sábado, 20 de junio de 2015

Pirulo tortuga

“Pirulo tortuga”. Sobre un portón, en la entrada a una maderera. Cada vez que paso en el bondi veo la pintada y las palabras me quedan resonando…“Pirulo tortuga”. En el cruce entre Reyes Católicos y Sanson, en ese punto ciego en que esta última deja de ser una para pasar a ser la otra. Un tortillero suele ubicarse en esa misma vereda con su brasero, parrilla y pilas de bollos. Metros antes, cuando comienza la curva, hay una parada del 5A. “Pirulo tortuga”, en letras negras sobre el portón blanco, viejo y oxidado.

Mis pensamientos fluctúan entre qué o quien será este “pirulo”, qué querrá decir con eso de “tortuga”, y quien/es se habrán tomado el trabajo de hacer el escrache. La letra parece a las apuradas, desprolija, y es bastante grande, lo cual significa que podía llevar mucho tiempo hacerlo con prolijidad. “Pirulo tortuga”… ¿Qué puede mover a alguien a pintar esa frase? ¿Qué nos habrá querido decir? ¿Nos? ¿Habrá querido decir algo? ¿A quién va dirigido? “Pirulo tortuga”…

Cada vez que paso, cuando el bondi termina de cruzar la vía y empieza a girar hacia la derecha, miro por la ventanilla para ver pasar a pirulo tortuga. Cada letra queda sonando en mi cabeza. Cada pirulo. Cada tortuga.

Quizá, pienso, “pirulo tortuga” es un apodo. Así como hubo un “barrilete cósmico”, hay un “pirulo tortuga”… haciendo referencia a qué, nadie lo sabe. O tal vez nos quiere decir que el tal pirulo es un lerdo, un lento, tomando la principal característica a la que es asociada la tortuga. Algo así quedaría si teatralizamos la frase: “che, pirulo, sos un tortuga”. Buenísimo, ya sabemos que pirulo es muy lento. Pero aún estamos rengos, ¿lento en relación a qué? Me imagino una mujer esperando la declaración de amor de pirulo, que hace meses viene dando vueltas pero no se decide, o no se anima. Una madrugada, cansada de la sofocante espera y anhelando caer rendida en los brazos de su amado tras otra fallida salida, María se despidió de pirulo. Caminó con decisión bajando por Los Alisos (ah, nos les dije que pirulo vive sobre Los Alisos) en dirección al virgen portón blanco que está cruzando la avenida, al ladito de donde toma siempre el cole cuando vuelve de lo de pirulo. Está decidida a llevar a cabo su plan. Abrió su mochila, tomo el aerosol negro entre sus manos sintiendo el frio del aluminio en esa noche caliente. Se tapó un poco la cara con el pañuelo que había llevado para tales fines. Y comenzó a pintar. Minutos después, agradeciendo que no paso ningún auto ni transeúntes, esperaba el colectivo que la llevaría a su casa. A sus espaldas, “pirulo tortuga” comenzaba a secarse en la cálida noche de verano.

A dos cuadras de allí, Pablo, más conocido en el barrio como pirulo, intenta conciliar el sueño. Inquieto, incomodo, da vueltas en la cama. Hace tiempo que viene pensando cómo decirle a María que no la ama.
  


miércoles, 17 de junio de 2015

La tabernera del puerto

La tabernera del puerto, rezaba el cartel sobre el ventanal de la puerta de acceso al Teatro Provincial. Yo pasaba por delante nomas, pero el diseño me atrajo: el frente de un bar porteño, la silueta a contraluz de una mujer bebiendo una copa, un bandoneón cruzado en diagonal. La tabernera del puerto. -“Una por favor”-.  60 pesos, la más económica. Fila 15, butaca 4. Atrás al medio, buena ubicación, aunque después me acorde que el sonido siempre es mejor arriba. No importa.

