lunes, 10 de abril de 2017

Sin titulo

Les comparto un texto que salio de un taller de escritura que realice en el verano. No tiene nombre, pero la consigna era escribir partiendo de la premisa "amor de verano". (Ya volveremos con la serie "cartas")

Insistís con explicaciones que no se si puedo darte. Ni siquiera tengo certeza de poder explicármelo a mí mismo. No sé cómo llegamos a este punto, a esta instancia. Las cartas estaban sobre la mesa, desde el principio. ¿No las entendiste? ¿No quisiste entenderlas? ¿Tal vez no fui claro? Y acá estoy, buscando las piezas de un rompecabezas que se fue al piso. Como si fuese tan fácil. Sabes que me cuestan las respuestas simples. Y sé que la complejidad te aburre, que desarma tu simpleza y te deja en las manos de un mundo azaroso al cual le huis. ¿Por qué no escapaste de mí? ¿Por qué nos acercamos sabiéndonos tan distintos?

Horacio hizo algunas anotaciones en su cuaderno. Tachó y volvió a escribir. Trataba de convencerse de que todo partía de un malentendido que él mismo no se lograba explicar. Pero esta vez no barajaba la opción de borrarse, de desaparecer y ya. No, no esta vez.
Releyó el ultimo renglón: -¿Por qué nos acercamos sabiéndonos tan distintos?- Y la respuesta era el silencio y un resto de hojas en blanco que se tornaba insoportable. Todo se le estaba volviendo insoportable, ni su propia vida se aguantaba ya. Y por un momento envidió la simpleza, esa sencillez que a veces lo exasperaba. Y el solo pensarlo le dio miedo. ¿Y si se estaba equivocando?


-Ay Horacio…, ese estúpido raciocinio al que te aferras para buscar una justificación al accionar de dos cuerpos buscándose un verano, ¿no te das cuenta que es tu principal problema? ¿Por qué no simplemente dejarlo así? Es que sabés que esa posibilidad no existe, que se esfumó en el mismo momento en que te extraño de ese modo que significaba haber atravesado una barrera, ese mensaje al cual no supiste o no quisiste responder. Vos no querías atravesarla –Horacio-, lo sabias desde el principio. Fuiste a su encuentro habiendo levantado un muro. Pero, ¿de quién te protegías? ¿De ella, o de vos mismo? Y te zambulliste en ese juego con un encendedor en la mano, convencido de que tan solo prendías un cigarro que se consumía en minutos. Y provocaste un incendio –Horacio- siempre acabas provocando un incendio. Y el que se consume ahora sos vos-.


-¡Basta! Ya es suficiente- se dijo Horacio arrojándole un salvavidas a su propio naufragio. -No me importa lo que ella piense, se lo tengo que decir. En definitiva, la que entendió todo mal fue ella, yo se lo aclaré desde el principio-. Y en un arranque de falsa seguridad volvió a agarrar su cuaderno y comenzó a redactar una historia que mientras más avanzaba más dudas le dejaba. El fruto supuestamente maduro del argumento que tranquiliza la existencia comenzó a pudrirse entre sus manos.


-¿Se lo aclare desde el principio? Ay Horacio… a veces me pareces tan infantil. ¿Eso es todo lo que tenés? Solo tratas de escabullirte de la sorpresa, la inquietud y el miedo que te generó el reconocerte invadido por su presencia. De pronto había alguien en ese territorio tan reservado. Horacio, podés teorizar mucho y buscarle todas las vueltas que quieras, pero hay un punto –y lo sabes muy bien- en que tu castillito de naipes se derrumba con tu propio aliento mientras lo construís. Tu teoría es como papel higiénico ante una gota de agua-.

Temblás –Horacio- sé que temblás cuando recordás esa primera noche que quiso ir a tu departamento en el once. Cuando recordás cómo fue ella quien tomo la iniciativa con sus manos apenas cerraste la puerta después de haberse sentido infinitos en los espejos del ascensor. Sí –Horacio- cerrá ese cuaderno, porque también recordás cómo bajó el cierre y continuo con su boca. Y vos, inmóvil, aun contra la puerta. Y el clima estaba denso, caliente, pegajoso como dos caramelos sugus en el fondo de una mochila. Y entonces continuaste con el juego –Horacio-  porque era eso nada más.


Ese día no había mucho por sacar, mucho por descubrir; las bondades del verano que atentan contra la imaginación, contra el erotismo, contra la sorpresa. Lo explícito – ¿o no que pensaste todo eso, Horacio?-. Bastaban mínimos movimientos para enfrentarse a la desnudes marina. Nada de malabaristas esta vez, nada de acrobacias.

Apenas un ventilador de pie en un esfuerzo inútil por no avivar las llamas sobre la cama. Las sabanas que se empaparon. El pelo que se pegaba, los cuerpos que se pegaban. Gemidos y suspiros apenas lograron penetrar en ese caldo de 35 grados – ¿te acordás, Horacio?- pero la penetración llega, finalmente. Y ese caldo se revuelve. El ventilador, presagiando el desenlace, mira hacia un lado y otro. No quiere ser testigo. La almohada en el piso, las sábanas en un rincón, las ropas aun en la puerta esperando.

No te aflijas –Horacio-, acostate, descansá.

Y el sudor no cesaba porque el calor no cedía, y estaba bien que así sea. El ruido de afuera se perdía entre las aspas del ventilador. Solo escuchabas sus gemidos, de espalda, arrodillada; vos sintiendo con tus manos el sudor de su vientre que después los dos relamían, juntos –oh sí que te gustaba, ¿eh Horacio?- Ella estirando sus brazos por detrás tomando casi tironeando tu pelo, y vos disfrutabas de esa cercanía al dolor saliendo de su mano, porque sabías que era su reacción al juego de tus inquietos dedos, a esas palabras que pronunciabas lento suave pesado húmedo sobre húmedo al oído, mientras un rio se derretía entre tu pecho y su espalda. Y ella suspiraba gimiendo temblando, y los pies de ambos se buscaban y se encontraban por detrás en su propio juego a ciegas.


¿La sentís, Horacio, la ves? Un clavel enlazado a tu memoria, a tu vida. ¿Por qué podar lo que está floreciendo? Dejá ya de pensar tanto, de recordar. Tirá esas estupideces que escribiste en tu cuaderno. Quizá con un poco de tiempo. Tal vez el otoño. La densidad del aire no te está ayudando –Horacio-, refracta tus sentimientos dormidos entre sábanas transpiradas, distorsiona esos cuadros de tu departamento en el once, envejece de modo prematuro al amor. La alquimia del verano –Horacio-, quizás así, lo inexplicable acabe en la sencillez del gesto de un ramo de flores.

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