La
tabernera del puerto, rezaba el cartel sobre el ventanal de la puerta de acceso
al Teatro Provincial. Yo pasaba por delante nomas, pero el diseño me atrajo: el
frente de un bar porteño, la silueta a contraluz de una mujer bebiendo una
copa, un bandoneón cruzado en diagonal. La tabernera del puerto. -“Una por
favor”-. 60 pesos, la más económica.
Fila 15, butaca 4. Atrás al medio, buena ubicación, aunque después me acorde
que el sonido siempre es mejor arriba. No importa.
No
tenía idea que es lo que iba a ver. Como dije, simplemente me gusto el diseño
del afiche y el nombre. Después me enteraría que es una zarzuela, aunque no
tengo ni puta idea de qué es lo que define a una zarzuela. Luego de haberla
visto tengo mis conjeturas al respecto… una mezcla entre teatro y ópera, con
acompañamiento orquestal. El equilibrio entre una cosa y otra me encanto, la
opera se me suele hacer medio pesada. En este caso había una dosis justa de
cada una. Aunque puede ser que esté hablando boludeces, porque estrictamente
hablando tampoco sé que es lo que define a una ópera. En algún momento lo
averiguare, podría ser ahora, minimizando esta ventana y abriendo una pestaña
nueva de google, pero no me interesa, al menos por ahora.
Tras
una caminata de unos 40 minutos, llegue al teatro con La máquina de hacer pájaros
sonando en mis oídos. Guarde headphones, campera, busque mi entrada y me
dispuse a hacer la fila. Edad promedio a mi alrededor: unos 147 años. Todos
viejos y viejas cholulas, aprovechando la fresca para sacar a relucir sus
tapados. "Nuestra vida será blanca y buena, nuestra casa será verdadera,
nuestra ciudad será hermosa desde hoy”, resuena en mi cabeza.
Una
vez dentro, me instalé tranquilamente en mi lugar y procedí a leer el programa
para saber de qué venía la cuestión. A mi izquierda, una vieja. A mi derecha, otra
vieja. Entre las dos, debían sumar cinco siglos resistiendo. La de mi derecha
se había sentado unos segundos antes a mi izquierda, hasta que notó que el
resto del grupo con el que venía siguió de largo. Se levantó al grito de –“Hay
chicas!! Pensé que ya se había sentado”. –“Hay perdóname querido, permiso”. –“Pase
nomas, no hay problema”, le respondo haciéndome una pelotita contra mi asiento
y metiendo mi mochila por debajo. –“Hay te perdono porque sos igualito a mi
sobrino”, dice la vieja cuando termina de pasar… ¿Te perdono? Me quedo pensando…
Nunca le dije perdón, y no tenía motivo para decírselo, de hecho, fue ella la
que me pidió perdón mientras pasaba… No te preocupes, pequeños cortocircuitos
de la tercera edad.
Fuerte
predominio de viejas sobre viejos, se ve que sus papeles duran más en el teatro
de la vida, a los viejos el contrato se les vence antes. Muy interesante la
perspectiva que daba la pendiente de la platea baja, entre el brillo de la
calvicie y el relucir de las canas. Alguna que otra juventud también se asomaba
por ahí, para tirar un poquito abajo el promedio general.
No
soy crítico de teatro ni cerca, pero debo decir que la obra me encanto, me
pareció muy ágil y divertida, con una excelente puesta en escena. No les voy a
decir que la vallan a ver porque ya no está, pero se las hubiese recomendado. Ah,
como olvidarme, si hay algo que siempre me dio por las pelotas en este tipo de
eventos, es el exceso de aplausos. Siempre. Cada aria, cada escena, cada acto,
aplausos, aplausos y más aplausos. Y ni hablar al finalizar, unos 10 minutos
consecutivos de aplausos. No es que no se lo merezcan, pero que se yo, te
termina secando un poco el mate tanto aplauso. Quizá el problema soy yo, que al
ser un ignorante de este tipo de rubro y de ambientes, no logro dar con la esencia
y el significado trascendental del constante aplauso. Quizá sea la simple
inercia de la infinita estupidez humana en su actuar sin pensar en lo que está
haciendo. Pero el de al lado aplaudió, los de arriba aplauden, los de más allá
aplauden, por ende, aplaudo. Y si no te gustó lo que acabas de oír, cagate, aplaudí
igual. -“Pero esto último no me movió un pelo!”, -“No importa, todos aplauden, aplaudí
igual!!”. Y así, los aplausos van
dirigidos a los actores, pero también al propio público en una auto alabanza e identificación
de pertenencia a un sector privilegiado de la sociedad, que consume “alta
cultura” envuelta en tapados y sobretodos, que tiene que cumplir el mandato de
aplaudir hasta el hartazgo mas allá de lo que haya visto u oído; que se
regocija comentando la versatilidad vocal de la soprano, el bajo intenso del
protagonista, y la exquisitez de ese Fa sostenido alcanzado por el tenor en la
tercer aria del segundo acto mientras cantaba loas a su amada. En fin, miren
donde termino. Si a uno le interesan, aunque sea un poquito, ese tipo de
eventos, es inevitable verse rodeado de todo eso. El combo viene completo, con
cajita feliz y sorpresa para armar.
PD:
hay algo que tengo que reconocer, alguna de las viejas tenía un perfume que era
exquisito. Me hacía acordar a algo, en algún momento ya lo sentí, aunque aún no
descifre cuando. Los olores tienen su mambo y, en mi caso, son grandes
disparadores de memorias. Hace unos días, mientras usaba el Shazam (esa app (epaaaaa, esa sí que no se la
esperaban ehhh) que te reconoce canciones) pensaba en cuando inventaran algo
similar pero que reconozca olores. Sentís un perfume, una flor, el aparatito lo
detecta y te dice qué es. Pero esto se me está yendo al joraca, el olor y el
Shazam pertenecen a otra historia.