miércoles, 18 de noviembre de 2015

Alturas de Machu Picchu

Del aire al aire. Y sumergido en un ensueño transcurren las últimas estaciones. No sabias qué ocurriría, aunque el nombre lo insinuaba. Escuchar, sentir, ver, oler las alturas de Machu Picchu a medida que la ciudad abre sus fauces y lo devora toda. No aquella ciudad que suena a Urubamba.

Como una abstracción a contrapelo te arrastras, te arrastra. Los dos mil cuatrocientos metros de diferencia no son nada, no existen, Águila Sideral. ¿Ocurre lo mismo con los más de quinientos años? Deambulas por las calles como una escena de Baraka, suerte providencial, sin saber con exactitud si estás aquí o allá. Pero estas. 

lunes, 26 de octubre de 2015

Sugar Man

Documental sobre un músico de principios de los 70´ que tenía todo para ser una estrella. Seraching for the Sugar Man es el nombre del documental, el hombre se llama Sixto Rodriguez, una suerte de Bob Dylan o Nick Drake que saco dos discos y, valla uno a saber porque, no vendió nada. No vendió nada, salvo en la Sudáfrica del apartheid, donde fue un símbolo de la rebeldía contra el sistema e inspiración para muchos músicos del momento. Cientos de miles de copias vendidas. Y el tipo en los Estados Unidos nunca se enteró. En el documental se rastrea a este músico, de quien se decía que se había suicidado y del cual no se tenía absolutamente ningún dato en Sudáfrica y en prácticamente ningún lado.
Pero al margen de lo intereseante de su historia y de lo realmente buenos que son sus temas, la cuestión viene por otro lado, por ese de las “casualidades” de la vida. Termina el documental, apagamos el reproductor (pongo ese nombre porque no sé cómo se llama este nuevo aparato, nuevo para mí. Es como una memoria externa con salida directa a TV en HD y toda la gilada, entonces te bajas pelis, las cargas ahí, y tenes una enorme base de datos de películas que ves cuando queres. Ese es el aparato que apagamos. Y hablo en plural porque estaba con un amigo) y cambiamos la entrada a TV. Y en ese exacto momento aparece el subtitulo “un nuevo agente de seguridad sale a las calles de Detroit”. La película era Robocop, y no se entendería a que voy si no les cuento que Rodriguez era de… si, Detroit. Ante la mención del lugar, los dos nos dimos cuenta instantáneamente de la coincidencia.

Un rato de Robocop (la original), y tras unos vasos de fernet, partimos a un barsito sobre el río en el que tocaba una banda, que no sabíamos cuál era, ni como se llamaba, ni que genero hacía, pero sabíamos que alguien tocaba. Llegamos, 80 p la entrada, -pero por cien tienen una consumición-, -no, gracias, no quiero agrandar mi combo-. Empieza la banda. Buena banda de salsa que sonaba muy bien. Terminan el segundo tema en el cual se lucia el trombonista, y el cantante pasa a presentarlo: -En el trombón, ¡Victor Rodriguez!-. La concha de tu madre. En el buen sentido. Rodriguez vuelve a aparecer. Ya se, podríamos decir que no se llamaba Sixto, aunque rima bastante con Victor. Sigue la banda. Sigue la noche. Sigue cumbia, de la buena. Sale charla con unas minas, una venezolana y una uruguaya. Y valla uno a saber porque (ya eran como las siete de la mañana, así que no recuerdo bien) hablábamos de que antes de venir vimos un documental, de un músico de los 70´. Que prometía ser una suerte de Bob Dylan, pero no vendió absolutamente nada, salvo en la Sudáfrica del apartheid, donde fue un símbolo de la rebeldía contra el sistema e inspiración para muchos músicos del momento. Cientos de miles de copias vendidas. Y el tipo en los Estados Unidos nunca se enteró. –Ahhh, ¡el Sugar Man!- lanza la venezolana. Y así, tras ver el documental, bastante desconocido por cierto, en el transcurso de un par de horas vuelve a aparecer manifestándose de diversos modos. No sé qué hay detrás de todo esto, en el sentido más amplio en el que se puede entender el “todo esto”. Por lo pronto, ya me baje los discos, quizá Sugar Man tenga algo importante que enseñarme.

domingo, 4 de octubre de 2015

Sabado

Te levantas. Ducha. Te pasan a buscar. Suena Dylan. Feria de antigüedades. Dan un par de vueltas. Suena Creedence. Se preparan algo para almorzar. Terminan de almorzar. Puerto de frutos. Suena Marley. Un par de vueltas. Compran unos plantines. Mates en las escaleras sobre el rio. Mate con bollo en las escaleras sobre el rio. Se van. Arman un cantero y una huerta. Suena Cash. Birra. Narguile. Birra. Comida. Es tarde. Las Pelotas. Estas cansado. Peli o a dormir directo. Che me comentaron de una obrita de teatro muy piola. Abren Facebook. La obra es hoy. La obra es hoy dentro de una hora. Terminan la birra. Arman uno para el camino. Auto. Zeppelin. Autopista. Auto. Humo. Llegan. Compran tres entradas. Al tercero se lo levanto justo antes de autopista. Arranca en media. Sale submarino. Fat Freddy´s. Vuelven al Espacio Sísmico. Unos minutitos para la Era. Un metegol en el camino. Un par de goles. Sala casi llena. Arranca la Era. El Rey León. El emo. El torero. El hippie. Risas. Risas. Muchas risas. Los científicos. Más risas. Te secas las lágrimas. Mortal Kombat. Más risa-lagrima. Termina. Dato de fiesta. Auto a la fiesta. Gente que no te cabe en la entrada. 150 p la entrada. Nos vemos en el corso. Pegan la vuelta. Auto. Autopista. Calle. Se desorientan por no creerle a la gallega. Calle. Autopista. Casa. A dormir. Buenos Aires.

