lunes, 6 de enero de 2014

Historias Minimas

  Soy de pocas palabras, soy consciente de ello y lo reconozco. Demasiado pocas, quizá, para algunos. Mudo, exageradamente, para otros. Pero hay gente con una enormísima capacidad para hablar, sacar, inventar o asociar temas cuyo vínculo tienen tanto en común como el que puede llegar a darse entre una hormiga colorada y Júpiter. El porqué de esta necesidad de ciertas personas de hablar y hablar sin parar asociando lo inasociable con valla uno a saber qué fin, nunca lo entendí. 
  Una de las opciones, y la más clásica, es la soledad. Pareciera ser que gente que está sola, o vive sola, en cuanto se cruza con alguien necesita descargar horas de lengua que no descarga a lo largo del día. Casi como una cuota necesaria de habla. “Ayer no hable con nadie, así que hoy al revistero le cuento mi infancia trágica”. Pero no. No creo que la soledad sea la culpable (quizá lo sea en algunos casos) ni que sea algo consiente.
  Arriba dije “una de las opciones es…”, pero ahora caigo en la cuenta de que no tengo otras opciones al alcance de mi mano. (Entre el párrafo anterior y este estuve unos minutos mirando la pared frente a mí, con aires meditativos, pensando a este respecto. Y así fue que no se me ocurrió ninguna otra. La araña de mi ventana está más viva que nunca, quizá el aire frío que entra la despierta. Al menos a mi me despierta. Traigo a colación a la araña porque es otro de mis puntos en que centro la mirada mientras reflexiono lo que escribo. Ah, y porque ya apareció en otra narración anterior, y quizá más de uno se quedo pensando en ella. No se preocupen, está ahí, en perfectas condiciones. Puede que un tanto enojada porque limpie parte de su tela que ya estaba invadiendo mi territorio).
  Hoy me cruce a la almacenera que esta frente a mi casa. Una señora mayor, oriunda de Cachi. Recién tengo 6 noches dormidas en este nuevo hogar (con un intermezzo de semana y media que pase en Buenos Aires por las fiestas) y prácticamente me conozco vida y obra de Doña Clara. Y cada vez sospecho más que Doña Clara se conoce vida y obra de cada persona de esta cuadra, tal vez del barrio. Excelente persona, por demás amable y con la buena voluntad de ayudar al necesitado. Primer día de mi estadía, que requería una profunda limpieza en una casa que hace más de seis meses que no se usaba, me prestó su escoba y haragán a tal efecto. Ahí mismo comenzaron los relatos de su vida, lo cuales continuarían, a la noche siguiente, cuando cruce a comprar una cerveza para matar el cansancio de la mudanza.
  Ya sabía por qué se fue de Cachi, por qué no volvería, a qué se dedica, qué estudio y dónde trabaja cada uno de sus hijos, quienes vivían en el barrio en sus orígenes, quienes habitaron la casa a la cual me estoy mudando (ese dato sí que me interesaba, la energía de los moradores quedan en sus moradas, por eso es importante saberlo, pero merece relato aparte) y alguna otra cosa más que no recuerdo en este momento. Todo eso, con lujo de detalles, en la compra de una cerveza, un aceite, unos bizcochos y un jugo. Es decir, cuatro visitas. Y si no tengo más información o mas historias es simplemente porque siempre llegaba un punto en el cual aprovechaba una pausa de respiración entre una historia y la siguiente para despedirme. Que no se mal entienda, puedo escuchar durante horas a alguien contándome sus problemas o vivencias, pero cuando cruzas a comprar un aceite para cocinar porque se te acabo el que tenias, tampoco te podes colgar eternamente.
