Crash!! Un estruendo de vidrio liberando de un golpe toda su tensión
invisible. El rayo descargando su energía en un caprichoso instante. El miedo. La
incertidumbre. La tragedia. Tan cercana que no podemos verla, tan lejana ella.
Nos rodea, nos envuelve, nos abraza, como la vida. Sus dos caras, sus opuestos
complementarios. Los escasos centímetros de la espera en el andén, en cualquier
esquina. –Que tal, buenas tardes: ¿a quién viene a buscar hoy?- Oráculos,
cartas, brujas, estrellas, se entrecruzan para formar una trama que aún no
logra atraparla. Siempre se las ingenia para escabullirse y sorprender (a veces
más, a veces menos).
Crash!! Se escucha desde el abrazo de la hamaca en el jardín un
sábado por la tarde. Un estruendo de vidrio que rompe intempestivamente la
calma. Sobresalto. La preocupación subsiguiente. Las ramas de la higuera que protegían
la siesta se sacuden suavemente. Tal vez su reacción ante la repentina intromisión
de un agente extraño a ese dia, a ese horario y contexto; tal vez el vaivén
natural ante el susurro de un aire que jamás pasó.
Una mecedora. Alguien sentado sobre ella, conversando. Todo transcurre
con la normalidad de los sábados por la tarde después de los ensayos en esa
sala improvisada en lo que supo ser el living de una casa de familia. –En esa
pared, atrás del empapelado, hay una sirena con los pechos al aire- solía
contar el abuelo, orgulloso. Su énfasis en la letra pe estimulaba en el oyente la
imagen de unas tremendas tetas. Pero eso es otra historia. La mecedora. La
atención hoy está en la mecedora y su suave balanceo:
adelante…
atrás…
adelante…
atrás…
La cadencia comandada por los pies de su inquieto jinete. (Afuera,
bajo la higuera, otra cadencia lado a lado, al mando de un pie derecho sobre el
piso y un cuerpo flotante sobre la hamaca.) El jazmín que tapo prácticamente toda
la ventana del living ahora se atreve a meterse dentro de la casa. Tiene dos
claras ventajas: el calorcito del verano (la ventana jamás se cierra) y las
lluvias de la temporada (el jazmín crece por día). Rige un pacto implícito: no se
lo corta a cambio de su constante perfume. Cada lluvia es sumergirse en olores:
el jazmín, la lavanda que se escabulle por el pasillo desde el otro ángulo de
la casa, tierra y cemento. Y flores, siempre flores.
La mecedora se encuentra ubicada continua al sillón, ambos dos bajo
la ventana tapizada de jazmín que da al jardincito de ingreso a la casa. Debido
al peligro para quienes están en el sillón de golpearse la cabeza contra ésta
se la abre lo máximo posible. Ese máximo posible es un ángulo de unos 45 grados
aproximadamente, motivo por el cual la línea de la mecedora se encuentra por
delante de la del sillón, de modo contrario se evitaría un accidente a cambio de otro.
Adelante, y atrás… y de nuevo adelante. La ventana abierta. La
mecedora y su menear. Adelante…, el borde inferior, atrás…, de la ventana
rozando, adelante…, la esquina superior, atrás…, de la mecedora. Ese pequeño
espacio, esa franja de luz, concentrando una imperceptible tensión. Algo ocurre
allí mientras a su alrededor todo transcurre con aparente normalidad. Esa
franja de luz es cada vez más pequeña, la mecedora y la ventana se acercan
peligrosamente, momentáneos imanes en caras opuestas ¿Acaso la ventana se fue
moviendo poco a poco, milímetro a milímetro buscando ese encuentro? ¿La
cadencia del pie llevaba a la mecedora hacia ese ángulo? El encuentro de dos
cuerpos desplazando el espacio de aire. La mecedora, atrás…, salió al encuentro
de la ventana en el momento exacto en que volvía, adelante…, empujándola desde
su borde inferior sacándola de su quicio. La ventana apoyada por una fracción de
segundos sobre el canto tallado del respaldo de la mecedora dio un giro sobre
su eje y se precipito de lleno sobre la cabeza del jinete.
Crash!! Un estruendo de vidrio liberando de un golpe toda su tensión
invisible. La mecedora detenida. La hamaca detenida. El sábado detenido en un efímero
instante de tragedia. La higuera se sacude. Una alfombra de vidrios de todos
los tamaños alrededor de la mecedora y, sobre ella, una mirada desconcertada
asomada a través del marco de una ventana que ahora descansa sobre sus hombros.
Ni un corte, ni un rasguño, nada.