Pero lo peor de esa espera, contrariamente a lo que uno primero pensaría, eran los mosqui-tos. O mejor dicho, quizá fue lo mejor. Instantáneamente una nube me cubría y yo no pude ocupar mi cabeza (y mis brazos) en otra cosa que no fuera espantarlos. Cada tanto me detenía, miraba a mi alrededor y pensaba, -“Que carajo hiciste para llegar acá, estas más solo que un hongo en medio de la selva amazónica, esperando a que un chabón que se dice ser guía encuentre el camino para poder volver a la base camping”. Entre esos pensamientos y mosquitos aparece Paco. –“Creo que es por acá”. Avanzamos unos metros. Lo curioso de estos lugares es que quizá estas a medio metro del lugar por el que ya pasaste pero no lo reconoces. Podes tener un camino bastante marcado ahí adelante, en tus narices, pero vos estas completamente perdido.
Unos metros más y nos volvemos a detener. -“Desorientado de nuevo”, pienso. –“Espera acá otra vez. En serio no te muevas ni un poco. Quizá tarde un poco más”. –“Ok, valla tranquilo, yo espero, no tengo pensado salir a corretear mariposas ni a cazar jaguares”… Esta espera sí que se hizo más larga. Varios minutos seguro. Tanto que ni los mosquitos evitaron que la cabeza comience a proyectar diversos finales para esta historia.
–“Matiaaaaaaas”, escucho a Paco que grita.
–“Queeeeeee”, respondo.
–“No te muevas de ahiiiii”.
Y ahí me quede, aunque ya tenia decidido de antemano ni moverme. A los poco minutos de nuevo, la misma secuencia de gritos. A Paco ni lo veía, pero sus gritos no parecían muy lejanos. Después del segundo gritos de “no te muevas” escucho golpes de palos. Como si alguien tomara una rama y la golpeara contra un árbol. Golpe seco. –“El árbol teléfono no es, porque si mis cálculos no me fallan lo dejamos atrás. Si es el árbol teléfono, es que estamos re perdidos caminando en círculos hace un buen rato, así que es mejor que no lo sea”, pensaba.
Segundos después, vuelvo a escuchar el mismo grito de Paco, pero esta vez no me dice que me quede donde estaba, sino que avance hacia donde escuchaba que provenía la voz. Parto hacia adelante, al tiempo que escucho que algo se agita entre ramas a unos 20 o 30 metros. Y ahí estaba Paco. Siempre estuvo muy cerca, pero ni se lo veía, y si me movía de mi lugar, capas que seguía perdido en la selva en este momento. Y Paco estaba parado exactamente en el punto donde cortamos la liana Uña de Gato y tomamos unos sorbos. Muy cerca de nuestro lugar en el cual estábamos desorientados, pero no podíamos hallar el camino.
A partir de ahí en pocos minutos ya estábamos en la canoa remando de vuelta hacia la base. En el camino, con su vozarrón, entre contento, divertido y extrañado, me dice, “Mas tarde te voy a contar que paso… ahora mejor no.”
El día pasó y Paco no decía nada. Yo no soy de esos tipos insistentes, así que espere tranquilo. Esa noche después de comer, cuando los otros turistas ya se habían ido, Paco me dice:
-“Matías, ¿recuerdas que escuchamos algo raro mientras caminábamos?
-“Si. La primera no escuche nada, pero la segunda vez sí. Como si hubiera algún tipo de animal por ahí…”, respondo yo.
-“Bueno, después de esa segunda vez ya me pareció muy raro. No era ningún felino, que podía ser lo más preocupante. Era otro tipo de ruido que me inquieto. Cuando volví a escucharlo se me erizo toda la piel, se me pusieron los pelos de punta, y nunca me había pasado eso”.
Yo escuchaba feliz la historia que había vivido, sin tener idea qué había pasado. Pero bajo techo, con mosquiteros y la panza llena, todo tiene otra perspectiva.
-“Fue ahí que decidí comenzar el regreso. Pero mientras volvía me di cuenta que estaba des-orientado. Y me acorde de las historias de mi padre sobre los Chuya Chakis. ¿Escuchaste hablar de ellos?”.
Cuando iba en el barco desde Pucallpa camino a Iquitos (viaje que es otra historia aparte y no entra en nuestro relato), un chico que conocí me contó algunas historia sobre espíritus de la selva. Y entre ellos, aparecía el Chuya Chaki. Un demonio que acostumbra a desorientar a la gente cuando esta sola internada en la selva. Los arrastra hasta su casita y valla uno a saber qué destino les espera. Casita, no casa, ya que es enano. Cojea de una pata, la izquierda, y tiene la capacidad de cambiar de forma y no ser visto. Le gusta aparecer en los días de luz tenue, bajo finas lloviznas, calmos; como el que habíamos tenido esa mañana. El chico este, del cual no recuerdo su nombre, me contó diversas historias sobre este demonio, sin siquiera imaginarme que acabaría siendo protagonista de una. Paco continuó con su relato:
-“Mi padre me contó una vez que se enfrento a un Chuya Chaki. Lo más importante de todo es mantenerse calmado, en cuanto uno se pone nervioso, se pierde completa noción de donde se esta. Luego hay que casi ignorarlo, pero seguirle su juego. El busca desorientarte, que fue lo que me paso a mí después de la segunda vez que escuchamos ese ruido. En cuanto emprendimos la vuelta ya no dudaba de que fuera el demonio, ya que había perdido mi camino. Después de varios intentos fallidos, seguí el consejo de mi padre. Cuando de te deje solo y me aleje un poco, tome un rama y comencé a agitarla y hacer ruido para llamar su atención. (Ruidos que yo también escuche y me preguntaba que estaría pasando) Después de hacer eso varias veces tire la rama lo más lejos que pude, y fue casi en ese mismo instante que me doy cuenta que estaba parado casi al lado de donde habíamos parado a tomar agua de la liana Uña de Gato.”
Paco no me lo había querido decir en el momento para no atraer de nuevo al Chuya Chaki, tampoco lo había querido decir frente a los turistas para que no se pongan nerviosos. Después de su relato, del que no puse en duda ni una de sus palabras, nos quedamos charlando de mas historias de ese tipo. En la selva abundan, hay cientos de miles de misterios que el hombre desconoce. Cada animal, cada planta, tiene su espíritu, y se pueden manifestar. Aparte de ellos, hay otros espíritus que habitan la selva, desde tiempos inmemoriales. Con el avance de la “civilización”, muchos de ellos desaparecieron o se fueron internando más y más profundamente en la espesura de la selva. Son pocos los que salen y se dejan ver, pero todo habitante de la selva se cuida de ellos y los respeta. En las ceremonias de Ayahuasca son muchos de estos espíritus los que se invocan, no todos son buenos. Uno se sumerge en ese otro mundo gobernado por ellos y es necesario que el chaman también ingrese a él y tenga el poder de controlar su presencia.
Finalizada la ceremonia, no todos desaparecen. Muchos pueden quedar dando vueltas por un tiempo en el lugar que fueron invocados, tal vez molestados. Donde yo me encontraba se venían haciendo muchas ceremonias. Algunos de ellos aun no habían decidido irse. Ya no eran Chuya Chakis, eran otro tipo de seres, y uno de ellos anduvo merodeando mi habitación, horas antes de la segunda ceremonia de Ayahuasca...
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