Querida amiga;
Hoy te vi. Yo subía las escaleras de la estación Juramento cargando
mi mochila, mis pies, mi día, tú descendías
liviana y perdida entre caras apretadas en la escalera mecánica. Todo parecía mecanico
ese dia hasta que te apareciste para darle vitalidad. Yo quería escapar de las
fauces de la tierra para respirar ese viciado aire fresco de la ciudad, tú te
sumergías en ellas.
Allí estabas, tan perdida como radiante. Fue un instante en
que levante la mirada para ver el cielo que comenzaba a asomarse y me topé con
tu lento descender. Pude ver cierto espanto en tu rostro, recuerdo como le temías
a todo aquello que connotara un descenso. Tu mirada se asemejaba mas a una
no-mirada, ni siquiera estaba distraída en tu celular.
Y así pasaste a mi lado sin notarlo, siempre en esa suavidad
mecánica. No giraste tu rostro para que se encuentre con el mío. Desde tu
inmutable fijeza ignorabas todo lo que ocurría a tu alrededor, no solamente a
mí. A vos que tanto te gustan, no viste al niño sobre los brazos de su madre
que a escasos centímetros tuyos te miraba fijo, algo en ti la hipnotizaba, ¿tal
vez ese estado fantasmal que irradiabas? A tu espalda una pareja se besaba de
modo apasionado sin importarle quien ni dónde ni cuándo ni cómo. Solo besarse,
solo amarse. Más abajo un hombre hablando a los gritos por su celular, contando
los pormenores de su vida que a nadie más le interesaban salvo a él y a su
interlocutor. Y vos gracias. Tu única presencia era el hecho físico de la
materia que ocupa un espacio.
Ante tu aparición tuve que detener mi andar en medio de la
escalera, en ese limbo entre vaho subterráneo y frescura del smog que se mece
con el aire que se niega a descender. Gente que subía comenzó a amontonarse
detrás de mí y hacia esfuerzos por esquivarme. De frente venían los que no
elijen la escalera mecánica ya sea por ansiedad, por andar apurados o por
claustrofobia de las horas pico. Cuando me di vuelta para observarte una vez más,
tal vez para ir a tu encuentro, tal vez para seguirte con la mirada, tal vez
para llamarte, entre tal veces te me perdiste, ya nada quedaba de ti más que
una vaga idea de haber participado de tu mundo alguna vez.
No me animé a volver sobre mis pasos y emprender tu búsqueda
entre la gente. Tenía miedo de no encontrarte en ningún rostro (era lo más
probable, lo sé), así que opte por aferrarme a ese encuentro fugaz, no hacía
falta ponerlo a prueba. Continué mi día con la seguridad de ese parpadeo. Y no
me importa que me digas que es imposible, que estoy equivocado, que estás a más
de mil kilómetros. Ahí estabas, ahí estuviste, lo sé.
Fue hermoso haberte visto y perdido en la fragilidad del
instante. Quizá, sin saberlo, te tomaste unos minutos de tu infaltable siesta
para darte una vuelta y hacerte presente en ese pie de página.
Insisto, fue hermoso haberte visto, y tan solo quería
contártelo para que la próxima vez no tengas miedo de voltear tu mirada y que
nuestros ojos se encuentren en un silencioso abrazo de amigos.
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