miércoles, 22 de julio de 2015

Chiquitere

  Bondi camino al centro, 5B si mal no recuerdo. Bajaba la velocidad llegando a la Av. Entre Ríos, íbamos por la Mitre. Alguien había tocado el timbre para esa parada. Bastante rebalsado estaba el asunto. Una mujer a mis espaldas hablaba por celular. Yo parado mirando hacia el colegio Belgrano. Esa misma mujer dijo algo, o entono de tal manera alguna frase, que instantáneamente emergió de los rincones más recónditos de la memoria una canción. Canción noventonsa, pero de la cual no sabía ni su autor ni su nombre. Me moría de risa por la canción y por el momento en que decidió regresar a mi consiente, el cual escudriñaba en el baúl tratando de dar con la letra. Tenía el tarareo del famoso estribillo, pero hasta ahí nomás. “Esta pelotudes voy a escribirla”, pensé.

  Unas cuadras después, cuando me tocaba bajar a mí, ya me había olvidado de todo. Esto habrá sido una semana atrás del momento en que estoy escribiendo esto. Cuando me senté a escribir lo hice pensando en redactar cualquier otra cosa, de hecho quedaron algunas por ahí a medio empezar. Fue ahí que volvió la canción reclamándome su espacio. En realidad no fue la canción, sino que me acorde de lo que me había pasado en el cole, de la mujer con el celular, que algo dijo, y ese algo me llevo a una canción. Y ahora, cuando me acuerdo de todo eso y quiero escribirlo, se me borro por completo que tema era el que había aparecido. Ni melodía, ni estribillo, ni ritmo, nada. Cinco minutos de esfuerzo, y nada. 

  Cuando la ansiedad comenzaba a asomar, se me ocurrió buscar por google. “Grandes canciones en español de los 90”, le escribo al tío, y hago click en la primer entrada que me devuelve, titulada “Las 100 grandes canciones de los 90 en español”. Para mi asombro, la fuente es Wikipedia. Parece que hace no mucho tiempo hubo un programa con ese nombre, de que trataba no hace falta decírselos. “Bueno”, me digo, “a ponerse a leer los nombres, quizá alguno me vuelva a detonar ese recuerdo”. Y así comencé a repasar el ranking, programa por programa. Así llegue, por el VH1 norte (¿?), encabezando la lista del 3° programa, en el puesto sesenta... Chiquitere, de Rafa Villalba, de 1996. Ese fue el maldito tema que todavía no sé porque apareció aquella tarde en el bondi.

  Revisen la lista de ese programa, sobre todo la lista de la sección VH1 sur (¿?), no tiene desperdicio. Vallan, pasen, vean, escuchen, y dense con una dosis de nostalgia musical.

martes, 14 de julio de 2015

Flor de Lino

  El suave andar del tren se hacia uno con la somnolencia que ganaba mis parpados. Si no me encontraba ya dormido, era tan solo porque viajaba parado. Aunque no estaba lleno, no había asientos vacíos. El suave y monótono andar era apenas interrumpido por el murmullo de alguna pareja charlando, algunos vendedores que pasaban y la voz femenina que anuncia las estaciones por altoparlante. Si uno ponía mucha atención, también se podía sentir algún headphone reventando oídos. El aire era pesado, pero no sofocante. Afuera, un cielo gris cubría la ciudad. –En cualquier momento, lluvia-, pensé. –Usted está en estación Acassuso-, oigo decir a la voz, -próxima estación…- Esperanza, digo para mis adentros, recordando el viejo disco de Manu Chao e invitando a sus acordes y soniditos a subirse a mi tren.

  Pero la música de mis recuerdos es desplazada por el resgueo de una guitarra y el aire silbante de un bandoneón que irrumpieron en la escena. La melodía de Flor de Lino se abre paso esquivando gente, asientos, bastones y paraguas, rompiendo la monotonía del ambiente. Con la mirada recorro el camino inverso buscando a los benditos responsables. Mitad del vagón, un joven de boina con la guitarra criolla colgada, y una señorita sentada con el bandoneón en su regazo. El sueño bajó en Acassuso. La magia citadina se apodera del vagón, los murmullos se interrumpen, los tres chocolates por diez pesos que esperan su entrada también disfrutan del momento. El impertérrito altoparlante es el única osado en levantar la voz por sobre la marea de lino. La misma que instantes después me saca de mi estupor.


  Lentamente desciendo del tren abandonando la burbuja espacio-temporal en que me había zambullido. Parado frente a él, oigo los últimos acordes tras la puerta que se cierra. Doy la vuelta, y subo las escaleras de la pasarela para cruzar al otro andén. El tren, ahora momentáneamente debajo de mí, reanuda su camino, a su próxima estación. -¿Qué tema seguiría en el repertorio?-, me pregunto. -Cual será mi próximo tema…-, me replica otra voz. Flor de Lino, qué raro destino, truncaba un camino, de linos en flor..., silbaba por lo bajo, camino a mi casa, con la humedad de Buenos Aires sobre mis hombros.

sábado, 20 de junio de 2015

Pirulo tortuga

“Pirulo tortuga”. Sobre un portón, en la entrada a una maderera. Cada vez que paso en el bondi veo la pintada y las palabras me quedan resonando…“Pirulo tortuga”. En el cruce entre Reyes Católicos y Sanson, en ese punto ciego en que esta última deja de ser una para pasar a ser la otra. Un tortillero suele ubicarse en esa misma vereda con su brasero, parrilla y pilas de bollos. Metros antes, cuando comienza la curva, hay una parada del 5A. “Pirulo tortuga”, en letras negras sobre el portón blanco, viejo y oxidado.

