lunes, 19 de enero de 2015

Cerro

  Me quede parado unos minutos en un rincón. La gente circulaba, iba y venia, se sacaba fotos, los chicos corrían, las chicas presumían. Yo miraba a mi alrededor, buscaba ese lugar exacto para sentarme a tomar unos mates y disfrutar del atardecer en el cerro San Bernardo. Finalmente el lugar apareció. Cuarto escalón, sobre la baranda, justo debajo de un arbolito que me protegía del sol. Arriba, un poco hacia mi derecha, las cabinas del teleférico iban y venían en su eterno recorrido. Frente a mi, la ciudad de Salta.
  Un chico le pregunta a otro: - "¿Que harías si sos un gigante así, de este tamaño?"-. Su amigo lo mira sin saber que responder, sorprendido de la pregunta. -"Yo pisaría la cancha esa que esta allá (la de Juventud Antoniana), y después saltaría hasta allá (señala la otra punta), y me iría al monte"-, Remata, tratando de que su amigo le de algo de bola. - "Ah, yo ni idea che..."-, responde indiferente. Quien iniciara el absurdo debate busca meter a su amigo en su delirio gigantil: -"Me quedaría viviendo en el monte-, le dice, -total si me pica un víbora no me pasaría nada"-. Claro, suena lógico, ¿que le puede llegar a hacer un pequeña víbora a un gigante? Como si David no pudiese derribar a Goliat, suena lógico el planteo. Pero remata su monologico debate de un modo muy realista y reflexivo: -"Pero no se si estaría bueno, porque no entraría en un auto..."- Y si, al fin de cuentas tiene razón.
  Y las conversaciones van. Monótonas y repetitivas palabras sin vida de guías de turismo, fotos, fotos y mas fotos por todos lados. Juro que toda la gente que se ubicaba en la baranda que da hacia la vista de la ciudad y el atardecer estaba mas concentrada y preocupada por la "selfie" que por otra cosa. Mas de la mitad de ellos o miraba la tarde a través de un lente, o directamente estaba mirando una pantalla. Tabletas, celulares, cámaras, de todos los tamaños, colores y gustos. También circulaban muchos gringos con camisetas de boca y river, Se hicieron presentes Bob Marley, New York, Coke, Inglaterra y tantas otras cosas estampadas.
Recluido bajo mi árbol en mi rincón, me dedico la próxima hora a contemplar todo lo que acontece a mi alrededor.
Saco mis auriculares y me decido a escuchar algo de música para acompañar el rato. Miro la lista y elijo la banda de sonido de la película "Las ventajas de ser invisible", que la había agregado al celular tan solo unas horas antes. Alguna vez en mi vida la había bajado y, hasta el momento, nunca la había escuchado. Le doy play.
Perfecto. Mejor elección imposible.
En un instante, la misma melancolía positiva y buena onda de la película se hace presente en la cima del cerro San Bernardo. Me sebo un mate. Como una pepa. Y miro sonriente a mi alrededor. De a poco, la música comienza a impregnar el ambiente a un suave olor a despedida. A melancolía. A misión cumplida. Sin saber porque.
La gente transita. Tengo la grata sensación de que en mi rincón paso desapercibido. Nadie me ve. Todos hacen fila para ver por el telescopio ubicado en la cima, para conquistar un lugar sobre la baranda y sacarse la "selfie". Estoy pero no estoy. "Las ventajas de ser invisible", pienso. La música continua y me arrastra cada vez mas. Una muy buena banda sonora ochentosa. Circulan a mi alrededor y por adentro mis amigos, mi familia, mi infancia, mis amores, mis viajes, Bs As, Salta... Me sebo otro mate. Como otra pepa. Pienso. Observo. Sonrío. Pienso. Decisiones. 2015. 6 años. Toda una vida. A la vez nada. Y todo pasa. Y todo sigue su camino. Y todo permanece en su lugar.
Los ciclistas, las deportistas, los chicos, las coquetas, los metros, los hippies, los tatuados, los gringos, todos están presentes. Todos están ausentes. El árbol me protege del sol. En un rincón, sobre la escalera. Disfruto mi mate, mi música, la tarde. Y soy invisible. Y pienso. Y reflexiono. 
"We can be heroes, just for one day".

lunes, 12 de enero de 2015

Zamba

-"Me estoy encontrando con el folklore"- le comentaba a mi primo en una de mis recientes visitas a Buenos Aires. Es una cuenta pendiente que tengo, no se porque, pero nunca me termino de enganchar. Pensé que el hecho de haberme instalado en Salta, tal vez, me llevaba tras sus pasos. Pero no. Aunque breves acercamientos, nunca termine de encontrarle la vuelta. Mejor dicho, nunca pude encontrarle ese momento del dia, o ese estado emocional, que me lleve naturalmente a escuchar algo de eso. Lo se, decir folklore es extremadamente amplio.
Con el tiempo, ese gusto y ese momento fueron apareciendo. De la mano de un vinilo (la llegada del tocadiscos, como ya dije en alguna otra entrada, me enfrento a ciertos cambios musicales, que agradezco enormemente). Le contaba a Ber que tenia una vinilo de Los Chalchaleros, y que por cuestiones de un limitado stock de discos una tarde me senté a escucharlo con un poco mas de atención que de costumbre. Fue ahí que sonaron una serie de zambas que, básicamente, me partieron la cabeza. Particularmente una de ellas.
Desde ese día, varias tardes transcurrieron con ese vinilo de fondo. Mi primo se alegraba del encuentro que se había dado.
Ratos después, tras un silencio reflexivo, toma la guitarra. -"Tome algunas clases este tiempo"-, me cuenta. -"Tengo dos o tres temas que estuve practicando"-, continua, mientras empieza a rasguear una zamba.
Me sumerjo en la hamaca paraguaya y el mundo se detiene. Un silencio absoluto en pleno Abasto de Buenos Aires hace una parada en Zelaya para disfrutar ese momento. No puedo simular mi emoción y la piel se me eriza. Los perros dejan de ladrar. Camilo, el gato, duerme apaciblemente. Los autos no circulan. Ber, completamente sumergido en su guitarra y compenetrado en la letra, comienza a cantar "Zamba por vos". Yo vuelo.
Suena el ultimo acorde de ese corte en el espacio-tiempo del Abasto. Se alejan las vibraciones de las ultimas cuerdas por los pasillos de los conventillos del pasaje Zelaya. Los mismos que hace años fueron cuna de los mejores tangos. Con una sonrisa y una mirada cargadas de melancolía, me encuentra en la hamaca y pregunta, -"¿Era esa la zamba?".