Decidieron
encontrarse en la plaza, en aquella mesita redonda con un tablero de ajedrez
grabado al centro que tantas veces habían usado y compartido. Siempre que
podían elegían esa mesita y no otra, a pesar de que hubiese otros tableros repartidos
por el parque. Aquella tenia la particularidad de ubicar a ambos de modo tal
que tenían a su costado (uno a la izquierda y el otro a su derecha) los juegos
de los niños. Pasamanos, subibajas, hamacas y calesitas, todo en movimiento,
eran motivo de distracción mutua, a veces en medio de la partida pero
generalmente ya finalizada cuando arrancaba la ronda de mates. Llegar a la
plaza y que la mesa este ocupada significaba un problema: uno de los dos
tendría los juegos a su espalda y el otro de frente. En términos de distracción
podría llegar a significar una ventaja en el desarrollo del juego. -¿Qué fue lo
que moviste?- era la pregunta que solía irritar en esos casos.
A
Laura le gustaban las piezas blancas. Juan optaba por las negras. Jamás
intercambiaron los colores, quedo definido de ese modo desde aquella heroica partida
ganada por Juan en el momento exacto en que comenzaban a caer las primeras
gotas de una lluvia que había amenazado toda la jornada. Pero esa tarde se
trataría de otra partida, serian otras las piezas invisibles que se moverían presagiando
un último juego sin colores en otra tarde cargada de gris.
Juan
llego unos minutos antes de lo hablado y noto a lo lejos que Laura ya estaba
allí. La expresión distante de su cara a medida que se acercaba y la ausencia
de los mates esperando a sus pies le hicieron saber a Juan que sería una
partida muy dura. El frío beso que al fin lo recibió y unas manos que no
quisieron salir de los bolsillos de su campera fueron para él una implacable
movida de jaque mate que sabia no podría contrarrestar. Toda la estrategia que
venía pensando se derrumbo en un suspiro, frágil castillo de arena que quería
permanecer erguido ante el avance de la marea.
Comenzó
moviendo blancas y no por una cuestión de reglamento. Una avanzada de peones, cruces
de alfil en diagonal, caballos que se multiplicaban saltando por el tablero y
torres llevándose todo por delante lo dejaron prontamente indefenso. Los turnos
de las negras eran fugaces, apenas un intento de replica desorientada, de
peones moviéndose al paso que de uno en uno iban siendo dejados a un costado. Ya
había comprendido el mensaje, lo inútil de esa tarde, no tenía ganas de atacar
con la tangente de sus alfiles antes los giros que preparaba Laura, no esta
vez. No utilizaría su enroque ni se parapetaría en sus altas torres desde donde
podía repasar lo acontecido en los últimos meses. Pocos niños jugueteando esta
tarde, pensó. Tal vez el frio que comenzaba a asomar, tal vez la posibilidad de
tormenta, tal vez. Los caballos estaban inmóviles en sus establos observando
tristemente como caía su débil línea de avanzada. No había movida ni jugada
posible que evitara ese día la derrota. Pero también notó que Laura hacia todo
lo posible por estirar, por prolongar la agonía del mate al desprotegido rey llevando
innecesariamente la partida a esa instancia en que la corona junto a algunos
otros rezagados, más por casualidad que por astucia, huían y daban vueltas por
el tablero.
Y
así se prolongaba en el tiempo un final anunciado desde el comienzo. Es que el
mate al rey tampoco le significaba el triunfo a Laura en esta extraña partida. (Un
niño llorando, una madre que acude en su auxilio logran distraerlos
momentáneamente para volver a encontrarse frente a un tablero de ajedrez vacío
en una mesa vacía.) Ya no mas piezas, ya no mas movimientos. ¿Tablas?
Imposible, Juan lo sabía muy bien aunque eso aparentara. Miro al rey, estiro su
mano derecha y en lugar de iniciar una nueva huida lo dejo caer sobre el
tablero, un golpe seco para quedar mirando un cielo nublado con fondo de
cuadros blancos y negros. A escasos centímetros la confundida mirada de una
reina blanca ante lo que acababa de suceder. El resto de las piezas parecían igualmente
desorientadas, como si no quisiesen el triunfo que acababan de obtener, no era eso
lo que buscaban, menos aún de ese modo.
Tras
una nueva pausa, Juan comenzó a tomar lentamente sus piezas esparcidas por la
plaza: un pelotazo inesperado en la mesita contigua a la calesita y las piezas
volando por los aires, un peón que aun permanece perdido desde aquel día, interminables
mates en interminables tardes, una torta exquisita compartida en un cumpleaños.
Miró a la Laura a los ojos y se marchó sin palabras, tan solo con un gesto de
incomprendida despedida. Dio media vuelta y emprendió su caminata por el
sendero que llevaba a los juegos de los niños que ya no estaban. Laura se quedó
sentada, con el sabor del triunfo más amargo que había experimentado. Frente a
ella una mesa redonda por primera vez realmente vacía, un tablero de ajedrez
grabado en su centro, una reina blanca inmóvil y un rey yaciendo a sus pies
sobre un fondo de cuadros negros y blancos con su mirada perdida en el cielo
nublado de la tarde. Una primera gota desprendida lentamente dio contra el
tablero. Por suerte la partida ya había terminado.
TE AMO Y NO HAY PRETEXTO DE AVISO.
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