Mis pensamientos fluctúan entre qué o quien será este “pirulo”, qué querrá decir con eso de “tortuga”, y quien/es se habrán tomado el trabajo de hacer el escrache. La letra parece a las apuradas, desprolija, y es bastante grande, lo cual significa que podía llevar mucho tiempo hacerlo con prolijidad. “Pirulo tortuga”… ¿Qué puede mover a alguien a pintar esa frase? ¿Qué nos habrá querido decir? ¿Nos? ¿Habrá querido decir algo? ¿A quién va dirigido? “Pirulo tortuga”…

Cada vez que paso, cuando el bondi termina de cruzar la vía y empieza a girar hacia la derecha, miro por la ventanilla para ver pasar a pirulo tortuga. Cada letra queda sonando en mi cabeza. Cada pirulo. Cada tortuga.

Quizá, pienso, “pirulo tortuga” es un apodo. Así como hubo un “barrilete cósmico”, hay un “pirulo tortuga”… haciendo referencia a qué, nadie lo sabe. O tal vez nos quiere decir que el tal pirulo es un lerdo, un lento, tomando la principal característica a la que es asociada la tortuga. Algo así quedaría si teatralizamos la frase: “che, pirulo, sos un tortuga”. Buenísimo, ya sabemos que pirulo es muy lento. Pero aún estamos rengos, ¿lento en relación a qué? Me imagino una mujer esperando la declaración de amor de pirulo, que hace meses viene dando vueltas pero no se decide, o no se anima. Una madrugada, cansada de la sofocante espera y anhelando caer rendida en los brazos de su amado tras otra fallida salida, María se despidió de pirulo. Caminó con decisión bajando por Los Alisos (ah, nos les dije que pirulo vive sobre Los Alisos) en dirección al virgen portón blanco que está cruzando la avenida, al ladito de donde toma siempre el cole cuando vuelve de lo de pirulo. Está decidida a llevar a cabo su plan. Abrió su mochila, tomo el aerosol negro entre sus manos sintiendo el frio del aluminio en esa noche caliente. Se tapó un poco la cara con el pañuelo que había llevado para tales fines. Y comenzó a pintar. Minutos después, agradeciendo que no paso ningún auto ni transeúntes, esperaba el colectivo que la llevaría a su casa. A sus espaldas, “pirulo tortuga” comenzaba a secarse en la cálida noche de verano.

A dos cuadras de allí, Pablo, más conocido en el barrio como pirulo, intenta conciliar el sueño. Inquieto, incomodo, da vueltas en la cama. Hace tiempo que viene pensando cómo decirle a María que no la ama.
  


miércoles, 17 de junio de 2015

La tabernera del puerto

La tabernera del puerto, rezaba el cartel sobre el ventanal de la puerta de acceso al Teatro Provincial. Yo pasaba por delante nomas, pero el diseño me atrajo: el frente de un bar porteño, la silueta a contraluz de una mujer bebiendo una copa, un bandoneón cruzado en diagonal. La tabernera del puerto. -“Una por favor”-.  60 pesos, la más económica. Fila 15, butaca 4. Atrás al medio, buena ubicación, aunque después me acorde que el sonido siempre es mejor arriba. No importa.

No tenía idea que es lo que iba a ver. Como dije, simplemente me gusto el diseño del afiche y el nombre. Después me enteraría que es una zarzuela, aunque no tengo ni puta idea de qué es lo que define a una zarzuela. Luego de haberla visto tengo mis conjeturas al respecto… una mezcla entre teatro y ópera, con acompañamiento orquestal. El equilibrio entre una cosa y otra me encanto, la opera se me suele hacer medio pesada. En este caso había una dosis justa de cada una. Aunque puede ser que esté hablando boludeces, porque estrictamente hablando tampoco sé que es lo que define a una ópera. En algún momento lo averiguare, podría ser ahora, minimizando esta ventana y abriendo una pestaña nueva de google, pero no me interesa, al menos por ahora.

Tras una caminata de unos 40 minutos, llegue al teatro con La máquina de hacer pájaros sonando en mis oídos. Guarde headphones, campera, busque mi entrada y me dispuse a hacer la fila. Edad promedio a mi alrededor: unos 147 años. Todos viejos y viejas cholulas, aprovechando la fresca para sacar a relucir sus tapados. "Nuestra vida será blanca y buena, nuestra casa será verdadera, nuestra ciudad será hermosa desde hoy”, resuena en mi cabeza.

Una vez dentro, me instalé tranquilamente en mi lugar y procedí a leer el programa para saber de qué venía la cuestión. A mi izquierda, una vieja. A mi derecha, otra vieja. Entre las dos, debían sumar cinco siglos resistiendo. La de mi derecha se había sentado unos segundos antes a mi izquierda, hasta que notó que el resto del grupo con el que venía siguió de largo. Se levantó al grito de –“Hay chicas!! Pensé que ya se había sentado”. –“Hay perdóname querido, permiso”. –“Pase nomas, no hay problema”, le respondo haciéndome una pelotita contra mi asiento y metiendo mi mochila por debajo. –“Hay te perdono porque sos igualito a mi sobrino”, dice la vieja cuando termina de pasar… ¿Te perdono? Me quedo pensando… Nunca le dije perdón, y no tenía motivo para decírselo, de hecho, fue ella la que me pidió perdón mientras pasaba… No te preocupes, pequeños cortocircuitos de la tercera edad.

