Iba camino
abajo por Los Carolinos. Los cerros que dan nombre al barrio custodiaban mi
espalda. Era una mañana de otoño cristalina, fresca y algo ventosa. A unas
cuatro cuadras me esperaba la parada del Transversal con destino UNSa. Manos en
los bolsillos, bufanda, capucha, música, y la mirada fija en las montañas del
oeste. Ni una nube.
En estas cosas
andaba cuando me cruzo con un pequeño liquidámbar, uno de los tantos que adornan
esta ciudad. Pero éste tenía algo particular. Había sido podado y estaba
completamente pelado. Es decir, no tenía el estallido de colores propio de
estos árboles en esta época del año. Al menos eso creía ante la primer mirada
cuando pasaba a su lado, ya que luego me di con una única hoja cargando en
soledad todo su colorido. Sacudida por el viento se resistía tenazmente
aferrada a su rama. Detuve mi andar un instante para observarla. Un árbol, una
sola hoja resistiendo el avance del otoño.
A mis
espaldas, ahora, el jardincito de una pequeña casa en la que viven dos
ancianos. Semanas atrás, pasando por esa misma vereda pero con el arbolito
lleno de hojas, escucho un: “Joven, por favor!”. Freno mi andar, y a mi derecha
se encontraba un anciano sentado en una reposera. A su lado, un bastón yacía en
el piso. El anciano me pedía ayuda para levantarse.
Ingreso a su
propiedad y, tomándolo de un brazo y la cintura, lo ayudo a incorporarse. Para
mi sorpresa el viejo era bastante cabrón y empieza: “ehhh que me querés tirar
cheeee, cuidado!!”. Recordando a mi abuelo, no puedo más que esbozar una
sonrisa. En esa lucha andábamos cuando se hace presente su señora. “Levantate
de una vez y déjate de joder, no seas miedoso poe”. La llegada de la vieja no
hizo más que enfurecer al viejo, al tiempo que disfrutaba de la escena en la
que me veía involucrado. Pero el reto de la vieja surtió efecto, al instante el
viejo ya estaba de pie con su bastón en la mano. Cruzamos unas palabras de
agradecimiento y me apresto a seguir mi camino.
Cierro el
portoncito de acceso. Y veo frente a mí al pequeño liquidámbar, pelado, con una
única hoja enfrentando al otoño y los azotes del viento. Y veo la pareja de ancianos,
aferrados a la vida a medida que se acerca el invierno. Y todos sabemos que
nuestro destino es desprendernos, solitariamente, de ese árbol. Y caer, y
flotar, y recostarnos sobre la tierra que nos dio la vida.
Y veo la pareja de ancianos, aferrados a la vida a medida que se acerca el invierno. MATI, SÓLO PUEDO ESBOZAR SONRISAS.
ResponderEliminarY caer, y flotar, y recostarnos sobre la tierra que nos dio la vida.
ResponderEliminarSublime señor. Gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias agus!
Eliminarcon ian leímos tu cuento. abrzos.
ResponderEliminarQue grande Ian!! le gusto?? jajaja saludos a ambos!
EliminarSi!, tanto que durmió al toque.
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