lunes, 15 de diciembre de 2014

Lo mejor de sentarse a escribir sin tener idea de que es lo que uno quiere escribir, quizá sea justamente eso. Prendo una vela. Algo de música. Por la ventana abierta entra apenas una brisa, junto a los grillos en un primer plano, con el telón de fondo algún que otro perro ladrando.  También se sienten autos y motos.

Una palabra me puede llevar a otra, así como una idea inicial remite en otras. Nada en particular. Solo palabras. Solo ideas. Aunque no se cuales, menos hacia donde van. Simplemente apoyar la yema de mis dedos sobre las teclas. Mi mirada perdida en el monitor. A mi izquierda, de refilón veo la vela y su llama danzante frente a la ventana abierta por la que entra el cantar de los grillos y la brisa que mueve la llama.

Lunes 23 hs. prácticamente. Mi última semana laboral, acostándome todos los días a las 6 am me dio vuelta por completo los horarios. La última noche, ayer, me dio vuelta el fin de semana. Hoy es sábado. Pero la noche está tranquila. Único indicio, diría yo, de que realmente no es sábado, sino lunes.

Elijo Coltrane para ambientar.

Y después de la elección, mis dedos se quedaron sin moverse por un rato. Mi cabeza se fue con la trompeta de Monk´s Mood. Pero ustedes no pueden darse cuenta de eso. En la obra acabada no aparecen, no se perciben los avances y retrocesos. No queda registro de los renglones anteriores a esto que borre. No tiene lagunas temporales. Es una sola cosa, que uno la lee de punta a punta sin conocimiento de todos los detalles que rodearon a la obra. Claro, uno lo piensa y es evidente que es una pelotudes lo que estoy diciendo. Quizá sea que uno cuando se sienta a escribir sin tener idea para que se sentó, dice pelotudeces. Pero no, no creo que sea así.

Hablando de Coltrane, hace unas horas atrás me instale pacientemente a escuchar Herencia pa´ un hijo gaucho, de Larralde. Mágico, desgarradoramente mágico. Veintisiete minutos de palabras precisas, cuidadas, buscadas todas y cada una de ellas. No hay palabras de más. Mezcla de melancolía, tristeza, dolor y esperanza. Cada idea, cada frase, cada expresión, es extraída por Larralde de la misma naturaleza. Agudo observador de cada detalle. Sus maestros fueron los caballos, los horneros, las abejas, los árboles, los arbustos. Y la dura vida del peón de campo, del trabajador de sol a sol, sin feriados, sin francos, sin aguinaldo. Toda expresado desde una terrible sensibilidad, que hacen de sus versos una enorme denuncia social. Por momentos se te pone la piel de gallina. Me falta escuchar la segunda parte, que quedara pendiente para ser aprovechada en el largo viaje en bondi a Buenos Aires que se avecina.

Lindos momentos los viajes en bondi. Suelen ser odiados, por cuestiones de tiempo y tardanzas, pero tienen su propio encanto y un lado muy positivo. Las últimas veces que fui a Buenos Aires había tenido la posibilidad de ir en avión. Esta vez opte por ni averiguar de la existencia de esa posibilidad. El viaje en colectivo permite la realización de una transición, que el avión no. En colectivo se vive verdaderamente un viaje, uno se va acercando muy despacio hacia su destino. A veces es necesario que sea así para evitar el pasaje rápido de un ritmo de vida, en un lugar determinado, a otro.


Bueno, suficiente por hoy. Me voy a comer. Sin titulo y sin etiqueta.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Las huelgas de Santa Cruz

  Entre 1920 y 1921, una serie de huelgas sacudieron el territorio nacional de Santa Cruz. El resultado final será el fusilamiento de aproximadamente 1500 peones y obreros por el ejército bajo el mando de Varela, enviado por Yrigoyen. Es interesante leer algunos fragmentos de los panfletos que emitía la Sociedad Obrera de Rio Gallegos, organizada por la FORA anarquista, y las respuestas de los representantes de la Sociedad Rural de Rio Gallegos aparecidas en La Unión;  a la luz de la lucha de clases actual.