Fuerte predominio de viejas sobre viejos, se ve que sus papeles duran más en el teatro de la vida, a los viejos el contrato se les vence antes. Muy interesante la perspectiva que daba la pendiente de la platea baja, entre el brillo de la calvicie y el relucir de las canas. Alguna que otra juventud también se asomaba por ahí, para tirar un poquito abajo el promedio general.

No soy crítico de teatro ni cerca, pero debo decir que la obra me encanto, me pareció muy ágil y divertida, con una excelente puesta en escena. No les voy a decir que la vallan a ver porque ya no está, pero se las hubiese recomendado. Ah, como olvidarme, si hay algo que siempre me dio por las pelotas en este tipo de eventos, es el exceso de aplausos. Siempre. Cada aria, cada escena, cada acto, aplausos, aplausos y más aplausos. Y ni hablar al finalizar, unos 10 minutos consecutivos de aplausos. No es que no se lo merezcan, pero que se yo, te termina secando un poco el mate tanto aplauso. Quizá el problema soy yo, que al ser un ignorante de este tipo de rubro y de ambientes, no logro dar con la esencia y el significado trascendental del constante aplauso. Quizá sea la simple inercia de la infinita estupidez humana en su actuar sin pensar en lo que está haciendo. Pero el de al lado aplaudió, los de arriba aplauden, los de más allá aplauden, por ende, aplaudo. Y si no te gustó lo que acabas de oír, cagate, aplaudí igual. -“Pero esto último no me movió un pelo!”, -“No importa, todos aplauden, aplaudí igual!!”.  Y así, los aplausos van dirigidos a los actores, pero también al propio público en una auto alabanza e identificación de pertenencia a un sector privilegiado de la sociedad, que consume “alta cultura” envuelta en tapados y sobretodos, que tiene que cumplir el mandato de aplaudir hasta el hartazgo mas allá de lo que haya visto u oído; que se regocija comentando la versatilidad vocal de la soprano, el bajo intenso del protagonista, y la exquisitez de ese Fa sostenido alcanzado por el tenor en la tercer aria del segundo acto mientras cantaba loas a su amada. En fin, miren donde termino. Si a uno le interesan, aunque sea un poquito, ese tipo de eventos, es inevitable verse rodeado de todo eso. El combo viene completo, con cajita feliz y sorpresa para armar.


PD: hay algo que tengo que reconocer, alguna de las viejas tenía un perfume que era exquisito. Me hacía acordar a algo, en algún momento ya lo sentí, aunque aún no descifre cuando. Los olores tienen su mambo y, en mi caso, son grandes disparadores de memorias. Hace unos días, mientras usaba el Shazam (esa app (epaaaaa, esa sí que no se la esperaban ehhh) que te reconoce canciones) pensaba en cuando inventaran algo similar pero que reconozca olores. Sentís un perfume, una flor, el aparatito lo detecta y te dice qué es. Pero esto se me está yendo al joraca, el olor y el Shazam pertenecen a otra historia.

martes, 9 de junio de 2015

Otoño, hojas y ancianos

Iba camino abajo por Los Carolinos. Los cerros que dan nombre al barrio custodiaban mi espalda. Era una mañana de otoño cristalina, fresca y algo ventosa. A unas cuatro cuadras me esperaba la parada del Transversal con destino UNSa. Manos en los bolsillos, bufanda, capucha, música, y la mirada fija en las montañas del oeste. Ni una nube.
En estas cosas andaba cuando me cruzo con un pequeño liquidámbar, uno de los tantos que adornan esta ciudad. Pero éste tenía algo particular. Había sido podado y estaba completamente pelado. Es decir, no tenía el estallido de colores propio de estos árboles en esta época del año. Al menos eso creía ante la primer mirada cuando pasaba a su lado, ya que luego me di con una única hoja cargando en soledad todo su colorido. Sacudida por el viento se resistía tenazmente aferrada a su rama. Detuve mi andar un instante para observarla. Un árbol, una sola hoja resistiendo el avance del otoño.
A mis espaldas, ahora, el jardincito de una pequeña casa en la que viven dos ancianos. Semanas atrás, pasando por esa misma vereda pero con el arbolito lleno de hojas, escucho un: “Joven, por favor!”. Freno mi andar, y a mi derecha se encontraba un anciano sentado en una reposera. A su lado, un bastón yacía en el piso. El anciano me pedía ayuda para levantarse.
Ingreso a su propiedad y, tomándolo de un brazo y la cintura, lo ayudo a incorporarse. Para mi sorpresa el viejo era bastante cabrón y empieza: “ehhh que me querés tirar cheeee, cuidado!!”. Recordando a mi abuelo, no puedo más que esbozar una sonrisa. En esa lucha andábamos cuando se hace presente su señora. “Levantate de una vez y déjate de joder, no seas miedoso poe”. La llegada de la vieja no hizo más que enfurecer al viejo, al tiempo que disfrutaba de la escena en la que me veía involucrado. Pero el reto de la vieja surtió efecto, al instante el viejo ya estaba de pie con su bastón en la mano. Cruzamos unas palabras de agradecimiento y me apresto a seguir mi camino.

