sin nada?


Pero todo busca refugio en algún recóndito rincón que sale intempestivamente a nuestro encuentro al encender un insignificante fósforo al oler un apretado perfume en el subte al pasar frente a una disquería. Al hacer orden de carpetas viejas es cuando más fuerte golpeas oh esquiva memoria empecinada en archivar lo que se te antoja, porque ahí el golpe es de puño y letra, de viva imagen escondida detrás de un amarillento papel de diario. Y la piel se eriza y el corazón late y las fichas del domino empiezan a caer una detrás de otra a toda velocidad pegando giros y bifurcaciones para volver a encontrarse en un beso perdido y trenzado en lágrimas, y una última ficha con dos solitarios puntitos negros separados y enfrentados por una línea cae al vacío. Y el domino detiene su andar en el centro de un jardín de invierno cuando afuera comienza a florecer la primavera. Adentro llueve rocío.

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