Sociedad Obrera
“(…) sabe el público que en estos dos o tres últimos años, los estancieros obtuvieron ganancias fabulosas; que muchos de la pobreza fueron elevados a potentados en finanzas, y que no obstante al obrero se le pago como sueldos irrisorios el trabajo con que le enriquecieron. (…) Los estancieros en el transcurso de la guerra Europea centuplicaron su capital; los comerciantes mayoristas, con menos vergüenza que asaltantes de caminos, en el mismo espacio de tiempo tuvieron ganancias increíbles, porque llegaron a cobrar los artículos que tenían en existencia con recargos de “quinientos por cien”; ahora, por ley natural, toca el turno a la clase productora, exigiendo la compensación que se merecen. Comisión de Huelga, noviembre de 1920, (Comisión de Justicia, fs. 590)
Sociedad Rural

(…) Los hechos que se vienen sucediendo bajo el pretendido aspecto de convulsiones obreras, no son más que individualistas y tendenciosos, revelando en toda su magnitud el espíritu de hostilidad y prepotencia que se desea ejercer en despecho de situaciones insostenibles.
(…) ¿No son estos, datos sugerentes para que los obreros reflexionen y concuerden con nosotros y la opinión sensata de la generalidad, que inconscientemente están sirviendo causas extrañas al proletariado? (…) Por el contrario de lo que hoy pasa, deben buscar afinidad con el capital, solventando sus cuestiones en forma pacífica, desde que, siendo fuerzas concomitantes, en la lucha cotidiana obtendrán así mayores beneficios.
(…) Debido a la agitación obrera que de un tiempo se viene sintiendo si causas aparentemente justificadas, la policía abrigaba sospechas de que confundidos entre los obreros existían elementos perturbadores que celebraban reuniones sin conocimiento de la autoridad (…) La Unión, 21/10/1920, pág. 5

  En resumen, los peones y obreros son completamente conscientes de que estancieros y comerciantes se enriquecieron enormemente durante la guerra, gracias a la enorme demanda de lanas y sus altísimos precios, por sobre todo. Factor que los llevo también a la especulación y la acumulación de stock a la espera de mejores precios aun. Estos se vieron derrumbados finalizada la guerra y la demanda sesó. Y los que estuvieron años enriqueciéndose y especulando con los valores de la lana, ahora quieren descargar la crisis sobre los trabajadores, con bajísimos salarios y despidos. Los trabajadores organizados entran en huelgas masivas, apoyadas por los peones de campo, obreros urbanos y portuarios. Frente a los legítimos reclamos de la clase trabajadora, la Sociedad Rural opta por el llamado a la “unión con el capital” para el “beneficio” de ambos,  al tiempo que aparece en su relato el “elemento externo”, los perturbadores ajenos a las causas obreras que solo quieren el caos social. Como si ellos no fueran, como pilar fundamental de sostenimiento de este sistema, los responsables de ese caos social del cual se desligan.
¿Por qué ese trágico final, entonces? Como bien percibe Susana Fiorito, autora de Las huelgas de Santa Cruz, la masacre de la Patagonia no fue una “aventura autoritaria”, ni un “trágico error”, ni un “exceso”. Los huelguistas se habían agrupado en campamentos esparcidos por el territorio nacional de Santa Cruz, estaban armados, tenían sus propias leyes, y discutían y votaban todo en Asambleas. La masacre de la Patagonia fue “la manifestación objetiva de que cuando la lucha de clases trasciende ciertos planos, las instituciones –gobierno, ejercito, policía, justicia- trasgreden la formalidad de sus propias leyes, acudiendo a la violencia para preservar las bases mismas del sistema”. (Susana Fiorito, Las huelgas de Santa Cruz, CEAL, 1985)

En días en que a las luchas de los trabajadores se les pide la “unidad nacional”; que se sigue acusando a “agentes externos” y “perturbadores” infiltrados que solo quieren el caos social; en que el gran capital, luego de enriquecerse durante los últimos diez años, quiere descargar la crisis, otra vez, sobre los trabajadores; las huelgas de Santa Cruz de 1920 y 1921 no pierden vigencia, tampoco sus reclamos.