Cierro el portoncito de acceso. Y veo frente a mí al pequeño liquidámbar, pelado, con una única hoja enfrentando al otoño y los azotes del viento. Y veo la pareja de ancianos, aferrados a la vida a medida que se acerca el invierno. Y todos sabemos que nuestro destino es desprendernos, solitariamente, de ese árbol. Y caer, y flotar, y recostarnos sobre la tierra que nos dio la vida.

domingo, 31 de mayo de 2015

De predicaciones y otros asuntos

Creí salir sobre la hora, abordando el 5B en Los Arces y Los Carolinos. Incluso baje unas paradas antes, a fin de caminar un poco y hacer tiempo. Así y todo, llegue a las 16:50 hs. Mi maldita manía de llegar temprano hasta cuando hago el intento de llegar tarde. Para colmo, al tiempo de haber llegado me doy con que abrían las puertas a las 17:30 hs., no a las 17 como creía.

Ante los hechos, opto por dar unas vueltas al mercado. En mis oídos seguía sonando la voz ronca y grave de Louis Armstrong, con la compañía de Duke Ellington. Opte por quitarme los headphones y entregarme a los sonidos de la ciudad. Una vuelta. Dos vueltas. Y el tiempo no pasaba. Vuelvo a la entrada principal. 17:15 hs marcaba el reloj.

Apenas recostado sobre un poste de luz, frente al punto exacto en que la enorme reja del portón de ingreso al mercado cede su espacio a un puesto de pizzas, con sus mesitas afuera y algunos parroquianos saboreando sus platos, decido abandonar las vueltas y esperar pacientemente en ese lugar hasta la hora señalada.

Y es ahí que la veo venir desde la Av. San Martín. En realidad la había visto minutos antes, cuando recién llegaba, pero sin prestarle la más mínima atención. De unos 60 años, gorrito en forma campana color negro, sweater gris sumamente gastado, pollera larga y verde también gastada, botitas marrones y unas medias negras que apenas se asomaban, cartera negra colgando de su hombro izquierdo, con su brazo derecho sostenía en alto lo que después supe que era una biblia. Iba y venía por el centro de la peatonal, de a pequeños pasos. Andaba a los gritos, dirigidos a nadie y a todos a la vez, aunque nadie le prestaba atención. Ni el revistero frente al cual pasaba, ni los hombres que acomodaban globos con motivos de Disney sobre lo que en algún momento fue el pie de un bafle ahora reacondicionado a otros fines con tan solo practicarle pequeños agujeritos sobre el eje central a fin de insertar en ellos el palito plástico que sostenía los globos dándole aspecto de árbol de globos. Nadie. Tampoco los transeúntes. Tampoco la señora que acomodaba manojos de medias y calzas entre las rejas del portón cerrado que yo esperaba que se abriera. Tampoco los parroquianos de la pizzería que conversaban sobre sus asuntos mundanos.

Pero a la señora no parecía preocuparle. “Hay que arrodillarse ante la biblia!!”, decía. 17:22 hs. Y se alejaba dándome la espalda. “Hay que derribar los muros!!”, le oigo decir a medida que emprende su ya transitado regreso. El árbol de globos está casi completo. La mitad izquierda del portón va siendo tapado de medias y calzas. Entre los parroquianos de la pizzería tan solo queda una porción en la mesa. Un pobre joven de los tantos que andan rondando los bares esperando hacerse con las migajas ajenas, conquista esa porción. Sin emitir mucha expresión, da media vuelta y encara otra mesa. Dos mujeres de unos 45 años charlaban e intercambiaban fotos con el celular. Pizza no quedaba. Ante el estupor de ambas, y las risotadas de quienes habían entregado la última porción, el joven estira su brazo entre las dos mujeres, carga una cucharada de salsa que estaba sobre la mesa, la desparrama sobre su pizza, y parte sin más.

“Hay que ingresar al reino de los cielos!!”, oigo gritar desde el otro lado. 17:25 hs. Ya son unas diez personas paradas frente al portón esperando el pitido inicial. “Todo está escrito en la biblia de Jesucristo!!”, insiste. Los transeúntes tienen otras preocupaciones.

Sobre la hora, otra señora hace su ingreso al escenario. Llega en un remis cargado de plantas. Lo único que se veía por las ventanas eran grandes y variadas hojas. Tenía el aspecto de una selva adentro del auto. Tanto la dueña de la selva como el remisero proceden a la descarga del mundo vegetal. Una variedad de especímenes vegetales se suman, ahora, a la espera.

17:28hs. La tensión crece. Van llegando más personas y tienden a apretarse contra el portón. Veo niños, perros, jóvenes, viejos, vagabundos y gente de traje, policías, gente haciendo cola en una farmacia, gente entrando y saliendo a los negocios, palomas entrando y saliendo de los techos, pochoclos, globos, bastones, cochecitos, bocinazos, “debemos arrodillarnos!!”, vuelvo a escuchar. 17:30 hs. El portón se abre. La gente ingresa a las apuradas como yendo detrás de la piedra filosofal. Las calzas y medias quedan ahora estratégicamente ubicadas del lado de adentro. Abandono mi puesto de vigía y me sumerjo en ese nuevo mundo que recién abría sus puertas, pero una vez dentro parecía que nunca estuvieron cerradas.


Mientras camino entre nuevos olores y caras, llega el último grito de advertencia: “Está escrito en la biblia del señor!!”. 

