Ayer al mediodía me encontraba en pleno centro salteño, pero sentía que
estaba dentro de un cuento de Cortázar. Casa Tomada. Caminaba en búsqueda de un
rapipago para pagar mis cuentas vencidas y se veía por todos lados gente
corriendo. Cartones en mano se abocaban a la tarea de tapiar sus negocios.
Otros empapelaban el frente en diario. Algunos atendían a través de las rejas.
Cabecitas se asomaban entre ellas desde el interior de negocios ya a oscuras y
miraban al horizonte, como esperando ver aparecer una de las plagas del apocalipsis.
Clima extraño se vivía. Mezcla de tensión e incertidumbre. Gente corriendo,
persianas que se bajaban, grupitos debatiendo sobre lo que ocurría en cada
esquina. “Entraron al Mercado”, escucho decir a alguien. “Vienen por la
Pellegrini”, dice otro. Entro a un negocio, y en la fila se repetía la misma
escena. Tres viejas atrás mío opinaban: “Ya pasaron por un Free Shop, se
llevaron todo”. “Son todos vagos que no trabajan, no saben lo que es levantarse
temprano para ir a laburar”, opina otro. La Plaga avanzaba hacia el centro de
la ciudad de Salta desde todos los flancos. Estábamos rodeados. “Vi un grupito
de pibes con mochilas en la otra esquina”, dice alguien al pasar. El rapipago
me cierra la puerta en la cara y baja la persiana. “Mierda –pienso- tengo tres
facturas vencidas que pagar”. Vuelvo a mi moto y salgo a toda velocidad hacia
otro rapipago. Tenía 20 minutos para llegar antes de que cierren (si no es que
ya cerraron por la Plaga) y para escapar de esa entidad abstracta, amorfa y peligrosa
que venía arrasando todo en su implacable camino hacia el centro salteño. “Mi
primo es policía, se están acuartelando en la comisaria”, escucho antes de
partir.
Llego al nuevo rapipago. Estoy a tiempo. “Mierda”… persianas abajo… estaba
llegando la Plaga también en ese barrio. Justo antes de pegar la vuelta, llego
a ver la puerta del costado abierta. Me asomo por ahí. Logro que me cobren, en
el momento exacto en que la dueña entraba: “Hay que cerrar ya, me acaban de
llamar que entraron a un pagofacil”. La Plaga seguía avanzando. Ya no quedaba rincón
en el que moverse. Todo parecía que iba siendo tomado por la Plaga. “Tengo que
llegar a mi casa antes de que me agarre”, pienso. ¿Por qué calle volver? ¿Me
topare con ella? Tomo coraje y arranco. El mismo camino que hice siempre. Todo
normal, nada extraño. “Debo haberla esquivado”, pienso.
Pero no quera mirar hacia atrás. A toda velocidad llegue al barrio. Dejo
la moto, subo corriendo los tres pisos que llevan a mi departamento. Abro la
puerta y la cierro rápidamente. Pongo llave y el seguro. Llegue. Justo a
tiempo. Según mis cálculos, a esta altura, Salta ya había sido Tomada.
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