Creí salir
sobre la hora, abordando el 5B en Los Arces y Los Carolinos. Incluso baje
unas paradas antes, a fin de caminar un poco y hacer tiempo. Así y todo, llegue
a las 16:50 hs. Mi maldita manía de llegar temprano hasta cuando hago el
intento de llegar tarde. Para colmo, al tiempo de haber llegado me doy con que abrían
las puertas a las 17:30 hs., no a las 17 como creía.
Ante los
hechos, opto por dar unas vueltas al mercado. En mis oídos seguía sonando la
voz ronca y grave de Louis Armstrong, con la compañía de Duke Ellington. Opte
por quitarme los headphones y entregarme a los sonidos de la ciudad. Una
vuelta. Dos vueltas. Y el tiempo no pasaba. Vuelvo a la entrada principal.
17:15 hs marcaba el reloj.
Apenas
recostado sobre un poste de luz, frente al punto exacto en que la enorme reja
del portón de ingreso al mercado cede su espacio a un puesto de pizzas, con sus
mesitas afuera y algunos parroquianos saboreando sus platos, decido abandonar
las vueltas y esperar pacientemente en ese lugar hasta la hora señalada.
Y es ahí que la
veo venir desde la Av. San Martín. En realidad la había visto minutos antes,
cuando recién llegaba, pero sin prestarle la más mínima atención. De unos 60
años, gorrito en forma campana color negro, sweater gris sumamente gastado,
pollera larga y verde también gastada, botitas marrones y unas medias negras que
apenas se asomaban, cartera negra colgando de su hombro izquierdo, con su brazo
derecho sostenía en alto lo que después supe que era una biblia. Iba y venía
por el centro de la peatonal, de a pequeños pasos. Andaba a los gritos, dirigidos
a nadie y a todos a la vez, aunque nadie le prestaba atención. Ni el revistero
frente al cual pasaba, ni los hombres que acomodaban globos con motivos de Disney
sobre lo que en algún momento fue el pie de un bafle ahora reacondicionado a
otros fines con tan solo practicarle pequeños agujeritos sobre el eje central a
fin de insertar en ellos el palito plástico que sostenía los globos dándole aspecto
de árbol de globos. Nadie. Tampoco los transeúntes. Tampoco la señora que
acomodaba manojos de medias y calzas entre las rejas del portón cerrado que yo
esperaba que se abriera. Tampoco los parroquianos de la pizzería que conversaban
sobre sus asuntos mundanos.
Pero a la
señora no parecía preocuparle. “Hay que arrodillarse ante la biblia!!”, decía.
17:22 hs. Y se alejaba dándome la espalda. “Hay que derribar los muros!!”, le
oigo decir a medida que emprende su ya transitado regreso. El árbol de globos está
casi completo. La mitad izquierda del portón va siendo tapado de medias y
calzas. Entre los parroquianos de la pizzería tan solo queda una porción en la
mesa. Un pobre joven de los tantos que andan rondando los bares esperando
hacerse con las migajas ajenas, conquista esa porción. Sin emitir mucha expresión,
da media vuelta y encara otra mesa. Dos mujeres de unos 45 años charlaban e
intercambiaban fotos con el celular. Pizza no quedaba. Ante el estupor de
ambas, y las risotadas de quienes habían entregado la última porción, el joven
estira su brazo entre las dos mujeres, carga una cucharada de salsa que estaba
sobre la mesa, la desparrama sobre su pizza, y parte sin más.
“Hay que
ingresar al reino de los cielos!!”, oigo gritar desde el otro lado. 17:25 hs.
Ya son unas diez personas paradas frente al portón esperando el pitido inicial.
“Todo está escrito en la biblia de Jesucristo!!”, insiste. Los transeúntes tienen
otras preocupaciones.
Sobre la hora,
otra señora hace su ingreso al escenario. Llega en un remis cargado de plantas.
Lo único que se veía por las ventanas eran grandes y variadas hojas. Tenía el
aspecto de una selva adentro del auto. Tanto la dueña de la selva como el
remisero proceden a la descarga del mundo vegetal. Una variedad de especímenes vegetales
se suman, ahora, a la espera.
17:28hs. La tensión
crece. Van llegando más personas y tienden a apretarse contra el portón. Veo niños,
perros, jóvenes, viejos, vagabundos y gente de traje, policías, gente haciendo
cola en una farmacia, gente entrando y saliendo a los negocios, palomas
entrando y saliendo de los techos, pochoclos, globos, bastones, cochecitos,
bocinazos, “debemos arrodillarnos!!”, vuelvo a escuchar. 17:30 hs. El portón se
abre. La gente ingresa a las apuradas como yendo detrás de la piedra filosofal. Las calzas y medias quedan ahora estratégicamente ubicadas del lado de adentro. Abandono mi puesto de vigía y me sumerjo en ese nuevo mundo que recién abría
sus puertas, pero una vez dentro parecía que nunca estuvieron cerradas.
Mientras camino
entre nuevos olores y caras, llega el último grito de advertencia: “Está
escrito en la biblia del señor!!”.
Pero el único oyente que tenía, ya había partido.