domingo, 31 de agosto de 2014

Sin nombre

Todos seria mucho mas fácil si uno no tuviese conciencia de nada. Pero ahí aparece el problema. En cuanto uno empieza a tomar conciencia de ciertas cosas, todo se vuelve mas complicado y ya no puede hacerse el pelotudo. Que problema. Mas complicado aun, cuando el lugar del que uno viene no tiene sus mismas preocupaciones. O tal vez si, aunque no parezca. ¿Quizá desde otro lado? En fin, aquí estamos.
Lo difícil de cuando se empieza a comprender ciertas cosas es que uno ya no puede justificarse en base a una posible ignorancia, sino que ahora pasa a ser pura y exclusivamente una falta de voluntad. Esta claro que no se reduce a eso, sino que entran en juego todo un cumulo de otras realidades objetivas que no se pueden dejar de lado: laburo y estudio ocupando el podio.
Y entonces volvemos al circulo vicioso, realidades que nos empujan por el lado de hacer la vista gorda hacia aquellas cosas de las que tomamos conciencia. La individualidad, la subsistencia de cada uno, la vida de cada uno, vs. el bien general. ¿Como equilibrar ambas? Debe ser una de las grandes preguntas.

Poner un disco. No un cd, un disco. Si, un vinilo.Quitar la tapa (este no se levanta, se quita, a diferencia de muchos). Mover el brazo que equilibra el disco en el centro. Colocar el disco elegido, posicionar la pua. Todo para escuchar media hora, tal vez un poco mas, de música. Luego hacer le proceso inverso para dar vuelta el disco. Se opone por el vértice al sistema actual: elegir una carpeta de música o una lista, ponerle play, y tener la posibilidad de que se reproduzcan horas y horas de lo que uno haya elegido. Todo con el movimiento del dedo indice, y apenas la muñeca. Me di cuenta que opto por lo primero. No solo por una cuestión sonora, sino por una cuestión ritual. El mercado musical virtual ilimitado atenta contra la ritual, al menos en este sentido, ya que se podría pensar que genera un nuevo ritual en torno a ceros y unos.
Pero los ceros y unos se desvanecen en mis manos, a medida que de un surco apenas visible comienza a salir sonido, comienza a brotar música. 
Tomo la pipa entre mis manos, el tabaco, el fósforo, y doy lugar a eso combustión placentera a la cual me lleva el tan solo hecho de colocar una púa apenas visible sobre un circulo negro. Una bocanada para el primer acorde. Y a disfrutar de unas limitadas opciones que tengo en mi poder.
Como requieren de todo un proceso, ahora la música paso a ser para determinados momento específicos. Cocinar con Gardel, Julio Sosa o Silvio Rodriguez; estudiar con Chopin o Brahms; limpiar con Baglietto; tomar una birra con Elvis. Elvis, por dios como no lo conoci antes. El tener a disposición todo lo que uno quiera deriva en un atentado contra uno mismo. 
Birra con Elvis. Se me acabo la birra. Dejo de sonar Elvis. ¿Y ahora? Afuera suenan "los hitazos del momento" desde alguna casa que esta de fiesta. Todos le cantan a sus amores imposibles, a sus traiciones. Chicas se dirigen a la esquina a ofrecer sus servicios. Llega un mail: el mundo continua su rumbo, la lucha por un cambio estructural de este sistema es evidente que continua. No se toma vacaciones, no tiene feriados, no detiene su marcha. Por que la opresión tampoco se toma respiro.
Un ultimo trago. Una ultima bocanada. Una ultima reflexión que se entrecruza con imágenes repentinamente surgidas del mas profundo inconsciente.
Punto

viernes, 22 de agosto de 2014

De sombras y cucarachas

Sombras te persiguen en la calle. Las mismas que hace unas noches te despertaron. Te levantas, dispuesto a acabar con ellas, pero son más rápidas, mas agiles, y ninguno de tus golpes logra ser certero. Y en medio del sueño no sos capas de encender la luz para llevar a buen puerto la batalla. Todo transcurre en total oscuridad. Ventaja clara para esos insectos. ¿Por qué? ¿Por qué mi inconsciente quiere que libre esa batalla en oscuridad, y que la pierda?

En medio de la desesperación por la frustrada cacería, te despertás. Prendes brevemente la luz para verificar que no haya ninguna cucaracha dando vueltas. Volvieron. Las mismas que habían sido vomitadas en medio de la selva amazónica años atrás. Expulsadas de las entrañas a donde pertenecen. Un túnel negro cuyo fondo se hacía más y más lejos a medida que vomitaba más y más. Y las podía ver en el fondo, luchando por salir, ahogándose en medio de ese fétido liquido negro que iba llenando el balde. El mundo daba vueltas, no había abajo o arriba, todo quedaba librado al artista. Y mientras más se caían todas las leyes y normas que gobiernan nuestro racional mundo, mas cucarachas eran vomitadas.

