Tensión.
Una extraña tensión. Tensión entre las cerdas del pincel cargadas de color rojo
y la base monocromática que tengo frente a mí. Base que, estrictamente
hablando, no es un color. La armonía, el equilibrio, la pureza de ese blanco
impoluto no sabe que su victimario esta a escasos centímetros. Pero el pincel,
la mano, no avanza. Tiembla un instante. Duda. Tensión. Primera pincelada que
debe romper ese orden para devenir en uno nuevo. El peso de las primeras líneas
en una hoja en blanco.
Superado
ese instante, el resto comienza a fluir. La tensión se distiende. El blanco se
relaja y disfruta su nuevo ropaje. Sabe que permanecerá por detrás, que estará
ahí aunque nadie lo vea. La mano ya no tiembla, la duda cesa, y los colores se suceden
sobre las cerdas del pincel.
Por
debajo de esos colores que se amalgaman en
busca de nueva armonía, y por debajo de ese blanco impoluto sacrificado,
madera. En si misma ya remite a un color, que es a su vez cientos de colores y tonos,
cada una con sus matices, sus nudos y sus vetas.
Materia
prima fundamental para el ser humano a lo largo de toda su historia. Barco,
fuego, herramienta, albergue, arma, y un interminable etcétera. Madera,
materia, mater… cualidad que tiene la madre.
Y
la fiel madre se presta a ser cubierta, arropada, por las caricias de las
cerdas y la vida de los colores. Estos ocultan su intencionalidad en su raíz:
kel-celare, ocultar. Pero algo ocurrió a lo largo de la historia, y lo velado
mudo a velo. El olvido de aquello sepultado devino en el protagonismo del
sepulturero. Quizás, si corremos el velo, damos con aquello que estaba relegado
al olvido. Revelamos el secreto de los colores. Quizás.
Pero
distinto es el caso de aquello que está siendo pintado al del color natural de
las cosas. Si penetramos en el primero, tarde o temprano, devenimos en el
segundo. Y aquí se abre el gran interrogante ya esbozado, ¿Qué ocultan los
colores? Podríamos pensar que por debajo de ellos se encuentra el alma, la
esencia de las cosas. Ocultan el ser de lo que están destinados a recubrir.
Pero aquel que crea que removiendo esas laminas podrá dar con la esencia de lo
contenido, está equivocado. Siempre habrá un nuevo color que se encargara de
ocultarlo, de resguardarlo bajo siete llaves de la implacable curiosidad y
ansias del hombre. Así la naturaleza protege su secreto. Y lo seguirá
protegiendo.
El
blanco fue ocultado por una variedad de marrones, naranjas, amarillos y rojos.
Todos ellos, a su vez, se encargan de cubrir el corte de cedro que tengo en mis
manos. Pero ¿qué es lo que oculta su color cobrizo?, jamás lo sabré. Y frente a
la incertidumbre, ellos me devuelven un campo colmado de arbustos verdes con
flores amarillas, cerros verdes enredados en ocre, y una mancha de pintura roja
en mi mano derecha, que ahora sostiene un lápiz cuya punta gris dio vida a estas
breves líneas.
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ResponderEliminarHola cami!! No se de que te puede servir, jaja, pero tenes todo el permiso para hacer lo que quieras!! Besossss
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