  El día de hoy, tras la ausencia festil, me encontré con Doña Clara. Tras el protocolar saludo nos comentamos mutuamente como pasamos las fiestas. Yo, como siempre, en dos palabras le resumí todo. Ella me cuenta que para navidad fue a una casa de campo con la familia, y para año nuevo, también con la familia, se juntaron todos en San Luis. Yo escucho. De San Luis no volvió hacia aquí esa noche, se quedo a dormir y volvió al día siguiente. “Está bien, hay que tener cuidado esas fechas en las rutas”, es todo lo que comento tras largos minutos de silencio de mi parte. “Ay sí, no quería volver esa noche porque hace diez años…”. Y lo presentí, se venía una historia larga, trágica, la cual no podría frenar bajo ningún concepto, bajo ninguna excusa. Y así fue, una historia trágica, con lujo de detalles, que le cambiaba la cara y cristalizaba los ojos a medida que avanzaba. Y como un poste, con una bolsita de pan que venía de haber comprado, yo escuchaba.
  Estaba en Buenos Aires. Enero. Se casaba el hijo a principios de febrero. Su cuñada la invita y le insiste que debían ir juntas a la celebración de la virgen de San Nicolás. Ella acepta. El hijo le dice que no puede, que faltan muchas cosas por hacer para el casorio. Ella rechaza. La cuñada la convence. Después juntas harían todo lo que faltase para llegar al casorio a punto. Se tenían que encontrar en algún lugar de la ciudad. (Un vecino devuelve un envase de Coca Cola). Doña Clara con su hijita de dos años, del otro lado venia el Falcon de la cuñada, con otras dos cuñadas y su concuñado. La madrugada del día que debían encontrarse, se despierta Clara inquieta. A las 5 de la mañana les avisa que no va a ir. Esa mañana, desayunando con su familia y Crónica TV encendida, aparece un accidente en las noticias. (Un remisero le pide queso sanguchero. No tiene.) Un auto perdió el control y se salió de uno de los cruces de autopista, cayo arriba de un Falcon en el que viajaban cuatro salteños. Fallecieron todos. La Susanita, el puqui, la lu y no recuerdo el cuarto nombre. Todos. Llama a la policía para avisar que los conoce. Debió ir a reconocer los cuerpos. Comienzan los detalles. Estaban prácticamente irreconocibles, aplastados por el otro auto. Que a una se le incrusto el volante en el pecho. Que el puqui salió volando hacia la banquina. (Una pareja caminando frena a comprar jugo Citric. No tiene. “Ahora todos me piden ese jugo, antes nadie lo compraba, comenta.) La lu salió volando hacia la autopista. Ojos cristalinos. Yo escucho. Bolsa de pan. Hace 10 años. Trágico accidente. Deben traer los cuerpos. Ella no puede. Se encarga la hermana. Gente circula. Pasa una ambulancia a toda velocidad. Yo escucho. Bolsa de pan. Trágico accidente. Año nuevo. San Nicolás. San Luis. Me quede a dormir. Crónica TV. Mueren 4 salteños. Todos los días. De madrugada. Veo Crónica. Mi hijo. Vive en Buenos Aires. Necesito saber. Que este bien. Crónica. Accidente. Basta.

