sábado, 18 de febrero de 2017

Cartas: N° 1

Querida amiga (¿puedo llamarte así?);

Ya son varios los meses que transcurrieron desde que recibiera tu carta, ¿un año tal vez? Las cartas de hoy tienen la particularidad de aterrizar en el vaivén del día de forma imprevista, a contramano a veces, como una repentina lluvia de verano que sale a tu encuentro en la calle sin paraguas. Y no queda más que seguir caminando y mojarse.

Me acababa de sentar en el tren. El cansancio que arrastraba de la jornada laboral fue olvidado en cuanto leí que eras tú la dueña del mail recién ingresado. Lo leí de corrido, con temor, con nostalgia de un tiempo de lavandas y lapachos. Una vez. Dos veces. No me quedo más remedio que una mirada perdida en la ventana esforzándose por no pestañar. Es que no quería precipitar lo que ya se asomaba. Lo único que quise en ese momento fue viajar, teletransportarme -como uno desea cuando es niño- a la soledad de una playa para sentir el peso de cada una de tus palabras posarse sobre mi espalda, trepar por mis hombros y dejar que resuenen en mí con el eco de tu lejana voz. Fue entonces que tuve la certeza de que había algo tuyo grabado dentro mío para siempre.

Querida amiga (no te molesta que te llame así, ¿verdad?), desconozco si me escribiste esperando una pronta respuesta. Es probable que todo aquel que envía una carta la espere, aun aquellos que digan lo contrario. En ese caso te habrás preguntado porque nunca lo hice. Tal vez hasta pudiste sentir bronca, odio, impotencia. -Un cobarde- pensaste. Puede ser, parece una respuesta evidente y no la niego. Siempre me acobarde ante el amor, desde pequeño. Peligroso abismo para andar asomándose, al que uno debe lanzarse sin paracaídas y sin tener idea de qué lo espera debajo. Es como cuando era pequeño y lanzaba muñequitos al vacío desde la ventana de mi cuarto. Para mí, la bolsa a la que iban atados era un perfecto paracaídas, pero solo algunos disfrutaban de un suave descenso. La mayoría -para mi tristeza- se reventaban contra el piso de cemento. Pero ese resultado lo podía conocer una vez lanzados, no antes. Así es como me siento ante el amor, como esos pequeños muñequitos cayendo en paracaídas de nylon.

Muchas vueltas la di a la respuesta, muchas palabras buscadas y nada concreto surgía, nada que llegase ni siquiera un poquito cerca de lo que intentaba decir, de lo que sentía. ¿Es que no fue capaz el ser humano de inventar un lenguaje específico para expresar los sentimientos? Cada respuesta ensayada era destruida con la amargura, la impotencia, de no poder expresarme, de saber que jamás se podrá explicar verdaderamente lo que a uno le ocurre, eso solamente lo sabe uno mismo, lo sabe quién lo siente. Cierto es que podría escribir líneas y líneas buscando dar con aquellas palabras que al menos se acerquen, que llenen una parte del vacío intentando mostrar algo que en realidad quedara siempre oculto para la razón. Fue ahí cuando comprendí que las cuestiones del espíritu huyen a las palabras, que ese vacío tiene un sentido específico y superior: ser penetrado por el espíritu dejando de lado la razón y el pensamiento.


Comprendido esto pude romper ese dique y escribir tranquilo sin intentar explicar lo inexplicable. Simplemente escribir-te. Como habrás adivinado, con estas palabras no intento decir nada, pero tal vez los vacíos que dejo de aquello que exhibo sin decir vallan siendo llenados a cuentagotas por tu espíritu, como piezas de un gran rompecabezas que va siendo completado muy paulatinamente y a lo largo del tiempo que sea necesario.
 Ese es mi deseo para ti.

1 comentario:

  1. buenas! que calido encontrarte por estos sitios, saber que seguis escribiendo y tu amor al arte de la literariedad sigue intacto. Para celebrarlo, te retruco con uno de mis escritos.
    FELIZ DIA ESCRITOR. YO CELEBRO LA BONDAD DE TU VIDA EN PALABRAS. :) ABRAZO GIGANTEZCO

    http://mirar-desde-otrolugar.blogspot.com.ar/2017/02/silencio.html

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