Documental
sobre un músico de principios de los 70´ que tenía todo para ser una estrella.
Seraching for the Sugar Man es el nombre del documental, el hombre se llama
Sixto Rodriguez, una suerte de Bob Dylan o Nick Drake que saco dos discos y,
valla uno a saber porque, no vendió nada. No vendió nada, salvo en la Sudáfrica
del apartheid, donde fue un símbolo de la rebeldía contra el sistema e inspiración
para muchos músicos del momento. Cientos de miles de copias vendidas. Y el tipo
en los Estados Unidos nunca se enteró. En el documental se rastrea a este músico,
de quien se decía que se había suicidado y del cual no se tenía absolutamente ningún
dato en Sudáfrica y en prácticamente ningún lado.
Pero al margen
de lo intereseante de su historia y de lo realmente buenos que son sus temas, la
cuestión viene por otro lado, por ese de las “casualidades” de la vida. Termina
el documental, apagamos el reproductor (pongo ese nombre porque no sé cómo se
llama este nuevo aparato, nuevo para mí. Es como una memoria externa con salida
directa a TV en HD y toda la gilada, entonces te bajas pelis, las cargas ahí, y
tenes una enorme base de datos de películas que ves cuando queres. Ese es el
aparato que apagamos. Y hablo en plural porque estaba con un amigo) y cambiamos
la entrada a TV. Y en ese exacto momento aparece el subtitulo “un nuevo agente
de seguridad sale a las calles de Detroit”. La película era Robocop, y no se entendería
a que voy si no les cuento que Rodriguez era de… si, Detroit. Ante la mención del
lugar, los dos nos dimos cuenta instantáneamente de la coincidencia.
Un rato de
Robocop (la original), y tras unos vasos de fernet, partimos a un barsito sobre
el río en el que tocaba una banda, que no sabíamos cuál era, ni como se llamaba,
ni que genero hacía, pero sabíamos que alguien tocaba. Llegamos, 80 p la
entrada, -pero por cien tienen una consumición-, -no, gracias, no quiero agrandar
mi combo-. Empieza la banda. Buena banda de salsa que sonaba muy bien. Terminan
el segundo tema en el cual se lucia el trombonista, y el cantante pasa a
presentarlo: -En el trombón, ¡Victor Rodriguez!-. La concha de tu madre. En el
buen sentido. Rodriguez vuelve a aparecer. Ya se, podríamos decir que no se
llamaba Sixto, aunque rima bastante con Victor. Sigue la banda. Sigue la noche.
Sigue cumbia, de la buena. Sale charla con unas minas, una venezolana y una
uruguaya. Y valla uno a saber porque (ya eran como las siete de la mañana, así
que no recuerdo bien) hablábamos de que antes de venir vimos un documental, de
un músico de los 70´. Que prometía ser una suerte de Bob Dylan, pero no vendió absolutamente
nada, salvo en la Sudáfrica del apartheid, donde fue un símbolo de la rebeldía contra
el sistema e inspiración para muchos músicos del momento. Cientos de miles de
copias vendidas. Y el tipo en los Estados Unidos nunca se enteró. –Ahhh, ¡el
Sugar Man!- lanza la venezolana. Y así, tras ver el documental, bastante desconocido
por cierto, en el transcurso de un par de horas vuelve a aparecer manifestándose
de diversos modos. No sé qué hay detrás de todo esto, en el sentido más amplio
en el que se puede entender el “todo esto”. Por lo pronto, ya me baje los
discos, quizá Sugar Man tenga algo importante que enseñarme.