Del aire al
aire. Y sumergido en un ensueño transcurren las últimas estaciones. No sabias
qué ocurriría, aunque el nombre lo insinuaba. Escuchar, sentir, ver, oler las
alturas de Machu Picchu a medida que la ciudad abre sus fauces y lo devora
toda. No aquella ciudad que suena a Urubamba.
Como una abstracción
a contrapelo te arrastras, te arrastra. Los dos mil cuatrocientos metros de
diferencia no son nada, no existen, Águila Sideral. ¿Ocurre lo mismo con los más
de quinientos años? Deambulas por las calles como una escena de Baraka, suerte
providencial, sin saber con exactitud si estás aquí o allá. Pero estas.
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