lunes, 15 de diciembre de 2014

Lo mejor de sentarse a escribir sin tener idea de que es lo que uno quiere escribir, quizá sea justamente eso. Prendo una vela. Algo de música. Por la ventana abierta entra apenas una brisa, junto a los grillos en un primer plano, con el telón de fondo algún que otro perro ladrando.  También se sienten autos y motos.

Una palabra me puede llevar a otra, así como una idea inicial remite en otras. Nada en particular. Solo palabras. Solo ideas. Aunque no se cuales, menos hacia donde van. Simplemente apoyar la yema de mis dedos sobre las teclas. Mi mirada perdida en el monitor. A mi izquierda, de refilón veo la vela y su llama danzante frente a la ventana abierta por la que entra el cantar de los grillos y la brisa que mueve la llama.

Lunes 23 hs. prácticamente. Mi última semana laboral, acostándome todos los días a las 6 am me dio vuelta por completo los horarios. La última noche, ayer, me dio vuelta el fin de semana. Hoy es sábado. Pero la noche está tranquila. Único indicio, diría yo, de que realmente no es sábado, sino lunes.

Elijo Coltrane para ambientar.

Y después de la elección, mis dedos se quedaron sin moverse por un rato. Mi cabeza se fue con la trompeta de Monk´s Mood. Pero ustedes no pueden darse cuenta de eso. En la obra acabada no aparecen, no se perciben los avances y retrocesos. No queda registro de los renglones anteriores a esto que borre. No tiene lagunas temporales. Es una sola cosa, que uno la lee de punta a punta sin conocimiento de todos los detalles que rodearon a la obra. Claro, uno lo piensa y es evidente que es una pelotudes lo que estoy diciendo. Quizá sea que uno cuando se sienta a escribir sin tener idea para que se sentó, dice pelotudeces. Pero no, no creo que sea así.

Hablando de Coltrane, hace unas horas atrás me instale pacientemente a escuchar Herencia pa´ un hijo gaucho, de Larralde. Mágico, desgarradoramente mágico. Veintisiete minutos de palabras precisas, cuidadas, buscadas todas y cada una de ellas. No hay palabras de más. Mezcla de melancolía, tristeza, dolor y esperanza. Cada idea, cada frase, cada expresión, es extraída por Larralde de la misma naturaleza. Agudo observador de cada detalle. Sus maestros fueron los caballos, los horneros, las abejas, los árboles, los arbustos. Y la dura vida del peón de campo, del trabajador de sol a sol, sin feriados, sin francos, sin aguinaldo. Toda expresado desde una terrible sensibilidad, que hacen de sus versos una enorme denuncia social. Por momentos se te pone la piel de gallina. Me falta escuchar la segunda parte, que quedara pendiente para ser aprovechada en el largo viaje en bondi a Buenos Aires que se avecina.

Lindos momentos los viajes en bondi. Suelen ser odiados, por cuestiones de tiempo y tardanzas, pero tienen su propio encanto y un lado muy positivo. Las últimas veces que fui a Buenos Aires había tenido la posibilidad de ir en avión. Esta vez opte por ni averiguar de la existencia de esa posibilidad. El viaje en colectivo permite la realización de una transición, que el avión no. En colectivo se vive verdaderamente un viaje, uno se va acercando muy despacio hacia su destino. A veces es necesario que sea así para evitar el pasaje rápido de un ritmo de vida, en un lugar determinado, a otro.


Bueno, suficiente por hoy. Me voy a comer. Sin titulo y sin etiqueta.