El calor
agobiante del verano porteño se agiganta y condensa entre los pasillos del
subte. Sin embargo, el H se mueve fresco, pulcro y, para mi suerte, con poca
gente. Dejo atrás el calor, me acomodo en una esquina del vagón, parado, por
decisión propia. Leo.
Enrique, Lucio
y Silvio, de escasos 14 años, están robando la biblioteca de una escuela. La
biblioteca y todo un stock de bombitas de luz que después planean vender.
Afuera llueve. Enrique y Silvio buscan los libros más caros. Enrique es un gran
lector, está al tanto de valores y ediciones agotadas, sabe que llevar. Silvio
se detiene con un Baudelaire en sus manos.
- Son versos, le
dice a Enrique.
- ¿Qué dicen?
Silvio va a
comenzar su lectura de Baudelaire, una señora ingresa y me distrae, levanto la
mirada. Bolsas de tela en una mano, bastón de aluminio (o algo parecido) con
punta de goma negra en la otra.
- Señores
pasajeros, mi nombre es Ana, vengo a recitarles unos versos de Alfonsina
Storni.
No puede ser, pensé. Me preparaba para que Silvio me recite a Baudelaire, me preparo para que
la doña me recite a Alfonsina. Cerré el libro.
- Dice así: (se
escucha un celular que suena. Silencio. La señora no arranca. El celular sigue sonando. Empieza
a buscar entre sus bolsillos) Esperen un minutito que es mi hija. Hola Bárbara,
mira estoy en el subte ahora, después te llamo. Si, si, dale, besos.
Corta, guarda
su celular en algún bolsillo invisible. Ah, ta medio chapa ésta, pensé, y me
dispuse a retomar mi lectura. Abro el libro. La señora vuelve a la carga con un
vozarrón recargado. Lo cierro.
- Ahora si,
como les decía, les voy a compartir un poema de Alfonsina Storni.
Y comienza su recitado.
Y todo ocurre. Con vehemencia, le imprimía su espíritu a cada palabra con una
voz ronca y potente que llenaba todo el vagón. No parecía posible que esa
señora emitiera esa potencia. Y los versos los acompañaba con extensiones de sus
brazos, gritaba al cielo, remarcaba acentuaciones con golpes de su bastón que
se confundían con el suave traqueteo del subte. Y los versos de Storni eran
hermosos. Y la señora los hacia más hermosos aun.
A mitad de su intervención,
estación. Una voz por altoparlante. Pasajeros que se disponen a bajar. Ana que
corta su recitado para aclarar que, aunque no terminó, los que tengan que bajar
pueden dejarle algo. Tras el paréntesis, retoma.
Unos pocos
aplausos, de los que forme parte, agradecimos ese poema. Se acerca mi estación,
me preparo para bajar. Cerré definitivamente el libro. No tengo señalador. Página
39, memorizo. Silvio por leer el poema de Baudelaire a Enrique. Lo guardo en la
mochila. Ana contraataca.
- Soy jubilada,
tengo 75 años. Mi jubilación no me alcanza para vivir y pagar los medicamentos
que tengo que comprar. Estudie en la década del 50´ (no la entendí, pero era
algo así como expresión lirica teatral, y también con estudios universitarios de
letras o algo por el estilo). Empecé a recorrer subtes recitando poemas para
poder juntar unas monedas más y llegar a fin de mes. A la poesía le pongo alma
y vida (y era totalmente cierto), es lo que me gusta, así que salí a
compartirlo.
Quise llorar.
Me suele pasar, en la vía publica, en el tren, en el subte. Como aquella vez de
la madre con tres hijitos metidos dentro de un contenedor de basura y la madre explicándoles
cómo tenían que revisar y que tenían que separar. El más chico no tenía 5 años,
el mayor tendría unos 10. Esto está mal, pensé. Esto está como el orto. Y la
impotencia. Y la bronca. Y las ganas de llorar contenidas, aguantadas, como
tantas otras veces, como tantos millones de personas aguantando, todos los
días. Hasta que no se aguanta más, y todo estalla.
Un breve
silencio atragantado. Mucha gente abrió mochila, sacó billetes, monedas de
bolsillos. Le di unos pocos pesos que me quedaban, le agradecí su poema, su
recitado. Un hombre se acercó y tan solo apoyo una mano sobre su hombro en
gesto de comprensión. No sé si le dio algo, ni si le dijo algo. Se miraron.
- ¿Te puedo dar
un beso?, fue la respuesta de Ana. Y Ana se estiro y le dio un beso. Y se
abrazaron.
La puerta se
abrió. Baje casi corriendo, quería huir, no de Ana, de toda esta mierda. La
escalera mecánica estaba fuera de servicio, la única escalera para hacer combinación
estaba colapsada entre la gente que subía y la que bajaba. Me hice a un
costado. Espere. Y pensaba en lo ocurrido. Y me vi otra vez evitando el llanto.
Mire al piso. Levante la mirada. Entre la gente se alejaba silencioso el tren
con su carga. Alfonsinas serán recitadas en todos los vagones del mundo, -pensé-
hasta que terminemos con toda esta mierda.
Feliz cumpleaños a ti. ⭐️
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