No tenía idea que es lo que iba a ver. Como dije, simplemente me gusto el diseño del afiche y el nombre. Después me enteraría que es una zarzuela, aunque no tengo ni puta idea de qué es lo que define a una zarzuela. Luego de haberla visto tengo mis conjeturas al respecto… una mezcla entre teatro y ópera, con acompañamiento orquestal. El equilibrio entre una cosa y otra me encanto, la opera se me suele hacer medio pesada. En este caso había una dosis justa de cada una. Aunque puede ser que esté hablando boludeces, porque estrictamente hablando tampoco sé que es lo que define a una ópera. En algún momento lo averiguare, podría ser ahora, minimizando esta ventana y abriendo una pestaña nueva de google, pero no me interesa, al menos por ahora.

Tras una caminata de unos 40 minutos, llegue al teatro con La máquina de hacer pájaros sonando en mis oídos. Guarde headphones, campera, busque mi entrada y me dispuse a hacer la fila. Edad promedio a mi alrededor: unos 147 años. Todos viejos y viejas cholulas, aprovechando la fresca para sacar a relucir sus tapados. "Nuestra vida será blanca y buena, nuestra casa será verdadera, nuestra ciudad será hermosa desde hoy”, resuena en mi cabeza.

Una vez dentro, me instalé tranquilamente en mi lugar y procedí a leer el programa para saber de qué venía la cuestión. A mi izquierda, una vieja. A mi derecha, otra vieja. Entre las dos, debían sumar cinco siglos resistiendo. La de mi derecha se había sentado unos segundos antes a mi izquierda, hasta que notó que el resto del grupo con el que venía siguió de largo. Se levantó al grito de –“Hay chicas!! Pensé que ya se había sentado”. –“Hay perdóname querido, permiso”. –“Pase nomas, no hay problema”, le respondo haciéndome una pelotita contra mi asiento y metiendo mi mochila por debajo. –“Hay te perdono porque sos igualito a mi sobrino”, dice la vieja cuando termina de pasar… ¿Te perdono? Me quedo pensando… Nunca le dije perdón, y no tenía motivo para decírselo, de hecho, fue ella la que me pidió perdón mientras pasaba… No te preocupes, pequeños cortocircuitos de la tercera edad.

Fuerte predominio de viejas sobre viejos, se ve que sus papeles duran más en el teatro de la vida, a los viejos el contrato se les vence antes. Muy interesante la perspectiva que daba la pendiente de la platea baja, entre el brillo de la calvicie y el relucir de las canas. Alguna que otra juventud también se asomaba por ahí, para tirar un poquito abajo el promedio general.

No soy crítico de teatro ni cerca, pero debo decir que la obra me encanto, me pareció muy ágil y divertida, con una excelente puesta en escena. No les voy a decir que la vallan a ver porque ya no está, pero se las hubiese recomendado. Ah, como olvidarme, si hay algo que siempre me dio por las pelotas en este tipo de eventos, es el exceso de aplausos. Siempre. Cada aria, cada escena, cada acto, aplausos, aplausos y más aplausos. Y ni hablar al finalizar, unos 10 minutos consecutivos de aplausos. No es que no se lo merezcan, pero que se yo, te termina secando un poco el mate tanto aplauso. Quizá el problema soy yo, que al ser un ignorante de este tipo de rubro y de ambientes, no logro dar con la esencia y el significado trascendental del constante aplauso. Quizá sea la simple inercia de la infinita estupidez humana en su actuar sin pensar en lo que está haciendo. Pero el de al lado aplaudió, los de arriba aplauden, los de más allá aplauden, por ende, aplaudo. Y si no te gustó lo que acabas de oír, cagate, aplaudí igual. -“Pero esto último no me movió un pelo!”, -“No importa, todos aplauden, aplaudí igual!!”.  Y así, los aplausos van dirigidos a los actores, pero también al propio público en una auto alabanza e identificación de pertenencia a un sector privilegiado de la sociedad, que consume “alta cultura” envuelta en tapados y sobretodos, que tiene que cumplir el mandato de aplaudir hasta el hartazgo mas allá de lo que haya visto u oído; que se regocija comentando la versatilidad vocal de la soprano, el bajo intenso del protagonista, y la exquisitez de ese Fa sostenido alcanzado por el tenor en la tercer aria del segundo acto mientras cantaba loas a su amada. En fin, miren donde termino. Si a uno le interesan, aunque sea un poquito, ese tipo de eventos, es inevitable verse rodeado de todo eso. El combo viene completo, con cajita feliz y sorpresa para armar.