Pero el único oyente que tenía, ya había partido.

jueves, 28 de mayo de 2015

De colores

Tensión. Una extraña tensión. Tensión entre las cerdas del pincel cargadas de color rojo y la base monocromática que tengo frente a mí. Base que, estrictamente hablando, no es un color. La armonía, el equilibrio, la pureza de ese blanco impoluto no sabe que su victimario esta a escasos centímetros. Pero el pincel, la mano, no avanza. Tiembla un instante. Duda. Tensión. Primera pincelada que debe romper ese orden para devenir en uno nuevo. El peso de las primeras líneas en una hoja en blanco.
Superado ese instante, el resto comienza a fluir. La tensión se distiende. El blanco se relaja y disfruta su nuevo ropaje. Sabe que permanecerá por detrás, que estará ahí aunque nadie lo vea. La mano ya no tiembla, la duda cesa, y los colores se suceden sobre las cerdas del pincel.
Por debajo de esos colores que se  amalgaman en busca de nueva armonía, y por debajo de ese blanco impoluto sacrificado, madera. En si misma ya remite a un color, que es a su vez cientos de colores y tonos, cada una con sus matices, sus nudos y sus vetas.
Materia prima fundamental para el ser humano a lo largo de toda su historia. Barco, fuego, herramienta, albergue, arma, y un interminable etcétera. Madera, materia, mater… cualidad que tiene la madre.
Y la fiel madre se presta a ser cubierta, arropada, por las caricias de las cerdas y la vida de los colores. Estos ocultan su intencionalidad en su raíz: kel-celare, ocultar. Pero algo ocurrió a lo largo de la historia, y lo velado mudo a velo. El olvido de aquello sepultado devino en el protagonismo del sepulturero. Quizás, si corremos el velo, damos con aquello que estaba relegado al olvido. Revelamos el secreto de los colores. Quizás.
Pero distinto es el caso de aquello que está siendo pintado al del color natural de las cosas. Si penetramos en el primero, tarde o temprano, devenimos en el segundo. Y aquí se abre el gran interrogante ya esbozado, ¿Qué ocultan los colores? Podríamos pensar que por debajo de ellos se encuentra el alma, la esencia de las cosas. Ocultan el ser de lo que están destinados a recubrir. Pero aquel que crea que removiendo esas laminas podrá dar con la esencia de lo contenido, está equivocado. Siempre habrá un nuevo color que se encargara de ocultarlo, de resguardarlo bajo siete llaves de la implacable curiosidad y ansias del hombre. Así la naturaleza protege su secreto. Y lo seguirá protegiendo.

El blanco fue ocultado por una variedad de marrones, naranjas, amarillos y rojos. Todos ellos, a su vez, se encargan de cubrir el corte de cedro que tengo en mis manos. Pero ¿qué es lo que oculta su color cobrizo?, jamás lo sabré. Y frente a la incertidumbre, ellos me devuelven un campo colmado de arbustos verdes con flores amarillas, cerros verdes enredados en ocre, y una mancha de pintura roja en mi mano derecha, que ahora sostiene un lápiz cuya punta gris dio vida a estas breves líneas.

martes, 26 de mayo de 2015

Ciclos

Fue mucho más que su venta. Fue, sobre todo, cerrar un ciclo. Me acompaño prácticamente en toda mi estadía salteña al día de hoy. La había comprado algo así como un año después de haber llegado. Si me pregunto porque la vendí, no creo encontrar una respuesta certera. Quizá la respuesta sea en plural, muchos y diversos factores me llevaron a tomar la decisión que venía pensando hace ya un buen tiempo, cuando cerraba otro ciclo con nueva mudanza y la vuelta al barrio que me albergo apenas llegado a esta ciudad. En ese proceso de vaciar la mochila le llego su turno.

Es verdad que me significaba una gran comodidad. Pensándolo, quizá sea uno de los motivos que me llevo a ese desprendimiento. A veces hay que escaparle a las comodidades, no aferrarse a ellas. Contrariamente a lo que creía, y a lo que me plantean todos, la vuelta al colectivo no fue para nada pesada ni negativa. Significo la vuelta a todo un ritual que me acompaño durante mucho tiempo. La vuelta a cargar música, dependiendo del momento del día, del clima, estados de ánimo, destinos, etc. La vuelta a las esperas en las paradas, a encontrar asiento, a viajar parado, a ceder asientos, a viajar apretado. También fue la vuelta a largas caminatas, por nuevas calles y trayectos ya conocidos y transitados. Quizá no por mí, por quien soy ahora, sino por quien supe ser en aquel entonces. Pero algo de él permanece en mí, lo siento en cada esquina, en cada árbol, en cada plaza. En el eco de los motores gruñendo en el autódromo, que antes se colaban por otra ventana, a tan solo unas cuadras. En los cantos lúgubres que bajan del cerro, mientras cientos de peregrinos esperan el milagro. En los acordes de Marley sonando en mis oídos por las mañanas mientras bajo por Los Carolinos: “Sun is shining, the weather is sweet…”.

La venta de la moto significo el retorno de esas horas muertas tan gratas y enriquecedoras. Cada caminata, cada espera, cada disco escuchado, era y es tiempo de meditación y contemplación, tiempo que había perdido, que había sido usurpado por la comodidad de la moto; la cual, también debo reconocer, me permitió conocer lugares, trayectos y tiempos antes no experimentados.