Finalmente, volvieron. Y a medida que salen y se propagan, comienza a aparecer una línea invisible ligando a Gregor Samsa, Harry Haller y Juan Pablo Castel. Exactamente en ese orden. Fue inevitable no acordarse de ellos dos a medida que me sumergía en los pensamientos de Juan Pablo. Infancia y juventud. Obligación y elección. Y el círculo se cierra (¿o se abre?) con la invasión de las cucarachas.


Hay que volver a vomitarlas, enfrentarlas de nuevo; no es más que enfrentarse a uno mismo.

lunes, 6 de enero de 2014

Historias Minimas

  Soy de pocas palabras, soy consciente de ello y lo reconozco. Demasiado pocas, quizá, para algunos. Mudo, exageradamente, para otros. Pero hay gente con una enormísima capacidad para hablar, sacar, inventar o asociar temas cuyo vínculo tienen tanto en común como el que puede llegar a darse entre una hormiga colorada y Júpiter. El porqué de esta necesidad de ciertas personas de hablar y hablar sin parar asociando lo inasociable con valla uno a saber qué fin, nunca lo entendí. 
  Una de las opciones, y la más clásica, es la soledad. Pareciera ser que gente que está sola, o vive sola, en cuanto se cruza con alguien necesita descargar horas de lengua que no descarga a lo largo del día. Casi como una cuota necesaria de habla. “Ayer no hable con nadie, así que hoy al revistero le cuento mi infancia trágica”. Pero no. No creo que la soledad sea la culpable (quizá lo sea en algunos casos) ni que sea algo consiente.
  Arriba dije “una de las opciones es…”, pero ahora caigo en la cuenta de que no tengo otras opciones al alcance de mi mano. (Entre el párrafo anterior y este estuve unos minutos mirando la pared frente a mí, con aires meditativos, pensando a este respecto. Y así fue que no se me ocurrió ninguna otra. La araña de mi ventana está más viva que nunca, quizá el aire frío que entra la despierta. Al menos a mi me despierta. Traigo a colación a la araña porque es otro de mis puntos en que centro la mirada mientras reflexiono lo que escribo. Ah, y porque ya apareció en otra narración anterior, y quizá más de uno se quedo pensando en ella. No se preocupen, está ahí, en perfectas condiciones. Puede que un tanto enojada porque limpie parte de su tela que ya estaba invadiendo mi territorio).
  Hoy me cruce a la almacenera que esta frente a mi casa. Una señora mayor, oriunda de Cachi. Recién tengo 6 noches dormidas en este nuevo hogar (con un intermezzo de semana y media que pase en Buenos Aires por las fiestas) y prácticamente me conozco vida y obra de Doña Clara. Y cada vez sospecho más que Doña Clara se conoce vida y obra de cada persona de esta cuadra, tal vez del barrio. Excelente persona, por demás amable y con la buena voluntad de ayudar al necesitado. Primer día de mi estadía, que requería una profunda limpieza en una casa que hace más de seis meses que no se usaba, me prestó su escoba y haragán a tal efecto. Ahí mismo comenzaron los relatos de su vida, lo cuales continuarían, a la noche siguiente, cuando cruce a comprar una cerveza para matar el cansancio de la mudanza.
