viernes, 20 de diciembre de 2013

El ser, la nada y la araña

El deber ser, o el no ser nada. Parece ser: todo, o nada. Maldito deber ser. ¿y quién te dice que es lo que debes ser? Se pueden ser cientos de cosas, incompatibles entre sí, y no ser nada. ¿Eso es el deber ser? Quizá tu deber ser es, justamente, no ser nada. Es decir, no ser nada pero no en los términos en que hoy entendemos el no ser nada. Siempre se es algo, guste o no. Una araña se mueve tranquila por mi ventana. Claro, meses y meses de completa libertad (no es que no la siga teniendo, sino en el sentido en que nadie habitaba este lugar), y ahora estoy yo, ocupando esta habitación, debatiéndome entre aniquilarla o dejarla tranquila con su vida. La araña es lo que debe ser. Es araña. No tiene ese debate interno, ¿soy araña o trato de ser ciempiés? Nono, nada de eso, es araña y punto. Magnifica araña, creadora de increíbles y perfectas telas. Pero no tiene opción. Lo que hace lo hace a la perfección, pero sin opciones. Que dilema, cuando aparecen las opciones. Quizá a veces parecería ser más fácil que de fábrica a uno le digan, bueno, vos vas a ser: cantante. Listo. Uno no tiene ningún conflicto y ya sabe que es lo que va a ser. Al carajo. Pero no. Lejos esta de ser tan fácil. Por suerte. O por mala suerte, depende de cada uno. ¿Se puede ser lo que se quiere hoy en día…? Mmm… no me animo a dar ninguna respuesta. Difícilmente, creo. La primera preocupación de uno es poder subsistir. Es decir, conseguir dinero a costas de su fuerza de trabajo. Después veré si es lo que me gusta. En cambio la araña, que no sé donde se metió ahora, no tiene ese dilema. Es araña. Vive su ser a la perfección. No tiene que vender su fuerza de trabajo. Pero no tiene opciones… Ahhhh que tema. Poder elegir. Poder proyectar que es lo que va a ser antes de que sea… Y ahí vuelve el problema… ¿Qué es lo que quiero que sea?
  La araña entra y sale de su cueva (la ranura de la ventana corrediza). Què es lo que la lleva a este accionar, no tengo ni la más remota idea. Lo curioso es que probablemente ella tampoco. Desde el primer día que llegue acá, se que ella está ahí. Pero curiosamente, por algún motivo durante el día ni se asoma. Ahora que es de noche sale a corretear. Detesto las arañas. Es decir, me parecen un ser increíble. Sigilosas, rápidas, perfectas arquitectas, pueden construir y deshacer su propio universo. Pero tienen algo, que no puedo describir ni se expresar, que me hacen alejar de ellas. Tengo un pacto implícito. Del perímetro de mi casa hacia afuera. Si las encuentro fuera de ese perímetro, las dejo seguir su camino. Dentro del mismo, las mato. No me gusta llegar a eso, pero siento que no tengo otra opción. Y siento que ellas saben de este pacto implícito. Con esta araña en particular, no sé qué hacer. Se encuentra viviendo exactamente en el borde de la frontera. Frontera para mi, a ella le da lo mismo. Pero la cuestión es que el nuevo, acá, soy yo. No se hace cuanto estará viviendo aquí esta araña, pero seguro antes que yo.
  ¿Y si uno tenía la posibilidad de ser cientos de cosas, pero por cuestiones de sistema solo puede quedarse con una? Por ende, estaría dejando de lado muchísimas cosas que podría haber sido por la simple razón de que las necesidades (dinero) a uno lo apremian y no puede andar jodiendo por ahí toda su vida. O te decidís rápido o el tren arranca sin pasajeros. Maldición.
  Quiero tomar este tren y el que va pa el otro lado. Imposible. ¿A si? Me cago en esas normas. Bueno, uno tendrá que asumir las consecuencias después. Y si, no queda otra. Se pasa el tren o se pasa la vida. A veces se pasa el tren y la vida. La vida arriba de un tren, esa es otra opción. No literal, metafórica.
   Ya lo dijeron, señoras y señores, bienvenidos al tren!!! Ahí apareció la araña. Andaba haciendo aracnideses. Es decir, de las suyas, sin cuestionarse mucho y sin preocuparse por el dólar paralelo. Que fácil seria, ¿no? Aunque le quitaría mucha adrenalina a la espera en el andén. “A Tigre por favor”. “¿Ida y vuelta?”. “Nono, solo ida (después veré que hago)”. No es que valla hacia aquel lado por algún motivo, pero que mi llegada sea a un lugar que se llama Retiro, no me agrada. Así que enfilemos para Tigre. Así son las decisiones de la vida. ¿Tal o cual carrera? Y… aquella tiene esa materia que no me llama ni un poco, así que mejor me meto en esta. Y así se cerraron las puertas empresariales de vida licenciosa y acomodada. Cagate. “¿Pero vos que querías?” Quería lo que elegí, pero cagate igual. Es como preguntarle a la araña porque se detuvo, casi congelada, con tres patas sobre uno de los barrales de la reja y el resto sobre el dintel de la ventana… Y ahí está. Inmutable. Valla uno a saber por qué. Lo único que espero es que cada uno de nosotros sepamos porque carajo estamos con tres patas sobre el barral de una reja, congelados. O no. Pero que lo sepamos al fin.
  La araña se movió. El espiral se consume. Calculo que gracias a él (y a la previsión y proyección que nos diferencia) es que, por el momento, no me jodieron los mosquitos. Malditos mosquitos, esos sí que saben hacer aquello para lo cual vinieron. Romper las pelotas. Ah, me olvidaba, también para almacenar la sangre de los dinosaurios y poder revivirlos cuando nos aburramos de nuestra tristísima realidad. Así tenemos algo a lo que enfrentarnos. De en serio. A la araña la mato de un zapatazo, o con un spray matarañas y todas las alimañas del jardín. Ahora, te quiero ver si en tu jardín se metió un velocirraptor. Ja, que divertido se pondría, ¿no? Pruebe el nuevo Raid Anti velocirraptores. Seguramente aparecería, ninguna duda.

