Soy de pocas palabras, soy consciente de ello y lo reconozco. Demasiado
pocas, quizá, para algunos. Mudo, exageradamente, para otros. Pero hay gente
con una enormísima capacidad para hablar, sacar, inventar o asociar temas cuyo vínculo
tienen tanto en común como el que puede llegar a darse entre una hormiga
colorada y Júpiter. El porqué de esta necesidad de ciertas personas de hablar y
hablar sin parar asociando lo inasociable con valla uno a saber qué fin, nunca
lo entendí.
Una de las opciones, y la más clásica, es la soledad. Pareciera ser que
gente que está sola, o vive sola, en cuanto se cruza con alguien necesita
descargar horas de lengua que no descarga a lo largo del día. Casi como una
cuota necesaria de habla. “Ayer no hable con nadie, así que hoy al revistero le
cuento mi infancia trágica”. Pero no. No creo que la soledad sea la culpable
(quizá lo sea en algunos casos) ni que sea algo consiente.
Arriba dije “una de las opciones es…”, pero ahora caigo en la cuenta de que
no tengo otras opciones al alcance de mi mano. (Entre el párrafo anterior y
este estuve unos minutos mirando la pared frente a mí, con aires meditativos,
pensando a este respecto. Y así fue que no se me ocurrió ninguna otra. La araña
de mi ventana está más viva que nunca, quizá el aire frío que entra la
despierta. Al menos a mi me despierta. Traigo a colación a la araña porque es
otro de mis puntos en que centro la mirada mientras reflexiono lo que escribo.
Ah, y porque ya apareció en otra narración anterior, y quizá más de uno se
quedo pensando en ella. No se preocupen, está ahí, en perfectas condiciones.
Puede que un tanto enojada porque limpie parte de su tela que ya estaba
invadiendo mi territorio).
Hoy me cruce a la almacenera que esta frente a mi casa. Una señora
mayor, oriunda de Cachi. Recién tengo 6 noches dormidas en este nuevo hogar
(con un intermezzo de semana y media que pase en Buenos Aires por las fiestas)
y prácticamente me conozco vida y obra de Doña Clara. Y cada vez sospecho más
que Doña Clara se conoce vida y obra de cada persona de esta cuadra, tal vez
del barrio. Excelente persona, por demás amable y con la buena voluntad de ayudar
al necesitado. Primer día de mi estadía, que requería una profunda limpieza en
una casa que hace más de seis meses que no se usaba, me prestó su escoba y haragán
a tal efecto. Ahí mismo comenzaron los relatos de su vida, lo cuales
continuarían, a la noche siguiente, cuando cruce a comprar una cerveza para
matar el cansancio de la mudanza.
Ya sabía por qué se fue de Cachi, por qué no volvería, a qué se dedica,
qué estudio y dónde trabaja cada uno de sus hijos, quienes vivían en el barrio
en sus orígenes, quienes habitaron la casa a la cual me estoy mudando (ese dato
sí que me interesaba, la energía de los moradores quedan en sus moradas, por
eso es importante saberlo, pero merece relato aparte) y alguna otra cosa más
que no recuerdo en este momento. Todo eso, con lujo de detalles, en la compra
de una cerveza, un aceite, unos bizcochos y un jugo. Es decir, cuatro visitas.
Y si no tengo más información o mas historias es simplemente porque siempre
llegaba un punto en el cual aprovechaba una pausa de respiración entre una
historia y la siguiente para despedirme. Que no se mal entienda, puedo escuchar
durante horas a alguien contándome sus problemas o vivencias, pero cuando
cruzas a comprar un aceite para cocinar porque se te acabo el que tenias, tampoco
te podes colgar eternamente.
El día de hoy, tras la ausencia festil, me encontré con Doña Clara. Tras
el protocolar saludo nos comentamos mutuamente como pasamos las fiestas. Yo,
como siempre, en dos palabras le resumí todo. Ella me cuenta que para navidad
fue a una casa de campo con la familia, y para año nuevo, también con la
familia, se juntaron todos en San Luis. Yo escucho. De San Luis no volvió hacia
aquí esa noche, se quedo a dormir y volvió al día siguiente. “Está bien, hay
que tener cuidado esas fechas en las rutas”, es todo lo que comento tras largos
minutos de silencio de mi parte. “Ay sí, no quería volver esa noche porque hace
diez años…”. Y lo presentí, se venía una historia larga, trágica, la cual no podría
frenar bajo ningún concepto, bajo ninguna excusa. Y así fue, una historia
trágica, con lujo de detalles, que le cambiaba la cara y cristalizaba los ojos
a medida que avanzaba. Y como un poste, con una bolsita de pan que venía de
haber comprado, yo escuchaba.
