domingo, 31 de julio de 2016

Esperas

-Estamos cerrando pibe-dice un gordo de rulos en jeans muy sucios y desgastados al verme revisando los horarios colgados en una pared, justo a la izquierda de las ventanillas para venta de boletos y carga de tarjetas, ambas con el respectivo cartel “cerrado” pintado sobre hojas de cuaderno con birome azul y recubierto con cinta scotch asomándose por la abertura de las transacciones.

–Acaba de pasar uno, ¿no?-pregunto para abrigar de certeza a mi mala suerte en esa noche helada de domingo. Camino a la estación pude ver desde el semáforo de Virrey Vértiz y Juramento la llegada y partida de una formación.

-Sí, ese era el último- responde el gordo de rulos mientras hecha llave a la reja que permitía el acceso al andén. 11:36, leo en la tabla de horarios correspondiente a sábados, domingos y feriados. 11:38, leo en mi celular.

Sin dar lugar a muchos lamentos pegue la vuelta y enfile por Juramento camino a Cabildo a esperar el salvador 60. A esa hora de domingo no iba a tener mucho viaje, todo dependería de cuanto tardara en pasar. Encuentro una parada en Juramento y Vuelta de Obligado. Vacía. Mal indicio, pienso, debe haber pasado uno hace muy poco tiempo. Me apoyo sobre el cartel sin cigarros, sin música, sin libro, sin nada particular que hacer para matar el tiempo más que mirar a los transeúntes de domingos por la noche. Al rato una chica se suma a la misma parada. Algunos comensales en el Freddo de enfrente, gente que entra y sale de la pizzería que esta unos metros más allá de la parada y el esqueleto de una feria que va desapareciendo poco a poco.

Esperar el colectivo no es lo mismo que esperar un tren. En alguna época pudo haber sido algo similar, pero ya no. Con las aplicaciones uno puede planificar sus movimientos, deserciones, alternativas, todo, sabiendo cuanto falta para la llegada de la próxima formación y cuanto le queda hasta su destino. En el caso de los colectivos esto es una verdadera lotería, sobre todo a esas horas de esos días. Al desconocimiento absoluto del horario en que llega el próximo bondi se suma el constante juego emocional de la aparición en la lejanía de las más diversas líneas. Algunas son muy sencillas de identificar por sus llamativos colores como el verde 15. Sin embargo, hay otras que hasta no tenerlas cerca uno no sabe a qué línea corresponde. Y aun pudiendo ser la línea que uno espera puede ocurrir que no sea el ramal correspondiente. Juegan con las esperanzas hasta último momento. Todo genera una diferencia sustancial con la espera del tren. Por esa única vía no puede venir otro que no sea el que uno espera. No obstante, años atrás existía la posibilidad de que sea el tren de los cartoneros que funcionaba pos 2001, años en que los horarios de los trenes lejos estaban de cumplirse, y pocas cosas eran las que se cumplían y el mundo parecía que iba a colapsar… bueno, como ahora, pero hoy al menos te cumplen los horarios y uno ya se puede ir tranquilo a su casa. A ésta época de anarquías temporales me refiero con que era bastante similar la espera de un medio o del otro. La desazón de esos tiempos, la falta de esperanzas, la melancolía de una juventud sin perspectivas de futuro se condensaban en esos minutos de espera… tan larga espera que al final uno no sabía qué era lo que esperaba.

Pero ya no ocurre. La formación que viene es la que uno aguarda e incluso puede verla moverse en vivo y en directo a través de su respectiva aplicación. Hasta donde sé tal cosa no existe aún para los colectivos. Y si existe no tiene difusión. Y si no tiene difusión es porque no funciona. Y si no funciona es porque los colectivos no pueden respetar un horario.

La línea 60 tiene diversos ramales (alrededor de 14 si no me equivoco). Esa noche debo haber visto pasar la mitad de ellos hasta la llegada del indicado. Era un juego con mis sentimientos, con mi paciencia de domingo por la noche hasta los últimos metros, ya que podía identificar la línea por lo menos a una cuadra de distancia gracias a su característico rojo de los carteles y los tonos beige de sus colectivos, pero el cartel más pequeño correspondiente al ramal lo podía leer recién en los últimos metros. Casi estuve por perderlo debido a este hecho y alguna vez lo perdí.