PD: hay algo que tengo que reconocer, alguna de las viejas tenía un perfume que era exquisito. Me hacía acordar a algo, en algún momento ya lo sentí, aunque aún no descifre cuando. Los olores tienen su mambo y, en mi caso, son grandes disparadores de memorias. Hace unos días, mientras usaba el Shazam (esa app (epaaaaa, esa sí que no se la esperaban ehhh) que te reconoce canciones) pensaba en cuando inventaran algo similar pero que reconozca olores. Sentís un perfume, una flor, el aparatito lo detecta y te dice qué es. Pero esto se me está yendo al joraca, el olor y el Shazam pertenecen a otra historia.

martes, 9 de junio de 2015

Otoño, hojas y ancianos

Iba camino abajo por Los Carolinos. Los cerros que dan nombre al barrio custodiaban mi espalda. Era una mañana de otoño cristalina, fresca y algo ventosa. A unas cuatro cuadras me esperaba la parada del Transversal con destino UNSa. Manos en los bolsillos, bufanda, capucha, música, y la mirada fija en las montañas del oeste. Ni una nube.
En estas cosas andaba cuando me cruzo con un pequeño liquidámbar, uno de los tantos que adornan esta ciudad. Pero éste tenía algo particular. Había sido podado y estaba completamente pelado. Es decir, no tenía el estallido de colores propio de estos árboles en esta época del año. Al menos eso creía ante la primer mirada cuando pasaba a su lado, ya que luego me di con una única hoja cargando en soledad todo su colorido. Sacudida por el viento se resistía tenazmente aferrada a su rama. Detuve mi andar un instante para observarla. Un árbol, una sola hoja resistiendo el avance del otoño.
A mis espaldas, ahora, el jardincito de una pequeña casa en la que viven dos ancianos. Semanas atrás, pasando por esa misma vereda pero con el arbolito lleno de hojas, escucho un: “Joven, por favor!”. Freno mi andar, y a mi derecha se encontraba un anciano sentado en una reposera. A su lado, un bastón yacía en el piso. El anciano me pedía ayuda para levantarse.
Ingreso a su propiedad y, tomándolo de un brazo y la cintura, lo ayudo a incorporarse. Para mi sorpresa el viejo era bastante cabrón y empieza: “ehhh que me querés tirar cheeee, cuidado!!”. Recordando a mi abuelo, no puedo más que esbozar una sonrisa. En esa lucha andábamos cuando se hace presente su señora. “Levantate de una vez y déjate de joder, no seas miedoso poe”. La llegada de la vieja no hizo más que enfurecer al viejo, al tiempo que disfrutaba de la escena en la que me veía involucrado. Pero el reto de la vieja surtió efecto, al instante el viejo ya estaba de pie con su bastón en la mano. Cruzamos unas palabras de agradecimiento y me apresto a seguir mi camino.

Cierro el portoncito de acceso. Y veo frente a mí al pequeño liquidámbar, pelado, con una única hoja enfrentando al otoño y los azotes del viento. Y veo la pareja de ancianos, aferrados a la vida a medida que se acerca el invierno. Y todos sabemos que nuestro destino es desprendernos, solitariamente, de ese árbol. Y caer, y flotar, y recostarnos sobre la tierra que nos dio la vida.