domingo, 27 de agosto de 2017

Rabia Roja

Mire la hora mientras doblaba a la izquierda para subir por Córdoba. 20:21 decía el reloj. Llegaba justo. A mitad de cuadra vi a decenas de personas sobre la vereda, a la altura del cartel vertical. “Regio”… extraño nombre para un teatro. No me gustaba. A la palabra me refiero, al teatro no lo conocía, aun. A medida que me acercaba note que casi todos tenían una copa de vino. Me llamo la atención. Me asome al hall de ingreso. Atestado de gente. Todos tomando vino. Entré. A la izquierda, en un rincón bajo la escalera, una mesa, dos mozos. Primera función. Tome una copa. Subí las escaleras hasta el descanso. Me acomode en un escalón, di una mirada general al salón. Abrí mi libro, necesitaba saber urgente si Michel Marini se encontraba con Cecile o no. La novela había llegado a mis manos unas semanas atrás, un fortuito regalo. Desde entonces no puedo dejar de leerla. Tren, subte, e incluso en los colectivos, medio que nunca me resultó de mi agrado para la lectura. Ahora también en el hall de teatros. Pero no me iba a enterar de ese encuentro en las páginas que quedaban para terminar el capítulo, así que lo cerré.

El hall se llenaba, el vino circulaba, y a la gente se la notaba muy distendida. Estaban disfrutando del momento, de la previa del estreno del espectáculo. El vino ayudaba, siempre ayuda. Desde mi posición en las escaleras tenía una panorámica especial. Podía ver prácticamente todo. Fauna interesante. Mucho/a freak artista intelectual pequebu. Tengo seria limitaciones en cuanto a la descripción de vestimentas, que no es más que la expresión de mi ignorancia en materia ropa. Pero cualquiera que entienda del asunto se hacía un festín por las combinaciones y formas extrañas que rondaban la escena. Claro, la obra había arrancado afuera. “Rabia Roja” no iba a empezar hasta después de las 21 por lo menos. Deje mi copa vacía, tome otra, volví a mi lugar. Por los alta voces, tras una señal, una voz femenina de cigarros y copas comunicaba a los señores espectadores que la sala ya se encontraba habilitada para el ingreso, y que una vez comenzada la función se cerraban las puertas y ya nadie ingresaba. No pareció importar mucho, la atención estaba puesta en los mozos. No pregunté que marca era, estaba rico. Está claro que alguien que califica a un vino de “rico” es porque entiende tanto de vinos como de ropa. Para mí hay dos categorías de vinos: los que me gustan y los que no volvería a comprar. No volver a comprar no significa que no lo volvería a tomar, hay circunstancias que superan nuestros paladares. Esto se puede aplicar a muchos aspectos de la vida. Sí, a ese también.

De a poco la gente comenzó a ingresar. No por casualidad, estaban levantando la mesa del vino. Es como cuando van prendiendo las luces en la fiesta de casamiento, al tiempo que ponen esos temas de mierda sentimentaloides que usan justamente para rajarte discretamente. Funciono. Hasta se estaba formando una fila. Terminada una obra comenzaría en breve aquella otra que nos convocaba.

Mientras miraba la escena de gente desesperada por llegar a las ultimas botellas me hacia la idea de cruzar la mirada con una mujer solitaria, tomando su copa y perdida entre la fauna. Dos miradas solitarias que se encuentran y se hablan, que se terminan sentando juntos, que a la salida se van a un bar a tomar algo y a discutir diversas interpretaciones de la obra, y que las diferencias en ese aspecto las terminan resolviendo en un garche salvaje en el departamento de ella que vive por la zona. Pero nada de eso pasa en la realidad. Me levante y me dispuse a entrar.

Mi ubicación era en el primer piso. Subí las escaleras (había bajado para devolver mi copa, en otra época quizá me hubiese planteado llevarla como suvenir, pero no era el momento ni el ambiente para semejante acto de incivilización). Arriba había un balcón circular que daba al hall. Se tenía una visión exquisita de toda la escena, era como ser dios mirando al mundo, o como la perspectiva de algunos juegos de pc. No me distraje más. Enfile a la puerta. Para mi sorpresa no había nadie para presentarle la entrada. Espere un segundo. Mire a mí alrededor. Nada. Entre con el característico pensamiento argento, “para que chota pague la entrada, hubiese podido entrar gratis”. Ese pensamiento se puede aplicar a todas las instancias de transporte público, si no te ponen una gorra adelante la mayoría no pagaría un céntimo. Y que se caguen.

Había algunas personas ya ubicadas, pero eran muy pocas y el pulman era grande. De boludo nomas me tome el trabajo de mirar mi ubicación. Busque la fila, la butaca. Fue ahí que note mi estupidez. Me senté donde me pareció que tenía mejor vista. Saque el libro y seguí leyendo unas páginas. Había poca luz, forzaba mucho la vista. Cerré el libro. La entrada intacta, impoluta, con el troquel perfecto, ahora funciona de señalador. De a poco se iba llenando. Dos chicas se sentaron adelante mío. Ya las había visto en el hall. Mis sospechas fueron confirmadas. Se dieron unos besitos jugando con sus manos. Me gusto presenciarlo desde atrás.

La obra arranco pasadas las 21. Aunque un balance o critica de la misma no es el eje de todo esto (no sé cuál es el eje de todo esto) en términos generales me gusto. Salvadora Medina Onrubia, poeta, ensayista, anarquista, madre soltera, directora de un diario, presa política, es retratada por cuatro actrices y un texto que es bien llevado a partir de fragmentos tomados de la propia Salvadora: cartas, poemas, fragmentos de obras.


Las luces se encienden, suben al escenario todos aquellos que tuvieron algo que ver con la realización de la obra. Noto la presencia de muchos de los personajes freaks que vi en el hall. La gente aplaude, se entrega un ramo de flores a la directora. Agarro mis cosas y parto. “Ni dios, ni patrón, ni marido”, en tonos rojos, sigue sonando mientras busco la parada del 168. Camino bajo una llovizna que no se termina de decidir y me muero de ganas de mear. Por suerte el bondi llego rápido.