miércoles, 29 de marzo de 2017

Cartas: N° 5

Querida amiga;

Hablar de recuerdos y memoria es  meter la mano en la galera de un mago, revolver su interior, y comenzar a tirar de sus pañuelos anudados. Algunos son de color verde, otros celestes, también los hay rosas, negros y rojos y, sobre todo, uno no sabe cuándo se acaba. Sus caprichos nos lleva y nos trae a los lugares más recónditos e inesperados, tal es la anarquía temporal por la que se rige. ¿En serio almacenaste aquella tarde insignificante?

Desde que te escribí aquella primera carta la galera no deja de escupir pañuelos de todos los colores. Comienzo a preguntarme si se acabara esto algún día, si existe algún recuerdo solitario, aislado, que no arrastre tras de sí otro pañuelo, otro color.

Algún recuerdo solitario… ¿o sería mejor decir: algún recuerdo “en” solitario? Querida amiga, ¿Te preguntaste alguna vez por la soledad? Recuerdo que le tenías cierto temor, le huías como le huye una presa a su predador. Pero la soledad no es ninguna predadora (aunque no esté exenta de llegar a serlo). Tampoco es una cuestión de individualidad (en un sentido físico, espacial). A mí me gusta pensarla como una soledad de a dos, compartida. Compartida con alguien más, o conmigo. Yo y mi fiel compañera soledad. Quizás eso te molestaba, que yo invocara a quien considerabas tu perseguidor.

Cuando era pequeño y llegó a mis manos “El Principito” una conversación quedaría registrada para siempre, latiendo en mi inocente espíritu de niño solitario. El principito le cuenta a la serpiente que se siente muy solo en ese desierto, a lo que ella le responde –También podes estar solo entre la gente…-. La frase me produjo escalofríos, aun lo hace, por su contenido y por su emisario, pero sobre todo por lo que se desnudaba frente a mí. Inocente niño encerrado en su habitación que comenzaba a jugar con piedras filosofales. Y cuánto más agobiante, desesperante, debe ser la soledad vivida entre millones de personas, pensaba y sigo pensando. Pero la soledad, querida amiga, tiene dos caras: puede ser tan dura y penosa como suave, receptora y protectora; y las dos son grandes maestras para la vida, no lo dudes, no le temas, no le huyas. Son dos caras que se complementan y necesitan. Cuanto más dura y compleja es la coraza externa, más frágil y vital es lo que contiene.

Pero… ¿Qué mecanismos nos protegen de nuestros propios recuerdos?

Y mientras pienso esto el cartel de “Banfield” se asoma por la ventana del tren (porque ahí me encuentro mientras escribo estas líneas aunque tú no lo sepas cuando las tengas en tus manos si es que llegan a ellas, aunque yo me encuentre en cualquier otro lado mientras tú las leas, aunque éste paisaje ferroviario del conurbano bonaerense sur no quede impregnado en el papel que viajara hasta tu presencia, aunque todo eso me encuentro sentado en un tren con una libreta en mis manos mientras el cartel de “Banfield” me saluda por la ventana). Y ese nombre ingles entre tanta porteñidad resuena en mí como el golpe de un bombo murguero. Y me acuerdo de ese chiquito en una casa del barrio y la inocencia del primer amor. La pesadez del verano y la hora de la siesta, las hormigas invadiendo el jardín, y el veneno para acabar con todo. Con TODO. La magia de Cortázar, quien vivió ahí cerquita de donde estoy pasando en este momento (aunque este momento haya dejado de ser este momento), lo inmortalizó en un bellísimo cuento de infancia. Y para cerrar el círculo con un nuevo impulso recuerdo que a Julio lo conocí cuando te conocí a ti. ¿Otro pañuelo de la galera? ¿Una broma del mago? Un espiral de humo se eleva a los cielos. Que fácil y escandalosamente aburrida seria la vida sin esos condimentos que tanto dolor causan.


El tren ya abandonó la estación, y yo sé que alguna vez me tendré que bajar allí. Quizás encuentre una galera vacía esperando ser llenada, de pañuelos, de conejos, de pájaros, de amor, de vida.

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