  En una pausa, dada por ella ya que yo no me animaba a interrumpir, trato de dar un cierre a todo lo que había escuchado. Y tras una mutua reflexión le digo a Doña Clara que debo partir, mates y estudio me esperan. Y ahí metí la pata. “¿Estudio? ¿Qué tenes que rendir?”. Y en un instante, la tragedia de hace diez años parece haber quedado atrás. Y en un instante, otra historia, la de su hijo, comienza. Su hijo, que ahora es subcomisario. Que lo trasladaron a Buenos Aires. Motivo por el cual se despierta de madrugada todos los días y enciende Crónica TV. Había tenido que rendir historia Argentina del siglo XX. Y ella le había dicho que era difícil. Todo lo que paso en ese periodo. Tantos problemas. Y las dictaduras. Por suerte tengo unos libros viejos bien resumidos. Se los llevó cuando tuvo que rendir para estudiar. Están las fechas importantes y lo que paso. Argentina siglo XX. Bien difícil. Trágico accidente. Crónica TV. Año Nuevo. San Nicoluis. El pan. Los mates. La ambulancia. El barrio. El almacén. Cachi…

sábado, 4 de enero de 2014

Larga vida al libro

  Hace unos días charlaba con mi hermano con respecto a lo digital y lo analógico. Más específicamente, buena parte de la charla se fue en torno al debate sobre si lo digital iba a hacer desaparecer o no al libro. Kindle vs libro, podríamos decir. No es un debate en absoluto nuevo, en lo más mínimo. Pero a medida que transcurre el tiempo vemos que el libro está librando una importantísima batalla, la cual, a mi modo de ver, viene ganando. O quizá, se podría pensar que tan solo estira su agonía, resistiendo tercamente. Mucha gente está convencida que tarde o temprano, el libro va a desaparecer, cumpliendo, así, la profecía de Ray Bradbury.
  Desapareció el casette. Mismo destino parece estar siguiendo el CD. Y si nos remontamos más atrás en el tiempo, podemos hacer el itinerario completo de los distintos soportes por los que fue atravesando la música. Y ahí aparece ante nosotros una diferencia radical, la diferencia que puede ser la culpable de que se estire la agonía del libro frente al implacable avance tecnológico.
  La música siempre necesito de un soporte - intermediario y de un reproductor de ese soporte. Y ahí, considero, está la clave del asunto. Frente a esta realidad, el libro se erige tanto como soporte, como reproductor de ese soporte. Expliquémonos mejor. Está claro que el libro en sí, el libro físico, no lee su contenido. Lo que quiero decir es que entre el libro en tanto soporte y su usuario no se necesita un tercero, un agente externo que cumpla el rol de reproductor, como si ocurre con la música. Compro el libro, y así como lo compre, lo leo. Se acabo el asunto. Con la música es bien distinto. Se necesita de la fuente, el soporte, y de su respectivo reproductor.
  Que tal o cual formato, que mejora o empeora el sonido, que sonido dolby, sorround o estero, etc. Son todos problemas que no tienen parangón en el libro. Siempre fue el mismo soporte, puede variar tamaño, calidad de hoja y de impresión, pero el soporte en tanto concepto es exactamente el mismo.
  De aquí se deriva, creo yo, que no se pueda establecer la comparación entre lo que ocurre con la música digital y con los libros digitales. La rápida pérdida de protagonismo y muerte casi asegurada del formato CD no funciona a modo de fundamento para asegurar la muerte del libro en manos de su enemigo abstracto. Lo cual tampoco significa que no pueda llegar a morir. Pero lo acontecido con la música no es pauta de ello.
  Creo que esa diferencia brinda una enorme vitalidad a favor del libro. Pasarlo a formato digital, a pesar de todas las ventajas que pueda llegar a tener, tiene una desventaja fundamental: agrega un tercero que nunca antes había existido en relación con el libro. Y así como suma el tercero – reproductor de ese nuevo formato – soporte, comienzan a entrar en juego nuevas variables ajenas a su par analógico: los formatos, las calidades, la luz-pantalla, batería, conexión, etc. Toda tecnología nueva que aparece para el consumo masivo busca por sobre todas las cosas simplificar y brindar mayor comodidad. Esto último o lo empata o lo gana por muy poco el formato digital, teniendo como base ciertas variables que pueden ser muy controversiales (peso - volumen por sobre todo, las que, considero, no molestan a todo el mundo por igual). En cuanto a la simplificación, lejos esta de simplificar la relación directa, sin intermediarios, sin necesidad de reproductores o lectores externos que caracteriza al libro. Es el libro y el lector, el lector y el libro. Uno siente que tiene lo que está leyendo entre sus manos. Lo percibe en su peso, en su volumen, en su olor, en las páginas que van pasando. Y todo eso permanece aun cuando lo cierro. Y aun todavía cuando se lo coloca en la biblioteca. Uno ve el lomo y sabe todo lo que está contenido ahí, todo lo que esta ocurriendo en esas páginas. Basta abrir y elegir una al azar para revivir todo su contenido latente. En contraposición, cuando lo apago, o se corta por falta de batería, el Kindle vuelve a ser un artefacto inerte. No carga el peso real y voluminoso de cientos y cientos de historias. Está destinado a vivir como un parásito de esos instantes en que su pantalla está encendida. Su lomo no dice absolutamente nada. No porta narraciones, aventuras, historias, ensayos, poemas. No porta vida, porta ceros y unos.
Larga vida al libro. Salud!