  Ya sabía por qué se fue de Cachi, por qué no volvería, a qué se dedica, qué estudio y dónde trabaja cada uno de sus hijos, quienes vivían en el barrio en sus orígenes, quienes habitaron la casa a la cual me estoy mudando (ese dato sí que me interesaba, la energía de los moradores quedan en sus moradas, por eso es importante saberlo, pero merece relato aparte) y alguna otra cosa más que no recuerdo en este momento. Todo eso, con lujo de detalles, en la compra de una cerveza, un aceite, unos bizcochos y un jugo. Es decir, cuatro visitas. Y si no tengo más información o mas historias es simplemente porque siempre llegaba un punto en el cual aprovechaba una pausa de respiración entre una historia y la siguiente para despedirme. Que no se mal entienda, puedo escuchar durante horas a alguien contándome sus problemas o vivencias, pero cuando cruzas a comprar un aceite para cocinar porque se te acabo el que tenias, tampoco te podes colgar eternamente.
  El día de hoy, tras la ausencia festil, me encontré con Doña Clara. Tras el protocolar saludo nos comentamos mutuamente como pasamos las fiestas. Yo, como siempre, en dos palabras le resumí todo. Ella me cuenta que para navidad fue a una casa de campo con la familia, y para año nuevo, también con la familia, se juntaron todos en San Luis. Yo escucho. De San Luis no volvió hacia aquí esa noche, se quedo a dormir y volvió al día siguiente. “Está bien, hay que tener cuidado esas fechas en las rutas”, es todo lo que comento tras largos minutos de silencio de mi parte. “Ay sí, no quería volver esa noche porque hace diez años…”. Y lo presentí, se venía una historia larga, trágica, la cual no podría frenar bajo ningún concepto, bajo ninguna excusa. Y así fue, una historia trágica, con lujo de detalles, que le cambiaba la cara y cristalizaba los ojos a medida que avanzaba. Y como un poste, con una bolsita de pan que venía de haber comprado, yo escuchaba.
  Estaba en Buenos Aires. Enero. Se casaba el hijo a principios de febrero. Su cuñada la invita y le insiste que debían ir juntas a la celebración de la virgen de San Nicolás. Ella acepta. El hijo le dice que no puede, que faltan muchas cosas por hacer para el casorio. Ella rechaza. La cuñada la convence. Después juntas harían todo lo que faltase para llegar al casorio a punto. Se tenían que encontrar en algún lugar de la ciudad. (Un vecino devuelve un envase de Coca Cola). Doña Clara con su hijita de dos años, del otro lado venia el Falcon de la cuñada, con otras dos cuñadas y su concuñado. La madrugada del día que debían encontrarse, se despierta Clara inquieta. A las 5 de la mañana les avisa que no va a ir. Esa mañana, desayunando con su familia y Crónica TV encendida, aparece un accidente en las noticias. (Un remisero le pide queso sanguchero. No tiene.) Un auto perdió el control y se salió de uno de los cruces de autopista, cayo arriba de un Falcon en el que viajaban cuatro salteños. Fallecieron todos. La Susanita, el puqui, la lu y no recuerdo el cuarto nombre. Todos. Llama a la policía para avisar que los conoce. Debió ir a reconocer los cuerpos. Comienzan los detalles. Estaban prácticamente irreconocibles, aplastados por el otro auto. Que a una se le incrusto el volante en el pecho. Que el puqui salió volando hacia la banquina. (Una pareja caminando frena a comprar jugo Citric. No tiene. “Ahora todos me piden ese jugo, antes nadie lo compraba, comenta.) La lu salió volando hacia la autopista. Ojos cristalinos. Yo escucho. Bolsa de pan. Hace 10 años. Trágico accidente. Deben traer los cuerpos. Ella no puede. Se encarga la hermana. Gente circula. Pasa una ambulancia a toda velocidad. Yo escucho. Bolsa de pan. Trágico accidente. Año nuevo. San Nicolás. San Luis. Me quede a dormir. Crónica TV. Mueren 4 salteños. Todos los días. De madrugada. Veo Crónica. Mi hijo. Vive en Buenos Aires. Necesito saber. Que este bien. Crónica. Accidente. Basta.

