“Pirulo
tortuga”. Sobre un portón, en la entrada a una maderera. Cada vez que paso en
el bondi veo la pintada y las palabras me quedan resonando…“Pirulo tortuga”. En
el cruce entre Reyes Católicos y Sanson, en ese punto ciego en que esta última
deja de ser una para pasar a ser la otra. Un tortillero suele ubicarse en esa
misma vereda con su brasero, parrilla y pilas de bollos. Metros antes, cuando
comienza la curva, hay una parada del 5A. “Pirulo tortuga”, en letras negras
sobre el portón blanco, viejo y oxidado.
Mis
pensamientos fluctúan entre qué o quien será este “pirulo”, qué querrá decir
con eso de “tortuga”, y quien/es se habrán tomado el trabajo de hacer el
escrache. La letra parece a las apuradas, desprolija, y es bastante grande, lo
cual significa que podía llevar mucho tiempo hacerlo con prolijidad. “Pirulo
tortuga”… ¿Qué puede mover a alguien a pintar esa frase? ¿Qué nos habrá querido
decir? ¿Nos? ¿Habrá querido decir algo? ¿A quién va dirigido? “Pirulo tortuga”…
Cada vez que
paso, cuando el bondi termina de cruzar la vía y empieza a girar hacia la
derecha, miro por la ventanilla para ver pasar a pirulo tortuga. Cada letra
queda sonando en mi cabeza. Cada pirulo. Cada tortuga.
Quizá, pienso,
“pirulo tortuga” es un apodo. Así como hubo un “barrilete cósmico”, hay un
“pirulo tortuga”… haciendo referencia a qué, nadie lo sabe. O tal vez nos
quiere decir que el tal pirulo es un lerdo, un lento, tomando la principal
característica a la que es asociada la tortuga. Algo así quedaría si teatralizamos
la frase: “che, pirulo, sos un tortuga”. Buenísimo, ya sabemos que pirulo es
muy lento. Pero aún estamos rengos, ¿lento en relación a qué? Me imagino una
mujer esperando la declaración de amor de pirulo, que hace meses viene dando
vueltas pero no se decide, o no se anima. Una madrugada, cansada de la
sofocante espera y anhelando caer rendida en los brazos de su amado tras otra
fallida salida, María se despidió de pirulo. Caminó con decisión bajando por
Los Alisos (ah, nos les dije que pirulo vive sobre Los Alisos) en dirección al
virgen portón blanco que está cruzando la avenida, al ladito de donde toma
siempre el cole cuando vuelve de lo de pirulo. Está decidida a llevar a cabo su
plan. Abrió su mochila, tomo el aerosol negro entre sus manos sintiendo el frio
del aluminio en esa noche caliente. Se tapó un poco la cara con el pañuelo que
había llevado para tales fines. Y comenzó a pintar. Minutos después,
agradeciendo que no paso ningún auto ni transeúntes, esperaba el colectivo que
la llevaría a su casa. A sus espaldas, “pirulo tortuga” comenzaba a secarse en
la cálida noche de verano.
A dos cuadras
de allí, Pablo, más conocido en el barrio como pirulo, intenta conciliar el
sueño. Inquieto, incomodo, da vueltas en la cama. Hace tiempo que viene
pensando cómo decirle a María que no la ama.
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