Pero como dije, cumplió su ciclo, me dio lo que tenía para darme. El retorno al barrio viene acompañado del retorno a todas esas horas muertas que nos brinda la ciudad y sus distancias, tan gratificantes si uno quiere que así sean. Ese retorno también es en sí mismo un ciclo, que tiene su propia manifestación espacial: Tres Cerritos, Parque Belgrano, Villa Soledad, Tres Cerritos. Y la moto me acompaño en toda esa vuelta.

Pero sobre todo, el retorno al barrio me encuentra mucho más liviano de equipaje, y andar liviano de equipaje, significa mucho más que eso.


Y al momento de estar por postear esto, me doy con que mi ultima entrada de hace casi cuatro meses se titula “Desprenderse”… Ok, como usted diga.

domingo, 1 de febrero de 2015

Desprenderse

  Desprenderse, despojarse. Esa fue la consigna que vino de lo mas profundo. Quitar a algo lo que lo acompaña, cubre o completa; quitar algo con violencia. Así lo define el diccionario. Viene del latín despoliare, y se asocia con desnudar. Desnudar, pienso. Un gallo canta a lo lejos. Billie Holiday canta a mi lado. 6:30 am, recién llegado de trabajar. Desnudar, pienso de nuevo.

  Esa fue la consigna (lo supe después) y eso fue lo que me dedique a hacer. Me levante una mañana y note que la biblioteca estaba demasiado llena. Demasiado llena al pedo quiero decir. Ducha y mates de por medio, tome todas mis novelas, cuentos, novelas históricas, les saque fotos, y las publique. Se habían convertido casi en un fetiche, un maldito alimento para el ego que juntaba polvo en mi cuarto. Me encantaba ver esa biblioteca llena de todas las cosas que fui leyendo durante mi vida. Ya no. Despojarse, desprenderse, desnudarse. Fue siendo una sensación sumamente satisfactoria. Y el proceso recién comienza.

  ¿Porque ahora? Hace años que vengo arrastrando todos esos libros, varias mudanzas de por medio, y nunca ni se me había ocurrido deshacerme de ellos (o buena parte de ellos). ¿Porque ahora? Vuelvo a preguntarme. Y porque no. Algo cambió para que esa necesidad llegue ahora y no antes. Todo llega en su momento justo, ni un segundo antes ni un segundo después.

  -"Buenas, tengo estos libros, quizá le interesen"-, le digo al feriante. Disimulando mal la atracción que le produjeron los títulos, me tira un numero. Lo acepto, sabiendo que se los estoy regalando. Es que entendí desde el principio que me estoy despojando, no buscando un negocio. 

  Y ese despojo es, pienso de nuevo, el desnudarse al cual se vincula. La relación y las raíces que comparten las palabras no son inocentes. A medida que mas me desprendo de mis cosas, mas liviano, mas tranquilo, mas satisfecho, y mas desnudo me siento. Las cosas que uno acumula representan, creo yo, en gran medida, las inseguridades de uno. O las seguridades, según como se lo quiera ver. Pero también me di cuenta que muchas de ellas representan etapas. Etapas que mientras tenga todo eso acumulado, quedarían indefectiblemente abiertas. Es hora de desnudarse. Cada uno de esos libros que fui vendiendo/regalando representa una etapa-momento particular de mi vida. Siempre me ate a ellos. Quería seguir siendo parte de esos mundos que encierran sus hojas. Ya no quiero. Lo fui, lo disfrute, y se los agradezco. Pero ya pasaron. Y me sigo desnudando. Tal y como me desnudo con cada una de estas palabras, en cada post de este blog. -"Tal vez, pienso, mi camino de desprendimiento empezó cuando empece a escribir aquí"-. Afuera la noche se desnuda de día. La luz se despoja de oscuridad.

  En este proceso cayo también mi pc. Aquella que me compre estudiando sonido, en la que grabe cientos de boludeces encerrado en un sótano en la calle Suipacha. Foto acá, foto allá, publicación. Horas después parece querer emprender su propio camino. La mochila es cada vez mas liviana.

  Y así, uno se da cuenta de las maravillas de la tortuga, del caracol, de la araña. Y uno también es constructor de su propia tela, con sus bifurcaciones, sus tirantes, sus vueltas, y rupturas. Y la misma araña y su tela brotan de lo mas profundo del inconsciente a ofrecerme sus enseñanzas, a enfrentarme a mis miedos, a ofrecerme caminos. También aparecen pájaros que se posan sobre una enorme tela sin el mas mínimo temor a su constructor. Los mismos, quizá, que me cantan ahora, amaneciendo, mientras me desnudo en letras.