Estaba en Buenos Aires. Enero. Se casaba el hijo a principios de febrero.
Su cuñada la invita y le insiste que debían ir juntas a la celebración de la
virgen de San Nicolás. Ella acepta. El hijo le dice que no puede, que faltan
muchas cosas por hacer para el casorio. Ella rechaza. La cuñada la convence.
Después juntas harían todo lo que faltase para llegar al casorio a punto. Se
tenían que encontrar en algún lugar de la ciudad. (Un vecino devuelve un envase
de Coca Cola). Doña Clara con su hijita de dos años, del otro lado venia el Falcon
de la cuñada, con otras dos cuñadas y su concuñado. La madrugada del día que
debían encontrarse, se despierta Clara inquieta. A las 5 de la mañana les avisa
que no va a ir. Esa mañana, desayunando con su familia y Crónica TV encendida,
aparece un accidente en las noticias. (Un remisero le pide queso sanguchero. No
tiene.) Un auto perdió el control y se salió de uno de los cruces de autopista,
cayo arriba de un Falcon en el que viajaban cuatro salteños. Fallecieron todos.
La Susanita, el puqui, la lu y no recuerdo el cuarto nombre. Todos. Llama a la
policía para avisar que los conoce. Debió ir a reconocer los cuerpos. Comienzan
los detalles. Estaban prácticamente irreconocibles, aplastados por el otro
auto. Que a una se le incrusto el volante en el pecho. Que el puqui salió volando
hacia la banquina. (Una pareja caminando frena a comprar jugo Citric. No tiene.
“Ahora todos me piden ese jugo, antes nadie lo compraba, comenta.) La lu salió
volando hacia la autopista. Ojos cristalinos. Yo escucho. Bolsa de pan. Hace 10
años. Trágico accidente. Deben traer los cuerpos. Ella no puede. Se encarga la
hermana. Gente circula. Pasa una ambulancia a toda velocidad. Yo escucho. Bolsa
de pan. Trágico accidente. Año nuevo. San Nicolás. San Luis. Me quede a dormir.
Crónica TV. Mueren 4 salteños. Todos los días. De madrugada. Veo Crónica. Mi
hijo. Vive en Buenos Aires. Necesito saber. Que este bien. Crónica. Accidente.
Basta.
En una pausa, dada por ella ya que yo no me animaba a interrumpir, trato
de dar un cierre a todo lo que había escuchado. Y tras una mutua reflexión le
digo a Doña Clara que debo partir, mates y estudio me esperan. Y ahí metí la
pata. “¿Estudio? ¿Qué tenes que rendir?”. Y en un instante, la tragedia de hace
diez años parece haber quedado atrás. Y en un instante, otra historia, la de su
hijo, comienza. Su hijo, que ahora es subcomisario. Que lo trasladaron a Buenos
Aires. Motivo
por el cual se despierta de madrugada todos los días y enciende Crónica TV.
Había tenido que rendir historia Argentina del siglo XX. Y ella le había dicho
que era difícil. Todo lo que paso en ese periodo. Tantos problemas. Y las
dictaduras. Por suerte tengo unos libros viejos bien resumidos. Se los llevó
cuando tuvo que rendir para estudiar. Están las fechas importantes y lo
que paso. Argentina siglo XX. Bien difícil. Trágico accidente. Crónica TV. Año
Nuevo. San Nicoluis. El pan. Los mates. La ambulancia. El barrio. El almacén. Cachi…
JAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJA El final es épico... Llegué yo para comentar wiiiiii ¿estaré tan sólo también? jajaja. "La soledad por las noches desespera" reza un tema de banda conocida, pero creo que también hay hábito, ganas de llamar la atención, presunción, y muchas veces puro gusto. Yo que paso mucho tiempo sin decir ni contar nada no tengo ese hábito de relatar mi vida, al contrario termino resumiendo las cosas haciendo la charla re corta jajajaja Así que siga así Mati descubriendo su nuevo entorno. Después me decía donde vivís y te visito porque esa zona debe estar llena de cosas locas para contar.
ResponderEliminar-"muy bien podrían haber sido esas dos palabras...('). pregunto porque las festas no siempre se resumen en dos palabras. ABRAZ.
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