Querida amiga;
Esta mañana mientras caminaba hacia el tren no podía dejar
de pensar en la carta del otro día, como si algo de mi hubiese partido junto a
ella, permaneciendo en el ambiente tan solo el cálido olor de la vela recién consumida.
Algo de nosotros se queda en cada rincón visitado, en cada
experiencia vivida, en cada persona amada y cada persona perdida. Pero nosotros
no somos la suma de todas esas partes desparramadas sino justamente lo
contrario, es la dispersión acaso azarosa de nuestro ser a lo largo de nuestra
vida la que nos constituye en lo que somos hoy. Esos pedacitos nuestros que van
desprendiéndose para seguir su propio rumbo sin saberlo, sin quererlo, nos
permiten ser nosotros. ¿Sentiste que una parte tuya se quedó en una montaña tal
vez, en un viaje o en una larga noche con amigos? A veces podemos llegar a
reconocer el lugar y el instante en que ese desprendimiento se produce sin
poder hacer nada al respecto, son fuerzas más fuertes que nosotros. La mayoría
de las veces, en cambio, no somos conscientes de ello, se producen a nuestras
espaldas y en sigilo, y solo notamos que una parte nuestra quedo vagando por
ahí cuando algo se despierta repentinamente ante un inocente estimulo: una
foto, un olor, una canción, un nombre.
Es lindo salir al encuentro de aquellos que somos conscientes,
damos con algo nuestro que andaba perdido y una energía nueva nos invade, un soplido
de vitalidad. ¿Nunca lo intentaste? Proba, es una sensación hermosa. Pero
también es cierto que no siempre lo que emerja de ese encuentro nos resulte
agradable, al menos no en ese exacto momento. Puede ocurrir que esa energía
restituida repentinamente sea de una magnitud tal que no la podamos dominar y
lo que ella carga nos domina a nosotros. Por unos segundos nos desestabiliza,
nos sacuden sensaciones y sentimientos dormidos, olvidados y despertados de su
letargo, como ese mail tuyo que leí en el tren. Todo espíritu y energía más
poderosa se vuelve con el correr del tiempo. Aun así vale la pena el ejercicio,
con la óptica del tiempo todos los hechos adquieren otro cariz.