-Mil pesos esa campera de mierda- escucho a mis espaldas. Unos diez minutos antes una pareja en moto había subido por una pequeña abertura que quedaba en el cordón unos metros antes de donde yo me encontraba, entre un gran tacho para tirar cosas plásticas y el poste de la parada. Tras alguna compra en la pizzería tal vez, o quizá en el kiosco que está llegando a la esquina de Cabildo, ahora se aprestaban a bajar a la calle por la misma abertura.

-Ta regulando mal en primera- dice quien parece ser la novia del otro muchacho.

-¿Vos decís? Yo la siento bien-responde-…encima no parece nada abrigada. Tan loco estos tipos, quien carajo se la va a comprar-. La chica al volante baja a la calle, el muchacho se suma al rodado y parten esquivando un recolector de basura que estaba parado frente al semáforo.

Giro hacia la vidriera en búsqueda de la susodicha campera. Total, que otra cosa tenía para hacer en esa espera del 60 por Cabildo. Efectivamente había un escultural maniquí vistiendo una campera tipo Uniqlo. La etiqueta que colgaba tenía dos precios: $ 2000, tachado con una x en fibrón rojo, y abajo decía $ 1090. Vuelvo mi atención hacia Juramento en el momento preciso en que pasa un 60 frente a mí. Por suerte alcance a ver el cartel de Panam 1, pero ese momento podría haber llegado a ser realmente trágico. No ver el cartel hubiese significado una tremenda duda existencial sobre el ramal, un sentimiento de pelotudes muy profundo y peligroso para un domingo a la noche. Una repentina incertidumbre sobre el bondi que me había perdido (o no) hubiese sido cientos de veces más asfixiante y desolador que saber la perdida de aquel que yo esperaba. La certeza sobre una perdida es positiva como tal al margen del dolor que esa pérdida cause si del otro lado se alza la incertidumbre respecto a la misma. La primera nos permite iniciar un periodo de duelo, de lamento, de saberme un pelotudo para así poder empezar a planificar alguna estrategia de superación, de vistas a un futuro que se tiene que asomar casi necesariamente como positivo frente al instante de la desoladora certeza. La incertidumbre nos abraza con la duda más extrema, elimina toda posibilidad de proyección, nos deja en un absoluto impasse e inmovilismo. Ni siquiera nos dejaría la alternativa de consagrar nuestra pelotudes (en este caso la mía) con un –La concha de mi madre, un segundo que miro un cartel y se me pasa el bondi!- nada. Me quitaría hasta la posibilidad de martirizarme. Panam 1, no sabes todo lo que significaste en ese segundo que pasaste frente a mí siendo ya las 0 horas del lunes.

Por suerte nada de esto ocurrió, no fue más que un pequeño sobresalto al ver que tenía frente a mí un beige de números rojo, efímero instante de inquietud al leer el cartel correspondiente al ramal para continuar todo en la más absoluta normalidad. Todo en una fracción de segundos.

-Hambre de mujeres tengo, de mujeeeeeeeres, no de pizza-dice un linyera a otro mientras hecha una mirada poco discreta a la chica que hacía fila atrás mío. Cargaba una bolsita con un paquete en papel gris. Las pizzas, pienso. Caminaban en dirección hacia Libertador, habían recibido esa bolsita de mano de un grupo de amigos que salió de la pizzería en el momento que ellos dos pasaban por la puerta. Frena sorpresivamente, media vuelta y me encara, esa atracción que genero en los vagabundos y que nunca logre comprender. –Eh pibe, de mujeres entendes, no de pizza-repite enojado, como si reclamase que estaba esperando una mujer. –Pizza, birra y faso pibe, eh, ¿la viste? Pizza, birra y faso-me repite mirándome a los ojos. Su amigo se había detenido metros más adelante al notar que estaba caminando solo.

-Si la vi, buena peli-le respondo sin mucho entusiasmo.

-Ah!-es toda lo que expresa mientras volvía a emprender su marcha.