  En una pausa, dada por ella ya que yo no me animaba a interrumpir, trato de dar un cierre a todo lo que había escuchado. Y tras una mutua reflexión le digo a Doña Clara que debo partir, mates y estudio me esperan. Y ahí metí la pata. “¿Estudio? ¿Qué tenes que rendir?”. Y en un instante, la tragedia de hace diez años parece haber quedado atrás. Y en un instante, otra historia, la de su hijo, comienza. Su hijo, que ahora es subcomisario. Que lo trasladaron a Buenos Aires. Motivo por el cual se despierta de madrugada todos los días y enciende Crónica TV. Había tenido que rendir historia Argentina del siglo XX. Y ella le había dicho que era difícil. Todo lo que paso en ese periodo. Tantos problemas. Y las dictaduras. Por suerte tengo unos libros viejos bien resumidos. Se los llevó cuando tuvo que rendir para estudiar. Están las fechas importantes y lo que paso. Argentina siglo XX. Bien difícil. Trágico accidente. Crónica TV. Año Nuevo. San Nicoluis. El pan. Los mates. La ambulancia. El barrio. El almacén. Cachi…

sábado, 4 de enero de 2014

Larga vida al libro

  Hace unos días charlaba con mi hermano con respecto a lo digital y lo analógico. Más específicamente, buena parte de la charla se fue en torno al debate sobre si lo digital iba a hacer desaparecer o no al libro. Kindle vs libro, podríamos decir. No es un debate en absoluto nuevo, en lo más mínimo. Pero a medida que transcurre el tiempo vemos que el libro está librando una importantísima batalla, la cual, a mi modo de ver, viene ganando. O quizá, se podría pensar que tan solo estira su agonía, resistiendo tercamente. Mucha gente está convencida que tarde o temprano, el libro va a desaparecer, cumpliendo, así, la profecía de Ray Bradbury.
  Desapareció el casette. Mismo destino parece estar siguiendo el CD. Y si nos remontamos más atrás en el tiempo, podemos hacer el itinerario completo de los distintos soportes por los que fue atravesando la música. Y ahí aparece ante nosotros una diferencia radical, la diferencia que puede ser la culpable de que se estire la agonía del libro frente al implacable avance tecnológico.
  La música siempre necesito de un soporte - intermediario y de un reproductor de ese soporte. Y ahí, considero, está la clave del asunto. Frente a esta realidad, el libro se erige tanto como soporte, como reproductor de ese soporte. Expliquémonos mejor. Está claro que el libro en sí, el libro físico, no lee su contenido. Lo que quiero decir es que entre el libro en tanto soporte y su usuario no se necesita un tercero, un agente externo que cumpla el rol de reproductor, como si ocurre con la música. Compro el libro, y así como lo compre, lo leo. Se acabo el asunto. Con la música es bien distinto. Se necesita de la fuente, el soporte, y de su respectivo reproductor.
  Que tal o cual formato, que mejora o empeora el sonido, que sonido dolby, sorround o estero, etc. Son todos problemas que no tienen parangón en el libro. Siempre fue el mismo soporte, puede variar tamaño, calidad de hoja y de impresión, pero el soporte en tanto concepto es exactamente el mismo.
  De aquí se deriva, creo yo, que no se pueda establecer la comparación entre lo que ocurre con la música digital y con los libros digitales. La rápida pérdida de protagonismo y muerte casi asegurada del formato CD no funciona a modo de fundamento para asegurar la muerte del libro en manos de su enemigo abstracto. Lo cual tampoco significa que no pueda llegar a morir. Pero lo acontecido con la música no es pauta de ello.
  Creo que esa diferencia brinda una enorme vitalidad a favor del libro. Pasarlo a formato digital, a pesar de todas las ventajas que pueda llegar a tener, tiene una desventaja fundamental: agrega un tercero que nunca antes había existido en relación con el libro. Y así como suma el tercero – reproductor de ese nuevo formato – soporte, comienzan a entrar en juego nuevas variables ajenas a su par analógico: los formatos, las calidades, la luz-pantalla, batería, conexión, etc. Toda tecnología nueva que aparece para el consumo masivo busca por sobre todas las cosas simplificar y brindar mayor comodidad. Esto último o lo empata o lo gana por muy poco el formato digital, teniendo como base ciertas variables que pueden ser muy controversiales (peso - volumen por sobre todo, las que, considero, no molestan a todo el mundo por igual). En cuanto a la simplificación, lejos esta de simplificar la relación directa, sin intermediarios, sin necesidad de reproductores o lectores externos que caracteriza al libro. Es el libro y el lector, el lector y el libro. Uno siente que tiene lo que está leyendo entre sus manos. Lo percibe en su peso, en su volumen, en su olor, en las páginas que van pasando. Y todo eso permanece aun cuando lo cierro. Y aun todavía cuando se lo coloca en la biblioteca. Uno ve el lomo y sabe todo lo que está contenido ahí, todo lo que esta ocurriendo en esas páginas. Basta abrir y elegir una al azar para revivir todo su contenido latente. En contraposición, cuando lo apago, o se corta por falta de batería, el Kindle vuelve a ser un artefacto inerte. No carga el peso real y voluminoso de cientos y cientos de historias. Está destinado a vivir como un parásito de esos instantes en que su pantalla está encendida. Su lomo no dice absolutamente nada. No porta narraciones, aventuras, historias, ensayos, poemas. No porta vida, porta ceros y unos.
Larga vida al libro. Salud!