Lo mejor de sentarse a escribir
sin tener idea de que es lo que uno quiere escribir, quizá sea justamente eso.
Prendo una vela. Algo de música. Por la ventana abierta entra apenas una brisa,
junto a los grillos en un primer plano, con el telón de fondo algún que otro
perro ladrando. También se sienten autos
y motos.
Una palabra me puede llevar a
otra, así como una idea inicial remite en otras. Nada en particular. Solo
palabras. Solo ideas. Aunque no se cuales, menos hacia donde van. Simplemente
apoyar la yema de mis dedos sobre las teclas. Mi mirada perdida en el monitor.
A mi izquierda, de refilón veo la vela y su llama danzante frente a la ventana
abierta por la que entra el cantar de los grillos y la brisa que mueve la
llama.
Lunes 23 hs. prácticamente. Mi última
semana laboral, acostándome todos los días a las 6 am me dio vuelta por
completo los horarios. La última noche, ayer, me dio vuelta el fin de semana.
Hoy es sábado. Pero la noche está tranquila. Único indicio, diría yo, de que
realmente no es sábado, sino lunes.
Elijo Coltrane para ambientar.
Y después de la elección, mis
dedos se quedaron sin moverse por un rato. Mi cabeza se fue con la trompeta de
Monk´s Mood. Pero ustedes no pueden darse cuenta de eso. En la obra acabada no
aparecen, no se perciben los avances y retrocesos. No queda registro de los
renglones anteriores a esto que borre. No tiene lagunas temporales. Es una sola
cosa, que uno la lee de punta a punta sin conocimiento de todos los detalles
que rodearon a la obra. Claro, uno lo piensa y es evidente que es una pelotudes
lo que estoy diciendo. Quizá sea que uno cuando se sienta a escribir sin tener
idea para que se sentó, dice pelotudeces. Pero no, no creo que sea así.
Hablando de Coltrane, hace unas
horas atrás me instale pacientemente a escuchar Herencia pa´ un hijo gaucho, de
Larralde. Mágico, desgarradoramente mágico. Veintisiete minutos de palabras
precisas, cuidadas, buscadas todas y cada una de ellas. No hay palabras de más.
Mezcla de melancolía, tristeza, dolor y esperanza. Cada idea, cada frase, cada expresión,
es extraída por Larralde de la misma naturaleza. Agudo observador de cada
detalle. Sus maestros fueron los caballos, los horneros, las abejas, los árboles,
los arbustos. Y la dura vida del peón de campo, del trabajador de sol a sol,
sin feriados, sin francos, sin aguinaldo. Toda expresado desde una terrible
sensibilidad, que hacen de sus versos una enorme denuncia social. Por momentos
se te pone la piel de gallina. Me falta escuchar la segunda parte, que quedara
pendiente para ser aprovechada en el largo viaje en bondi a Buenos Aires que se
avecina.
Lindos momentos los viajes en
bondi. Suelen ser odiados, por cuestiones de tiempo y tardanzas, pero tienen su
propio encanto y un lado muy positivo. Las últimas veces que fui a Buenos Aires
había tenido la posibilidad de ir en avión. Esta vez opte por ni averiguar de
la existencia de esa posibilidad. El viaje en colectivo permite la realización de
una transición, que el avión no. En colectivo se vive verdaderamente un viaje,
uno se va acercando muy despacio hacia su destino. A veces es necesario que sea
así para evitar el pasaje rápido de un ritmo de vida, en un lugar determinado,
a otro.
Bueno, suficiente por hoy. Me voy
a comer. Sin titulo y sin etiqueta.