Este verano tuve la buena suerte de poder viajar durante poco mas de un mes por Bolivia, Perú y Chile. Cada lugar nuevo que pisaba, sea ciudad o pueblito, lo primero que hacia era dirigirme hacia el mercado. Ese mundo de colores, olores, texturas, imágenes; de cosas exquisitas y desagradables, de manos milenarias y miradas profundas, de la sabiduría de esta tierra y lo que ella nos da. Ahí, era donde veía surgir a la verdadera vida de cada lugar. La gente comprando y vendiendo, charlando, comiendo, durmiendo, pelando choclos y ajos, preparando sus caldos de gallinas o licuados de exóticas frutas, o tal vez de rana. Ese era EL lugar. Mucho mas que cualquier ruina o cualquier paseo turístico. Uno preguntaba por nuevas frutas y verduras, recetas propias del lugar, o diferentes formas de cocinar algo que ya conocemos. Compre papayas, mango, carambolas, dorado y otros peces que no recuerdo sus nombres, cebollas varias, papas varias; hasta San Pedro y Uña de gato en ungüento. Comí paiche frito y asado, caldo de gallina y hasta una simple mila de pollo. Probé los mejores jugos de frutas y desayunaba con la mas exquisita malta con huevo.
Hay mercados grandes y pequeños, sucios y no tan sucios (creo que ninguno puede ser limpio), de uno, dos, o tres pisos. Ordenados y no tan ordenados (la verdad, que en general si lo son). Con altoparlantes y sin altoparlantes. Con venta de indumentaria o sin venta de indumentaria. Son un mundo. Entrar a uno de ellos, es sumergirse por un tiempo (el que uno este dentro) en una realidad paralela. Hay tantas realidad como mercados en la zona andina. Es un éxtasis para los sentidos y, ahora, para la memoria.
Hoy, a casi un mes de haber vuelto de ese viaje, me di cuenta de otro modo de conocer el lugar y a la gente de otros países o ciudades. Un modo que experimente muchísimo, el cual lo sufrí y, a su vez, lo disfrute. Que me genero breves lapsus de asquerosidad, para luego darme largas horas de alegría. Un modo que, fuera de tu casa, genera amor y odio. Si, me refiero a los baños.
Todo surgió de un larguísimo día en la facultad, jornada de 8:30 a 21, atravesad por mates, galletas, bizcochos, almuerzo, y mas mates. Atravesado por varias idas al baño a mear, culpa de los mates, y dos veces para cagar, culpa de todo combinado con mates. También hay algo de culpa en la increíble velocidad de mi aparato digestivo. Pero el análisis de la cultura a través del baño, quedara para una próxima entrega.
PD: estoy arrancando mi cuarto año en la facu... hasta hoy, había cagado una sola vez en ella (me había cagado muchas, pero desde lo "intelectual", esas cosas en que uno dice "pero por que no se van todos un poquito a la mierda"), y fue por una de esas emergencias que no se pueden hacer esperar. De las peores. Esas que nadie quiere que le toque fuera de su tan cómodo, confortable, seguro, amigable y solitario trono. Es decir, mi estadística venia siendo una vez en tres años. Hoy fueron dos en un día. Nada de emergencias, naturaleza absoluta. Y casi que las disfrute.
Que cagadas... jajaja
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