  Bueno, me voy a dormir. Un brindis por la luna y la araña de mi ventana. Salud!

jueves, 12 de diciembre de 2013

Salta Tomada

  Ayer al mediodía me encontraba en pleno centro salteño, pero sentía que estaba dentro de un cuento de Cortázar. Casa Tomada. Caminaba en búsqueda de un rapipago para pagar mis cuentas vencidas y se veía por todos lados gente corriendo. Cartones en mano se abocaban a la tarea de tapiar sus negocios. Otros empapelaban el frente en diario. Algunos atendían a través de las rejas. Cabecitas se asomaban entre ellas desde el interior de negocios ya a oscuras y miraban al horizonte, como esperando ver aparecer una de las plagas del apocalipsis. Clima extraño se vivía. Mezcla de tensión e incertidumbre. Gente corriendo, persianas que se bajaban, grupitos debatiendo sobre lo que ocurría en cada esquina. “Entraron al Mercado”, escucho decir a alguien. “Vienen por la Pellegrini”, dice otro. Entro a un negocio, y en la fila se repetía la misma escena. Tres viejas atrás mío opinaban: “Ya pasaron por un Free Shop, se llevaron todo”. “Son todos vagos que no trabajan, no saben lo que es levantarse temprano para ir a laburar”, opina otro. La Plaga avanzaba hacia el centro de la ciudad de Salta desde todos los flancos. Estábamos rodeados. “Vi un grupito de pibes con mochilas en la otra esquina”, dice alguien al pasar. El rapipago me cierra la puerta en la cara y baja la persiana. “Mierda –pienso- tengo tres facturas vencidas que pagar”. Vuelvo a mi moto y salgo a toda velocidad hacia otro rapipago. Tenía 20 minutos para llegar antes de que cierren (si no es que ya cerraron por la Plaga) y para escapar de esa entidad abstracta, amorfa y peligrosa que venía arrasando todo en su implacable camino hacia el centro salteño. “Mi primo es policía, se están acuartelando en la comisaria”, escucho antes de partir.
  Llego al nuevo rapipago. Estoy a tiempo. “Mierda”… persianas abajo… estaba llegando la Plaga también en ese barrio. Justo antes de pegar la vuelta, llego a ver la puerta del costado abierta. Me asomo por ahí. Logro que me cobren, en el momento exacto en que la dueña entraba: “Hay que cerrar ya, me acaban de llamar que entraron a un pagofacil”. La Plaga seguía avanzando. Ya no quedaba rincón en el que moverse. Todo parecía que iba siendo tomado por la Plaga. “Tengo que llegar a mi casa antes de que me agarre”, pienso. ¿Por qué calle volver? ¿Me topare con ella? Tomo coraje y arranco. El mismo camino que hice siempre. Todo normal, nada extraño. “Debo haberla esquivado”, pienso.

  Pero no quera mirar hacia atrás. A toda velocidad llegue al barrio. Dejo la moto, subo corriendo los tres pisos que llevan a mi departamento. Abro la puerta y la cierro rápidamente. Pongo llave y el seguro. Llegue. Justo a tiempo. Según mis cálculos, a esta altura, Salta ya había sido Tomada.