lunes, 19 de enero de 2015

Cerro

  Me quede parado unos minutos en un rincón. La gente circulaba, iba y venia, se sacaba fotos, los chicos corrían, las chicas presumían. Yo miraba a mi alrededor, buscaba ese lugar exacto para sentarme a tomar unos mates y disfrutar del atardecer en el cerro San Bernardo. Finalmente el lugar apareció. Cuarto escalón, sobre la baranda, justo debajo de un arbolito que me protegía del sol. Arriba, un poco hacia mi derecha, las cabinas del teleférico iban y venían en su eterno recorrido. Frente a mi, la ciudad de Salta.
  Un chico le pregunta a otro: - "¿Que harías si sos un gigante así, de este tamaño?"-. Su amigo lo mira sin saber que responder, sorprendido de la pregunta. -"Yo pisaría la cancha esa que esta allá (la de Juventud Antoniana), y después saltaría hasta allá (señala la otra punta), y me iría al monte"-, Remata, tratando de que su amigo le de algo de bola. - "Ah, yo ni idea che..."-, responde indiferente. Quien iniciara el absurdo debate busca meter a su amigo en su delirio gigantil: -"Me quedaría viviendo en el monte-, le dice, -total si me pica un víbora no me pasaría nada"-. Claro, suena lógico, ¿que le puede llegar a hacer un pequeña víbora a un gigante? Como si David no pudiese derribar a Goliat, suena lógico el planteo. Pero remata su monologico debate de un modo muy realista y reflexivo: -"Pero no se si estaría bueno, porque no entraría en un auto..."- Y si, al fin de cuentas tiene razón.
  Y las conversaciones van. Monótonas y repetitivas palabras sin vida de guías de turismo, fotos, fotos y mas fotos por todos lados. Juro que toda la gente que se ubicaba en la baranda que da hacia la vista de la ciudad y el atardecer estaba mas concentrada y preocupada por la "selfie" que por otra cosa. Mas de la mitad de ellos o miraba la tarde a través de un lente, o directamente estaba mirando una pantalla. Tabletas, celulares, cámaras, de todos los tamaños, colores y gustos. También circulaban muchos gringos con camisetas de boca y river, Se hicieron presentes Bob Marley, New York, Coke, Inglaterra y tantas otras cosas estampadas.
Recluido bajo mi árbol en mi rincón, me dedico la próxima hora a contemplar todo lo que acontece a mi alrededor.
Saco mis auriculares y me decido a escuchar algo de música para acompañar el rato. Miro la lista y elijo la banda de sonido de la película "Las ventajas de ser invisible", que la había agregado al celular tan solo unas horas antes. Alguna vez en mi vida la había bajado y, hasta el momento, nunca la había escuchado. Le doy play.
Perfecto. Mejor elección imposible.
En un instante, la misma melancolía positiva y buena onda de la película se hace presente en la cima del cerro San Bernardo. Me sebo un mate. Como una pepa. Y miro sonriente a mi alrededor. De a poco, la música comienza a impregnar el ambiente a un suave olor a despedida. A melancolía. A misión cumplida. Sin saber porque.
La gente transita. Tengo la grata sensación de que en mi rincón paso desapercibido. Nadie me ve. Todos hacen fila para ver por el telescopio ubicado en la cima, para conquistar un lugar sobre la baranda y sacarse la "selfie". Estoy pero no estoy. "Las ventajas de ser invisible", pienso. La música continua y me arrastra cada vez mas. Una muy buena banda sonora ochentosa. Circulan a mi alrededor y por adentro mis amigos, mi familia, mi infancia, mis amores, mis viajes, Bs As, Salta... Me sebo otro mate. Como otra pepa. Pienso. Observo. Sonrío. Pienso. Decisiones. 2015. 6 años. Toda una vida. A la vez nada. Y todo pasa. Y todo sigue su camino. Y todo permanece en su lugar.
Los ciclistas, las deportistas, los chicos, las coquetas, los metros, los hippies, los tatuados, los gringos, todos están presentes. Todos están ausentes. El árbol me protege del sol. En un rincón, sobre la escalera. Disfruto mi mate, mi música, la tarde. Y soy invisible. Y pienso. Y reflexiono. 
"We can be heroes, just for one day".

lunes, 12 de enero de 2015

Zamba

-"Me estoy encontrando con el folklore"- le comentaba a mi primo en una de mis recientes visitas a Buenos Aires. Es una cuenta pendiente que tengo, no se porque, pero nunca me termino de enganchar. Pensé que el hecho de haberme instalado en Salta, tal vez, me llevaba tras sus pasos. Pero no. Aunque breves acercamientos, nunca termine de encontrarle la vuelta. Mejor dicho, nunca pude encontrarle ese momento del dia, o ese estado emocional, que me lleve naturalmente a escuchar algo de eso. Lo se, decir folklore es extremadamente amplio.
Con el tiempo, ese gusto y ese momento fueron apareciendo. De la mano de un vinilo (la llegada del tocadiscos, como ya dije en alguna otra entrada, me enfrento a ciertos cambios musicales, que agradezco enormemente). Le contaba a Ber que tenia una vinilo de Los Chalchaleros, y que por cuestiones de un limitado stock de discos una tarde me senté a escucharlo con un poco mas de atención que de costumbre. Fue ahí que sonaron una serie de zambas que, básicamente, me partieron la cabeza. Particularmente una de ellas.
Desde ese día, varias tardes transcurrieron con ese vinilo de fondo. Mi primo se alegraba del encuentro que se había dado.
Ratos después, tras un silencio reflexivo, toma la guitarra. -"Tome algunas clases este tiempo"-, me cuenta. -"Tengo dos o tres temas que estuve practicando"-, continua, mientras empieza a rasguear una zamba.
Me sumerjo en la hamaca paraguaya y el mundo se detiene. Un silencio absoluto en pleno Abasto de Buenos Aires hace una parada en Zelaya para disfrutar ese momento. No puedo simular mi emoción y la piel se me eriza. Los perros dejan de ladrar. Camilo, el gato, duerme apaciblemente. Los autos no circulan. Ber, completamente sumergido en su guitarra y compenetrado en la letra, comienza a cantar "Zamba por vos". Yo vuelo.
Suena el ultimo acorde de ese corte en el espacio-tiempo del Abasto. Se alejan las vibraciones de las ultimas cuerdas por los pasillos de los conventillos del pasaje Zelaya. Los mismos que hace años fueron cuna de los mejores tangos. Con una sonrisa y una mirada cargadas de melancolía, me encuentra en la hamaca y pregunta, -"¿Era esa la zamba?".