Y otro 60 Panam. Y pasa el tiempo. Y tengo sueño. Y dos skaters que giran desde Obligado hacia Juramento. El sonido de la fricción de las ruedas de las patinetas contra el asfalto es inconfundible. Hermosamente inconfundible. Recuerda a las épocas en que fabricábamos kartings con rulemanes. No es el sonido exacto, el del ruleman es un poco más metálico, más agudo y chillón, pero se alzan sobre la misma melodía. Son dos variantes sobre un mismo tema. Una cuerda atada al asiento de una bicicleta convertía al karting en un vehículo tremendo para cualquier niño. La alternativa cuando no se contaba con una cuerda era ser empujado por las espaldas, aunque está claro que la adrenalina no era la misma. También una cuerda atada a ambas puntas del tren delantero constituía un formidable volante para maniobrar la máquina. Contar con calles en pendiente era una gran ventaja, ya que se podía prescindir tanto del empujón como de la bicicleta. La contrapartida era que el único modo de frenar era lanzándose al asfalto. Siempre me pregunté si todos los kartings que se fabrican de críos contaban con el mismo eficiente sistema de frenado, al fin y al cabo era prácticamente imposible no acabar esas jornadas habiendo pasado por el rayador del cemento.

Pero estos dos skaters se movían con mucha presteza. Esquivaron unos vallados de reparaciones en la esquina, hicieron unos saltos en movimiento (nada superlativo, salto con patineta fija, ninguna voltereta) y continuaron su marcha hasta la altura del Freddo. Ahí detuvieron su andar frente al cordón. Con el mismo movimiento exacto de golpe con pie derecho sobre parte trasera para atajar con mano derecha la parte delantera, subieron a la vereda, lo cual me desilusionó un poco ya que era el momento que esperaba para un gran salto final de escalada pero no hubo nada de eso. Minutos después salieron de la heladería con una bolsita cada uno y volvieron por donde habían llegado.


Cuarenta minutos después de haber perdido el último tren llega el 60 Cabildo. Paso mi tarjeta. Poca gente pero ningún lugar libre. No importa, comienza el tramo final. Tras doblar hacia la avenida y enfilar su trompa apuntando al norte son varios los pasajeros que se disponen a bajar. Ahora sí, asiento y a disfrutar de los nuevos personajes que me acompañan, los que saldrán de escena y los que entraran, como el viejo que a la altura de Vicente López se quiere subir por la puerta trasera que el chofer le cierra justo en la cara y comienza su corrida hasta la delantera a los golpes de los vidrios laterales para que no arranque. Pedido de disculpas por su accionar –es que me baje del que venía atrás, pensé que no me habías visto, y si pierdo este no llego más a mi casa viste-intercambio de palabras amables con el conductor y asunto finalizado.

3 comentarios:

  1. Particularmente esta entrada me gusto mas que la anterior debido al particular nudo de la historia.
    Me llama la atencion el modo en que describis al final el sonido del skate y demas aservaciones respecto al tema. Nunca me subi a un skate, pero si me parece un deporte o pasatiempo muy copado.

    "A ésta época de anarquías temporales me refiero con que era bastante similar la espera de un medio o del otro. La desazón de esos tiempos, la falta de esperanzas, la melancolía de una juventud sin perspectivas de futuro se condensaban en esos minutos de espera… tan larga espera que al final uno no sabía qué era lo que esperaba".
    Me recuerda a otra entrada tuya...no recuerdo con exactitud cual.
    La certeza sobre una perdida es positiva como tal al margen del dolor que esa pérdida cause si del otro lado se alza la incertidumbre respecto a la misma. La primera nos permite iniciar un periodo de duelo, de lamento, de saberme un pelotudo para así poder empezar a planificar alguna estrategia de superación, de vistas a un futuro que se tiene que asomar casi necesariamente como positivo frente al instante de la desoladora certeza. La incertidumbre nos abraza con la duda más extrema, elimina toda posibilidad de proyección, nos deja en un absoluto impasse e inmovilismo. Ni siquiera nos dejaría la alternativa de consagrar nuestra pelotudes...


    Gracias!

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  3. BUEN DIA. SABES, EN TANTO Y CYA ACERCA DEL ASUNTO DEL CAMBIO DE APELLIDO, ME DI CUENTA QUE ES NECESARIAMENTEDE CARACTER OBLIGATORIO. NO DEBE DEMORAR ESE ASUNTITO.
    SINO ESTARÈ EN EL HORNO.

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