domingo, 12 de noviembre de 2017

Apuntes sobre papel de pizzeria

Doblo por Lavalle y no por Corrientes como suelo hacer. Es sábado, y se nota. En la esquina de Jean Jaures miro a la derecha antes de cruzar y me doy con la calle cortada, apenas más allá, pasando el pasaje. Luces que iluminan la cuadra y tango que suena a todo volumen me atraen. Hacia allá me dirijo. El sueño, el cansancio y las ganas de cama pueden esperar un rato. Una parrilla humeante, mesas en la calle con manteles plásticos floreados, vinos y sodas en sifón decoran la escena. Gente, mucha. De un lado, en fila, esperando para entrar al museo-casa de Carlos Gardel que permanecerá abierta hasta altas horas de la noche. Del otro lado, un semicírculo de vereda a vereda oficia de platea para una pareja que baila en el centro. Me busco un hueco, me acomodo, miro a mi alrededor los personajes que participan de la escena y, finalmente, a la pareja bailando.

Timbre que suena. Cierro el libro, lavo los platos, vacío de un trago la solitaria copa de vino que me acompaño durante la cena y salgo al encuentro de. Otro ángulo, otra perspectiva, todo multiplicado a través de un prisma, se desvanece el tiempo, se hace agua la vida. Y entonces ocurre la magia. ¿Magia?

Subte línea H. Retomo el libro, ¿dónde estaba? Ah sí, Lucas y su patriotismo. Estación Las Heras, chau Lucas. Y un auditórium en el sótano de una biblioteca, música latinoamericana, piano y voz, y Ecuador, y Uruguay, y Argentina. Y yo y mi prima, la del timbre que me cerro el libro, platos, vino, me vine y me expulso a la vida.

Salgo, salimos. Gente, mucha gente que circula y habla y grita y ruido de colectivos y autos. Debate de política en la parada del 93. Mi prima se sube, se va a un cumpleaños. El 118 no aparece y el movimiento le gana al inmovilismo. Empiezo a caminar, por Pueyrredón. Y camino, olvidándome del 118, del sótano y de Lucas, pensando en caminar para llegar a dormir, tal vez comer algo. Me dio hambre. La gente alrededor me indica que es noche de helado o de cerveza. Me tienta la última idea. Tengo sed. Sigo caminando, siempre Pueyrredón. Mucha familia en la calle. Camino y pienso, pienso y camino; no sé cuál me lleva a cual, ¿camino porque necesito pensar? ¿En qué? ¿O pienso porque me largue a caminar? No importa, me da lo mismo. El aire está fresco, está despejado, noviembre, y luna casi llena. Derecho, siempre derecho, hasta Lavalle que doblo a la derecha en dirección al Abasto. Y sin pensarlo, sin quererlo, termino frente a la casa de Carlos Gardel.

Termina la pareja que baila. Se apaga el tango. Se desvanece el semicírculo, solo queda la fila que espera su turno para entrar a la casa. Ahora sí, me digo, ya es hora. Doy media vuelta y me dispongo a subir por el pasaje Zelaya. Pero no llego a dar más que unos pasos. En la esquina saludo a Piter, el negro que atiende la pizzería en español con acento francés y siempre una sonrisa dibujada. Charlamos un rato. Me estoy por ir y le pregunto a cuanto la lata de cerveza. Para el camino, para sacarme las ganas nomas. Cuarenta me dice, pero a vos te dejo la de litro a cincuenta. Vamos con esa. Y una empanada, ya que estamos.


Me siento afuera y me sirvo una cerveza helada. Le pido una birome y un papel. Me alcanza ambas cosas, siempre sonriendo, siempre alegre. Y comienzo a escribir. No sé sobre qué, pero tenía la necesidad. De espacio y tiempos, de futuros prometidos ensalzados en recuerdos, de tangos y gardeles, de filas esperando a la una de la mañana, de olores a churrascos envueltos en humo, del tacto de manteles plásticos con manchas de vino sobre mesas enclenques, del tango devenido en redondos para acabar con Gilda a las dos de la mañana, una grande de muzza y media de carne, que la cuenta, que otra cerveza, que estoy desde las once de la mañana y la sonrisa se va dibujando de cansancio. ¿De dónde vendrá? ¿Dónde estarán sus raíces? ¿Su infancia, su vida, sus orígenes? Muchos misterios por detrás de esa figura. Vuelvo a llenar el vaso. ¿Estas usándola? No no, llevala tranquilo. Que gracias, que no hay de qué. Y la birome que llega a una gran mancha de grasa sobre el papel que me presto Piter y me pregunto si no será hora de irme a dormir.