viernes, 18 de enero de 2013

El Chuya Chaki. 1º Parte

Después de una noche con sesión de Ayahuasca, Brice, el canadiense, decidió volver para Iquitos. Estábamos a unas seis horas en lancha de la ciudad peruana, un rato por el Amazonas y otro tanto por algunos de los cientos de brazos que de él salen. El camping se encontraba a 15 minutos en lancha de del caserío San Juan de Yanayacu, una comunidad amazónica peruana de unas 70 personas. Don Jorge, el chaman de la comunidad, fue quien guio la ceremonia. Pero esta historia no es sobre la Ayahuasca, sino sobre el Chuya Chaki, un demonio de la selva.
  Esa mañana salíamos de excursión. Verdaderamente, era a remar un rato en canoa y a conocer un poco la selva, pero digámosle excursión, así es más fácil. Como el Brice pego la vuelta, partimos Paco el guía y yo. Paco, nativo de la comunidad que nombre más arriba, vivió casi toda su vida en la selva, hasta que empezó a dedicarse a laburar para el turismo haciendo de guía (en la selva) y se instalo en la ciudad de Iquitos. Va y viene, de la ciudad a la selva donde esta empresa hace base, al ladito de su caserío. Un grandote bonachón de 1 metro noventa de alto por otros tantos de ancho, de un andar cansino, casi tanto como su hablar. Gran conocedor de la selva y sus misterios, Don Jorge lo había elegido como discípulo para iniciarlo al chamanismo y en la preparación y ritual de Ayahuasca, pero él rechazo la oferta.
  Remamos durante una determinada cantidad de tiempo que no puedo calcular. El tiempo en la selva amazónica transcurre de un modo muy extraño. En febrero, época del año que para ellos es invierno ya que por la cantidad de lluvia "refresca" un poco, todo es agua. Prácticamente no hay tierra firme. Todo tipo de vida vegetal surge del agua y todo tipo de vida animal parece acondicionarse a esa realidad momentánea. 
  Llegamos a un punto en el que se podía bajar. Paco me explico que es un punto un poco más alto que siempre queda como isla. Tantos kilómetros de largo por tanto de ancho, no me acuerdo cuanto. Serian alrededor de las 10 u 11 de la mañana. Comenzamos a caminar selva adentro, esquivando arbolesarbustosplantasramascharcostelaarañaslianas y todo lo que uno se pueda imaginar. Es así, en la selva la visibilidad es muy limitada por lo tupido que es todo. Al son de la lluvia que no aflojaba su danza y de una nube de mosquitos que nos seguía a cada paso, Paco me iba explicando sobre la vegetación y la vida animal. Esta planta se llama así, se saca su corteza, se la cocina, sirve para curar esto o aquello. Esta otra se llama asa, se usa así contra tal o cual dolencia. Particularmente me acuerdo de la Uña de Gato y el árbol Teléfono. La primera es una liana, se la corta, y de su interior brota una gran cantidad de agua muy refrescante y muy buena para el cuerpo. Tiene una enorme cantidad de propiedades, se consigue el ungüento en casi cualquier mercado del norte. El árbol teléfono es un árbol extremadamente grande. Se lo denomina así ya que cuando se lo golpea con una rama emite un sonido que puede ser escuchado a kilómetros de distancia. Como conocen bien sus ubicaciones, pueden utilizarlos en caso de emergencia o valla uno a saber para qué necesidades selváticas. Yo pensé que podría ser para que te alcancen el papel higiénico, en caso de que te lo olvidaste en el camping, hasta que me mostró una hoja que se utiliza exclusivamente para eso. Lisa y suave, era perfecta. 
    A lo largo de la excursión hubo dos momentos extraños. Después de contarme sobre alguna planta veo que se queda quito mirando a la nada. Parecía un gato cuando se pone en guardia porque hay algo rondando cerca.
 –“¿Escuchaste eso?, me pregunta.
 -“No che, no escuche nada”, respondo.
  Pasan unos segundos, y retomamos la marcha. No le pregunto nada y Paco tampoco opta por decirme que fue esa secuencia. Pero la escena se vuelve a repetir, y esta vez sí escucho algo. Algo así como un golpe, ruido evidentemente de algún animal… u hombre. Volvemos a frenar. Paco espera, no pasa nada. Seguimos nuestro camino.
  Ya era cerca del mediodía, abríamos estado caminando selva adentro por aproximadamente una hora. Paco decidió comenzar a emprender la vuelta. Fue a los poco minutos que me di cuenta que algo andaba mal…
  Ubicarse en la selva es sumamente complicado. Alrededor de uno todo parece igual todo el tiempo. O quizá todo parezca constantemente distinto, pero a tal punto que no hay nada que pueda servir de referencia. Menos el cielo, ya que hacia arriba te cubren las copas de los arboles. Si uno espera poder ver el sol, está  completamente nublado y llueve. La cuestión es que comenzamos a caminar. Un tiempo después (habrán sido unos ¿10? ¿15 minutos?) Estábamos en el mismo punto que habíamos decidido emprender el regreso. Volvimos a partir. Llegamos casi al borde del rio, lugar por el que nunca habíamos pasado. El mediodía, la lluvia, los mosquitos, el calor y el cansancio ya empezaban a pesar, pero no pensaba en eso. Al no reconocer el lugar, volvimos para atrás. Nada de improvisar caminos en la selva, sino podes terminar en cualquier lado. Paco parecía tranquilo, siempre con su aspecto bonachón y su andar cansino. Machete en mano, eso sí, indispensable para abrirse camino. Aunque su tranquilidad no parecía turbada, me di cuenta que algo andaba mal. Paco estaba un tanto desorientado.
  Tomamos por otro camino. Cuando digo camino no se imaginen una senda, nada más lejos. Ellos (los selváticos, como les dicen) pueden ver cierto camino donde para uno no hay más que selva, pero no hay nada marcado, tal vez los machetazos y ramas quebradas de la anterior pasado. Esos son los signos que van leyendo para ubicarse. Pero de nuevo no encontramos ninguno. Estábamos en una especie de pantano con el agua por los tobillos. Tampoco habíamos pasado por ahí. -“Estoy un poco desorientado”, le escucho decir. Pero también se reía mientras lo decía, no parecía preocupado por la situación. No sé porque, pero yo tampoco lo estaba. Me sentía tranquilo, no dudaba de que ya se orientaría y volveríamos a donde estaba la canoa amarrada. Volvemos a caminar un poco sobre nuestros pasos.
-“Matías, esperame acá. Voy a ver si encuentro el camino. Pero no te movás ni medio metro”. Esa sí que no me la esperaba.


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